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La sangre murube sublima la emoción del encierro en Cuéllar
Los astados de Rosa Rodrigues ofrecieron resistencia a su conducción cohesionada, pero las monturas lograron que entraran en un emocionante galope al tramo urbano
Lejos de las infundadas leyendas engendradas en la ignorancia de los paradigmas de la naturaleza, la realidad sabe que encerrar toros es un oficio inexacto. ... Inevitablemente inexacto. El mayor esfuerzo y pericia pueden caer en caso roto. Y no cabría adjetivar de errático el rito. Simplemente sería la adveración de la honestidad y autenticidad del encierro, con su obstinada semántica: se encierra al toro porque procede de la libertad. Por lo tanto con la posibilidad de que se escape Para más información acudan a la hemeroteca y busquen toros huidos en esas carreras urbanas de bóvidos que más parecen bólidos encajonados entre edificios de siete plantas. No doy más pistas por si se enfada San Fermín y presenta una queja frente a la Virgen del Rosario.
Sentado lo anterior, hay que poner sobre la mesa que los murube de Rosa Rodrígues (sí, terminado en s, que es una vacada lusitana) habían generado cierta sugestión por el historial de este encaste en la última época de los encierros cuellaranos, y también por el carácter díscolo de dos ejemplares, el 43, Sacristán, y el 10, Carahermosa -gacho y algo abrochado el primero, más serio y desafiante el segundo-, en las últimas semanas en Carmona, la finca de Pepe Mayoral en Castronuño.
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Ambos astados, desde la salida de los corrales del río Cega replicaron ese carácter refractario a la disciplina de grupo. Sobre todo el 43, que aprovechando cierto revuelo en la zona colindante con el Prado Guerrillero (hay nombres que dan pistas), en ese inmenso patio de columnas que es el pinar, decidió tomar las de Villadiego, en este caso enfilar en solitario su paso hacia Las Máquinas. Emergió ahí el carácter solvente, la garrocha templada y la montura valiente de Sergio Ramos, caballista experimentado. Él, que es también uno más de un equipo de caballistas entregados, solidarios. Necesarios todos.
El caso es que el vallisoletano asumió el mando para conducir al astado portugués en su huida, en la dirección correcta, hacia la angostura que vence el leve declive del arroyo Cerquilla. Encelado en la grupa, consintiendo y exigiendo, por igual, Ramos logró que el murube llegara hasta el rastrojo del pago de Campaneros, a la espera de que sus cinco hermanos, con la parada completa de bueyes, irrumpieran tras atravesar la carretera de Cantalejo para devolver la cohesión al sexteto. Una unión que perduró hasta el tramo campero previo al embudo.
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El encierro permitió contemplar el exitoso tránsito generacional en la familia Caminero, apellido (sin olvidar el Pérez de la matriarca, María Jesús) inevitable y necesario para entender la tauromaquia popular de Castilla y León desde mediados del siglo XX. Ahí estaban los primos Simón Otero Caminero, nieto de su homónimo, y Pedro Caminero, hijo a su vez de quien es director de campo junto con Pepe Mayoral. Dos chavales comprometidos con el toro, sin ahorrar esfuerzos ni riesgos. La sucesión está asegurada.
Pero retrocedamos unos minutos. Tras pasar el túnel de la autovía de Pinares la comitiva volvió a detenerse. Bollos y minutos para recordar que los hermanos deben ir juntos. Sin regañina. Segundo alto en el camino. Y último. La vaguada de Los Encaños, como se preveía, iba a activar el turbo de los astados de Rosa Rodrígues. Del paso al trote, y del trote a un galope contenido, pero persistente. Y en esa carrera el grupo se rompió en dos, una quiebra que perduró ya hasta el final. Dos toros por delante, separados a su vez por varias decenas de metros y, al poco tiempo, un cuarteto más cohesionado, aunque en una escena abierta y de largo metraje, lo que permitió desde el páramo superior contemplar la belleza de bóvidos y équidos en un dinamismo indómito hacia las talanqueras.
Ese tranco que tanto gusta de los murube (por la tarde se lidian a caballo) permitió buenas y templadas carreras por las calles, amortiguadas las embestidas en su camino hacia la plaza de toros. En cuyo umbral, en la Puerta Grande, un corredor fue corneado en un gemelo. Fue operado en la propia enfermería del coso.
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