«Las instituciones están obligadas a proteger, cuidar y engrandecer el cerro del Otero»
Segundo Fernández Morate, estudioso del barrio, recuerda el movimiento vecinal asambleario nacido a mediados de los 70 y del que surgió la asociación de vecinos, la primera de Palencia
La familia de Segundo Fernández Morate (Paredes de Nava, 1956) aterrizó en los años 70 en el barrio del Cristo de Palencia, un enclave sobre ... el que este doctor en Pedagogía y licenciado en Geografía e Historia y Ciencias de la Educación ha sacado a la luz dos libros, 'Cristo del Otero; leyenda, tradición e historia' (2009) y 'Cristo del Otero, paisaje cultural' (2023), una revisión actualizada del primero. Fernández Morate, que ha trabajado 41 años como docente hasta que se jubiló en 2018, aún mantiene la casa molinera familiar en esta zona de la ciudad.
–¿Qué le cautivó del barrio del Cristo para conservar y reformar la casa familiar?
–Estas viejas casas molineras están cargadas de añoranzas familiares y las hemos rehabilitado conservando sus paredes de adobe y convirtiendo el corral en patio de lectura, tertulia y meriendas. En este barrio hay tranquilidad, buena vecindad y se pueden realizar agradables paseos por la acequia, sus cerros y páramos. Además, como maestro impartí veinte años de docencia en el colegio Juan Mena y en el instituto Camino de la Miranda y tengo recuerdos de la agradable e intensa experiencia juvenil, de la participación en el movimiento vecinal asambleario, nacido a mediados de los 70 y del que surgió la asociación de vecinos, la primera de Palencia.
–¿Qué destacaría de la vida vecinal que se respiraba allí en los años 70?
–En la mayoría de las casas, muchas de 60 metros cuadrados de vivienda y 68 de corral, había gallinas, conejos, algún cerdo, principalmente para autoconsumo o para venta entre vecinos, y con ello contribuir al sostenimiento de la numerosa familia, unido al escaso jornal obrero. Incluso, algunas familias gitanas, en el amplio corral o en un añadido de cuadra-chabola, criaban algún caballo, yegua y potrillo para la venta en los mercados ganaderos de la provincia. Diferente era la situación en los bloques de viviendas de Nuestra Señora de Belén y de la Sagrada Familia, que no podían contar con esa ayuda. A finales de los años 70 y en la década de los 80, cabe destacar el compromiso de vecinos y vecinas, de distinta procedencia e ideología, para participar en la asociación de vecinos como representantes de los nueve sectores en que se dividió el barrio.
–En esa época, ¿se acercaban con frecuencia al centro o allí tenían resuelto el abastecimiento y el entretenimiento?
–El barrio contaba con tiendas familiares de ultramarinos, pescaderías, carnicerías, mercería, kioscos…, aunque nunca contó con una sucursal bancaria y, hasta muy tarde, con un buzón de correos. Sí había numerosos bares, alguno con futbolines, la acequia para el baño y pescar cangrejos, las eras para jugar, las calles para los corrillos de conversación, las puertas abiertas… y, en el barrio del Ave María, el cine Otero con su sesión doble. El tortuoso, embarrado y oscuro camino del Otero, adecentado sólo en días previos a la rogativa de Santo Toribio, a la romería del Pan y el Queso, dificultaba bajar a Palencia. La urbanización del camino, convertido en Ppaseo del Otero, gracias a la promesa cumplida del ministro Joaquín Garrigues Walker y a la gestión del diputado palentino de Unión de Centro Democrático Jesús Hervella, y la llegada de viejos autobuses acercó el barrio a la ciudad.
–De todas las leyendas que usted recogió en su primer libro sobre el barrio, ¿cuál le fascina más?
–Envueltos en la historia y en la leyenda se hallan Toribio, el obispo de Astorga, que pudo acercarse a Palencia hacia el año 447 d.C., y el anacoreta palentino Toribio que, en torno al año 527 d. C., llevaba una vida de contemplación y penitencia en un lugar solitario, que bien pudiera ser una cueva en el cerro del Otero. Ambos recibieron el encargo de predicar en la ciudad contra el priscilianismo; por tanto, a cualquiera de los dos pudiera atribuirse la leyenda del apedreamiento, a raíz de la tormenta que provocó una gran inundación en la ciudad por el desbordamiento del río Carrión poco después de la agresión e interpretada como un castigo del cielo y que movió al pueblo y al clero palentino al arrepentimiento; lo que, más tarde, se hará patente en el voto de Cabildo y Ciudad de ir en procesión todos los años al Otero. La rogativa con la procesión de la imagen del obispo Toribio para implorar la lluvia y una buena cosecha se acompañó, durante siglos, con la entrega en mano de pan y queso a los pobres en la ermita de Santo Toribio en la ladera. Y, a mediados del siglo XIX, en años de penuria y hambre, la corporación municipal, ante la dificultad del reparto, recurrió a lanzar desde el balcón de la ermita los trozos de pan y queso por separado, gesto mantenido en el tiempo que transformará la necesidad en un acto festivo, entre empujones y algarabía, para recoger las bolsas con las viandas destinadas a compartir con familiares y amigos.
–¿Qué cambios significativos se han producido en el siglo XXI en esta zona en cuanto a la convivencia vecinal y al urbanismo?
–En las últimas décadas, el barrio del Cristo ha conocido una gran expansión, se han rehabilitado muchas casas molineras o en el mismo solar se ha levantado una nueva edificación de dos plantas y, también, se han construido numerosos bloques de viviendas hasta enlazar con el camino de la Miranda; una situación similar a la que se está desarrollando en el barrio del Ave María con las nuevas urbanizaciones, dando pie en ambos barrios a un rejuvenecimiento de la población. El barrio sigue conservando sus señas de identidad y la convivencia es buena. Cabe señalar la presencia de los sucesivos grupos de jóvenes subsaharianos acogidos en la residencia de los padres Barnabitas y la labor del colectivo Personas Migradas y del Secretariado Gitano. Con respecto a las asociaciones de vecinos, tanto la del Cristo como la del Ave María, prosiguen su andadura, aunque con una menor participación, manteniendo su carácter reivindicativo, la organización de actividades lúdicas y culturales y de las fiestas. Asimismo, las parroquias de San Ignacio y del Ave María han conformado la Unidad Pastoral Santa María del Otero que, además del culto religioso, promueve actividades de carácter social: espacios de escucha y convivencia, encuentros interculturales, charlas, mesas redondas…
Todas las piezas del especial sobre el Cristo del Otero
- De una inauguración clandestina a símbolo de la ciudad
- El Cristo, un corazón repleto de secretos
- Dos hermanos separadospor un océano
- «Es una obra grande y buena que aporta al arte»
- Macho, entre el amor y el desencanto
- El barrio que levantó sus propias casas
- Palencia, un doble museo para conoceral escultor
- Los dos Toribio, los priscilianistas y la pedrea
- El Plan Director, una programación que va más allá del Otero
- Primeras intervenciones con el foco en un mirador panorámico
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–En la actualidad, ¿cuál es la mayor urgencia?
–Creo que sería conveniente llevar a cabo actuaciones de mantenimiento que palíen el deterioro del cerro del Otero, ofreciendo al vecino y al visitante una imagen de un lugar acogedor y proseguir la lucha titánica contra las goteras y humedades de la ermita de Nuestra Señora del Otero y del Centro de Interpretación de Victorio Macho. A su llegada al cerro, el visitante se halla con el triste panorama de la antigua estación de abastecimiento de aguas para la ciudad, un proyecto de los arquitectos municipales Juan Agapito Revilla y Jerónimo Arroyo López, y se topa con la primitiva estación de filtración y depuración de las aguas, proyecto del ingeniero Pedro Maluenda con la intervención en la cubierta del arquitecto municipal Fernando de Unamuno, ahora, convertida en un lugar para el botellón y juergas improvisadas. El cerro del Otero es patrimonio de la ciudad y un legado que hemos de dejar en buenas condiciones a las siguientes generaciones y todas las instituciones, independientemente de sus ideologías, han de sentirse obligadas a proteger, cuidar y engrandecerlo, ya que su colosal escultura es símbolo y referente de la ciudad de Palencia.
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