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Crónica negra de Valladolid

El «monstruo» que degolló a su mujer en plena autovía y tiró su cadáver a un contenedor

José Andrés asesinó a Raquel a la altura de El Montico por un «arrebato pasional» cuando volvían a Salamanca y condujo hasta su domicilio con el cuerpo sin vida en el asiento del copiloto

Ángela Gago

Valladolid

Jueves, 4 de diciembre 2025, 07:04

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Nueve de la noche del 20 de noviembre de 2003. El matrimonio salmantino formado por José Andrés y Raquel había estado todo el día en Valladolid haciendo unas compras. Durante esa jornada, ella había recibido varias llamadas en su móvil, pero se había negado a explicarle a su marido con quién hablaba.

Ya en el coche, de regreso a Salamanca y a la altura de la urbanización El Montico, en la A-62, hubo otra llamada. La reacción de José Andrés, que conducía, fue arrebatarle el teléfono a su mujer antes de que descolgara y guardarlo en la guantera. Ella se volvió a negar a decirle quién la llamaba. Era Joaquín, un joven al que había conocido por internet. Fue ahí cuando él cogió una navaja solía llevar en el coche, atacó a su esposa y la mató. No levantó el pie del acelerador. Al llegar a la capital charra, arrojó el cadáver a un contenedor.

Según los resultados de la autopsia, el cadáver tenía cuatro heridas provocadas por una navaja de cuatro centímetros de hoja. La mortal fue la de 16 centímetros de longitud, que degolló a Raquel desde la oreja izquierda en sentido descendente hasta la yugular. Le dejó el cuello literalmente abierto al seccionarle el músculo esternocleidomastoideo y la carótida primitiva. «Le provocó una hemorragia aguda que causó su muerte en no más de medio minuto», aseguraron los forenses.

Sobre las once de la mañana del día siguiente, se personó en una comisaría de Salamanca y confesó que había matado a su esposa. José Andrés reconoció haberle apuñalado con una navaja en el interior del vehículo. Una vez realizada su declaración inicial, los efectivos comprobaron su confesión y se trasladaron a la calle Enrique de Villena, donde efectivamente encontraron el ensangrentado cuerpo sin vida de la mujer y se ordenó su ingreso en la prisión de Topas.

José Andrés Caño Calvo, de 46 años y camarero de profesión, sospechaba que su mujer le estaba siendo infiel. Raquel Fuentes Jiménez, de 41, había conocido por internet a Joaquín, un joven de Albacete 17 años menor que ella con el que llevaba meses mandándose correos electrónicos y hablando por teléfono. José Andrés y Raquel vivían con sus dos hijos en el barrio de Garrido, cerca del contenedor donde tiró el cuerpo.

La acusación pública pedía dieciocho años de cárcel por un delito de asesinato con la atenuante de confesión y la agravante de parentesco. La particular solicitaba veinte años por asesinato con la agravante de parentesco, pero sin la citada atenuante. La defensa, ocho años entre rejas por homicidio al considerar que el acusado no actuó con alevosía y sí fruto de un «arrebato pasional».

«La maté porque me dijo que se iba a acostar con otro»

En el juicio, celebrado en abril de 2005 en la Audiencia de Valladolid, reconoció que siguió circulando durante casi una hora sin detener el coche con el cadáver de su esposa en el asiento del copiloto. Le asestó varias puñaladas porque «no quiso decirme quién le llamaba al móvil, así que se lo quité y me dijo que si no se lo devolvía se iba a acostar con otro esa misma noche». Acto seguido, «saqué una navaja que llevaba en el coche y se la clavé. No soporté que me fuera a engañar».

Insistió en que «no sabía que quisiera separarse». «Mi mujer estaba mal de la cabeza y no me escuchaba» y, aún así, reiteró que «nuestra relación era buena y hacíamos el amor a diario». Al conocer la supuesta infidelidad cuando circulaban por la A-62, dijo que se le «nubló la mente».

Relató que tiró el móvil y la navaja por la ventana del coche y que, ya en Salamanca, limpió la sangre del interior del turismo. «No es que quisiera limpiar las huellas, porque sabía que había hecho algo malo y ya había decidido entregarme, es que había quedado con mi hijo mayor y no quería que viera así el coche», justificó.

«Celoso, violento y posesivo»

«Fui a la cárcel porque necesitaba saber si a mi padre le dio un arrebato o si era un monstruo y, por desgracia, descubrí que era un monstruo», recordó. «Mi padre humillaba a mi madre a diario y la insultaba», explicó el joven. Además, aseguró que aquella noche, cuando fue a buscarle, nada más tirar el cuerpo, «estaba tranquilo y se mostraba frío y calculador, como si no hubiera hecho nada». La misma actitud que mostró en prisión, cuando, lejos de arrepentirse, le contestó: «Hice lo que tenía que hacer».

En un relato demoledor, José Andrés hijo, de 24 años, tuvo que suspender su declaración para que le colocaran un biombo delante porque su padre, que era «celoso, violento y posesivo», le amenazó con gestos, le espetó «tienes mucha cara» y le gritó que era «mentira» que su mujer «se quisiera ir de casa». «Si no lo hizo, fue porque te temía», lamentó. El joven prosiguió que la fallecida «vivió muchos años de esclavitud y sufrió malos tratos». Indicó que el crimen fue premeditado porque su padre le dijo en la mañana del día de autos: «Lo de tu madre lo voy a arreglar yo». Después, antes de entregarse en comisaría, le dijo: «Ya he solucionado lo de tu madre».

El amante de la víctima, Joaquín L. G., de 24 años, que declaró por videoconferencia, aseguró que «teníamos planes de futuro porque iba a dejar a su marido» y recordó que habló con ella antes de su muerte y que cuando volvió a llamarla a las 21:30 horas el móvil estaba apagado. El fiscal justificó la existencia de la alevosía porque Raquel «no pudo defenderse al ir en un coche». El abogado de la acusación particular añadió que «si se entregó fue porque no tenía donde ir ni otra alternativa».

José Andrés mató a su mujer siendo consciente de sus actos y sin que ella pudiera defenderse al realizar el ataque de forma «inesperada». Esto último implicó que los hechos adquieran la calificación de asesinato al llevar implícita la alevosía, según consideró probado el jurado popular. El tribunal descartó la agravante de parentesco porque la relación estaba «muy deteriorada», pero sí entendió que «colaboró con los agentes antes de que conociera los hechos», lo que supuso una atenuante de confesión.

Dieciocho años de cárcel

El veredicto recogía que el camarero actuó «de forma instantánea movido por un impulso irresistible al saber de la llamada» cuando conducía, si bien matizaron que «causó la muerte de su esposa sin tener alteradas sus facultades mentales, pese a estar sometido a una situación de estrés agudo».

La Audiencia Provincial condenó a José Andrés Caño a una pena de quince años de prisión, pero tres meses después fue corregida por el TSJCyL, que atendió el recurso de la Fiscalía de Valladolid, e incluyó la agravante de parentesco, por lo que fijó la condena final en dieciocho años de cárcel. Además, el juez le impuso una indemnización de 180.000 euros para los dos hijos del matrimonio y no poder acercarse a ellos por un periodo de cinco años desde que obtuviera la libertad.

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