El islote de 14 vecinos y un convento asediados por los malos olores: «Somos los apestados de Valladolid»
Los residentes de una hilera de adosados de la avenida de Santander, frente a la campiña del Carmen, critican el abandono municipal del entorno
Lucía San José
Valladolid
Domingo, 27 de julio 2025, 15:11
Un olor que «da arcadas» se cuela en las casas sin pedir permiso. A veces, por las ventanas en las tardes de calor. Otras, se ... instala en la ropa tendida, en los pasillos e, incluso, en la cabeza. «Hay días que huele tan mal que es imposible abrir», lamenta José María Mate, un vecino de una pequeña hilera de adosados de la avenida de Santander, justo enfrente de la campiña del Carmen, quienes coinciden en señalar que sufren un «hedor» que les está «amargando la vida». Los residentes critican que, a mayores, se sientes «aislados» y afirman que solo ven pasar ante sus viviendas a los operarios del Servicio de Limpieza «los días de los Santos y de la Virgen del Carmen».
Desde septiembre del año pasado, cuando elevron una queja formal al Ayuntamiento por los malos olores que comenzar a sufrir entonces, han llamado en varias ocasiones «al 112, al 010, a Aguavall, a la Guardia Civil, al Seprona y a la Policía Municipal». Y, resumen los afectados, «siempre nos dicen que llamemos a emergencias, pero nadie nos soluciona nada».
Ante esta demanda del final del verano pasado, el Consistorio aclara ahora que se trataba de «una avería en un desagüe que se arregló». Pero los vecinos, meses después de dicha intervención, aseguran que no han notado mejoría alguna en lo que a malos olores se refiere y piden que se investigue su origen... Y que se solucione.
El Ayuntamiento asegura que recibieron «tres quejas por malos olores por una avería que se solucionó»
«Vinieron los de Aguavall, midieron el ácido sulfhídrico y dio el máximo, 100%», recuerdan los vecinos. Según les explicaron, si un operario bajase al colector en ese momento, no saldría con vida. Los Bomberos acudieron en una ocasión, pero su medidor no podía detectar este gas, lo que ha dejado a los vecinos con la sensación de estar atrapados en un bucle de quejas y excusas.
Los residentes de esta pequeña isla urbana de la avenida de Santander, que abarca desde el número 105 al 131, aseguran que se marean, que tienen dolores de cabeza y que algunos con niños pequeños en casa se ven obligados a encerrarse en las horas de peor hedor. «El alcantarillado está tan cerca que cuando sale olor, se mete en las arquetas y de ahí a las casas», relata el vecino. El problema no es solo de comodidad, «hay quien se marea, hay quien vomita y lo peor es que hay niños pequeños en algunas casas», destaca el residente.
«Nos dijeron que estaban haciendo una depuradora para tratar las aguas, pero parece que no la han terminado», explica el vecino. El resultado es un olor agrio, sulfuroso, que se nota aún más con el calor. «Estos días han sido horribles», insiste José María.
Esta situación afecta a la convivencia y a las rutinas más simples. «Yo tengo la alcantarilla enfrente de casa y no puedo dejar el coche ni un minuto cerca», apunta José María Mate. Los días de calor, las ventanas se quedan cerradas. «El otro día vino mi hijo con los nietos y le avise que ni se le ocurriese aparcar cerca del desagüe porque el olor no se quita en días», explica el vecino.
El problema se extiende por la avenida de Santander, alcanza el otro lado de la ronda y, según afirman, llega hasta la iglesia de Santa Clara. «Nuestra zona pertenece a Valladolid, estamos a cinco minutos de Barrio España, pero parece que no somos de la ciudad», lamentan los vecinos.
Bordillos levantados y arbustos «salvajes»
El entorno arrastra, además, «un abandono desde el principio, porque la mayoría de lo que hay lo hemos pagado los vecinos», afirma mientras señala la calle que recorre los catorce adosados. «Aquí no hay aceras, los bordillos están levantados, para que vengan a limpiar o a podar tenemos que llamar», se queja Mate.
Las monjas del convento Jesús María de las Concepcionistas Rranciscanas, situado a la altura del número 103 de la avenida de Santander, justo al lado de los adosados, se quejan también de esta situación, ya que tienen siete habitaciones para alquilar y los inquilinos se extrañan de este olor. «Al principio se preocupan porque huele a químicos y piensan que pueda ser el gas», explica una de ellas antes de asegurar que «la mayoría de los clientes acaban siendo comprensivos».
La limpieza y mantenimiento del entorno de sus viviendas, coinciden en señalar los residentes, también «deja muchos que desear» y basta, apuntan, con ver que están «descuidadas». Y critican que los servicios municipales «solo pasan por aquí en dos días marcados en el calendario, como son el de los Santos, porque tienen cerca el cementerio, y el de la Virgen del Carmen, porque está al lado la campiña». Otro vecino, Antonio López, explica que sale todas las mañanas a barrer su acera porque «si no estaría llena de hojas y suciedad».
A su lado, Miguel González, otro residente, observa por su ventana cómo los coches pasan por el camino de tierra a «toda velocidad y levantan mucho polvo», a pesar de que las señales limitan la circulación a treinta kilómetros por hora.
Y un cuarto vecino, como Luis Álvarez, afirma, en cuanto al aislamiento de este entorno urbano, que «en ocasiones vienen coches a medir tiempos con el cronómetro y hacer trompos» en la explanada de la campiña del Carmen, situada frente a sus viviendas, a continuación del cementerio. Además, añaden, allí aparcan camiones donde los carteles lo prohíben.
«Es como si hubieran dejado un animal muerto en la puerta de casa»
Luis Álvarez
Vecino de uno de los adosados
Tras la queja vecinal de septiembre, «escuchamos que se iba a construir una depuradora», pero los vecinos aseguran que nada ha cambiado. «A veces salimos a la calle y es como si hubieran dejado un animal muerto en la puerta de casa», apuntan antes de ironizar sobre que se han convertido en «los apestados de Valladolid».
La situación influye en la vida cotidiana de los inquilinos de estas catorce viviendas, quienes explican que el mal olor «va y viene» y señalan que suele intensificarse a última hora de la tarde, cuando regresan de trabajar. «Te puede entrar una arcada en mitad de la calle y es tan fuerte que no puedes ni hablar con normalidad mientras respiras», afirman antes recordar cómo llegaron a relacionar el hedor con un problema en los bronquios de un niño pequeño.
«Se nos acumulan los problemas», suspira Álvarez, como el de las aceras imposibles de transitar por los arbustos que les llegan «al esternón» y ramas que invaden cables eléctricos. «Una persona con silla de ruedas no puede circular por la acera», añaden los vecinos antes de critica que, aunque les «han dicho que son de crecimiento libre, en otros barrios sí los podan». Mientras tanto, se acumulan hojas y ramas que obstruyen alcantarillas e, incluso, provocan inundaciones cuando llueve.
Los matorrales han crecido tanto que en verano se convierten en un riesgo de incendio, «como ya ha ocurrido otros años», lo que obliga a los vecinos a mojar las paredes de sus casas en varias ocasiones con mangueras mientras esperan a que lleguen los Bomberos. Su preocupación se centra en el 'bosque encantado', una explanada de pinos, encinas y maleza que se acumula detrás de la hilera de adosados y que «se ha convertido en un gran peligro», explica Álvarez con impotencia en la voz. «De hecho, la semana pasada estuvieron por un pequeño fuego», recuerda.
Los vecinos aseguran que el problema lleva arrastrándose desde marzo del año pasado, aunque las primeras quejas formales se pusieron en septiembre. «No podemos abrir ventanas, no podemos sentarnos fuera, no podemos disfrutar de nuestras casas. Es inhumano», apuntan. La desesperación es compartida entre todos, aunque la rutina laboral de cada uno hace que no siempre puedan reunirse para coordinar acciones, pero sí comparten el mismo aire y la misma molestia diaria.
En este punto, los vecinos buscan una solución a los malos olores, pero también un compromiso real con la zona. Reclaman limpieza, podas regulares de los árboles, desbroces preventivos, revisión de las aceras y, «de manera urgente», control de las aguas de las alcantarillas. «Pagamos los impuestos como todos, pero aquí no viene nadie», reclama Luis Álvarez.
«Si queréis comprobarlo, venid cualquier tarde», invita el residente a los responsables municipales. «Es muy fácil prometer desde un despacho que han podado o limpiado, pero nosotros vivimos aquí y no ha venido nadie». Las hojas se amontonan, las cucarachas se multiplican y el hedor vuelve con cada día de calor.
Los vecinos de este pequeño islote urbano de la avenida de Santander insisten en que necesitan una solución. Piden poder abrir las ventanas sin miedo, respirar sin arcadas y pasear sin mareos. «Esto no puede ser», concluyen mientras espera que les escuchen.
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