Rosario le pone flores, marcha y rumba a la Plaza Mayor de Valladolid
La cantante remata la noche más flamenca de las fiestas con un recital que repasa los 33 años de su carrera musical
Si la vida es un parpadeo, cuidadito entonces con dejar los ojos cerrados más tiempo de lo esperado, con desviar la mirada cuando te piden ... atención, con mirar para otro lado como única vía de escape. Hay que estar vigilante, siempre preparado, porque hay amaneceres, flechazos y traiciones que no duran más allá de un segundo. Y si parpadeas más de la cuenta, te pueden pillar desprevenido.
Si la vida es un suspiro, hay que coger el aire suficiente para que la rutina y los obstáculos no nos quiten el resuello, tener los pulmones llenos para cuando nos toque gritar eso de «marcha, marcha», recargar las reservas necesarias para soplar las velas de cumpleaños y las hojas muertas del calendario.
Si la vida es una cerilla que tan solo durante un instante ilumina y da calor, entonces habrá que buscar antorchas, faros y chimeneas para que prenda durante el mayor tiempo posible. Si la vida es eso que pasa y ya pasó, pensemos al menos que nos queda la memoria para recordarla y la alegría para celebrarla.
La vida de Rosario Flores se asoma (como un parpadeo, un suspiro, una breve cerilla) en la pantalla gigante de esta Plaza Mayor. En apenas minuto y medio, Rosario destapa su álbum familiar, destripa el carrete de su móvil para mostrar un puñado de fotografías que recorren su carrera a toda velocidad. 61 años cumplidos. 33 en el mundo de la música. Muchos más sobre los escenarios y en el escaparate de la prensa del corazón. No ha comenzado el concierto y Rosario quiere compartir con su público lo que le ha traído hasta aquí.
El repaso es vertiginoso, pero si uno está atento (si no parpadea) puede ver multitud de fotos de la cantante con sus padres y hermanos, en el cole, de niña disfrazada con sombreros y 'minishorts', de jovencita con faldas flamencas y claveles reventones, de mayor en fiestas y piscinas, en la boda de su hermana Lolita, en la intimidad con su hermano Antonio, en conciertos, actuaciones, sesiones fotográficas....
Al final del vídeo, mientras se escuchan de fondo las frases más famosas de algunas de sus canciones, se encadenan las portadas de sus discos, de esos cofres de canciones que está a puntito de abrir, en cuanto comience la actuación.
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«Algo en especial va a suceder». Es lo primero que dice Rosario cuando aparece en el escenario, con un vestido de lentejuelas, cortito y dorado como un Ferrero Rocher. Y vaya si será especial lo que venga a continuación. Todas esas fotos que acabamos de ver son el camino hasta este 'Universo de ley' (así se llama el espectáculo) en el que recorre lo mejor de su repertorio. Y ojito, porque la cantante tiene las alforjas llenas, cargaditas con más estribillos de los que somos capaces de recordar. Se fabrican canciones de Rosario, ilusiones y 'tote bags' por encima de nuestras posibilidades. Y la primera es la de ese gato que hace uy, uy, uy y ay, ay, ay.
Cuenta la artista que esta canción nació en un camerino de Miami, en el año 1990, cuando esperaban el comienzo de un concierto de homenaje a su madre organizado por Julio Iglesias. Entre bambalinas, mientras Lola Flores se maquillaba, su hermano Antonio cogió una guitarra, comenzó a juguetear con los acordes y Rosario empezó a ronronear. «Ay, ay, ay», decía. Y entonces, Lola dejó los coloretes, sacó su mirada del espejo y muy seria se sumó a la fiesta con una frase enigmática que hoy, después de escucharla tanto, nos suena tan normal: «Uy, uy, uy, mi gato hace uy, uy, uy».
La repite Rosario y la corea la Plaza Mayor entera en este comienzo de concierto en el que la cantante reivindica esa parte felina suya, de andares sinuosos, tan pronto tranquilos como de repente eléctricos. Sus manos se enroscan como serpientes. Las rodillas tiritan, las piernas tiemblan. El pelo se ata y se desata, se suelta y se recoge, da vueltas y latigazos. La melena de Rosario es una selva ingobernable que se enreda en unos pendientes enormes, se abalanza sobre su frente y la cantante lo retira (a veces de forma salvaje, otras cariñosa), para continuar con la actuación. No faltan las poses toreras, la mano en la cintura, la otra temblorosa en la coronilla, el dedo que se extiende al infinito, los brinquitos, los paseos que de pronto se paran en seco (como los ciclistas abrumados ante tanto paso de cebra en el carril bici de Isabel la Católica) o que se reanudan acelerados, con carreras sobre el escenario, de una punta a la otra, a una velocidad de vértigo que ni Montoya, por favor.
Y si los paseíllos son vertiginosos, qué decir entonces de ese rap galopante y desbocado que su madre popularizó hace más de cincuenta años. «Cómo me las maravillaría yo», canta Rosario sin tropezar en el trabalenguas. «Cómo me las maravillaría yo», dice en esta canción casi imposible con la que recuerda con cariño a su madre. Porque, como ya dejó claro con ese álbum del principio, la familia González Flores está muy presente esta noche. La memoria de su padre no tarda en aparecer, cuando después de 'De ley' y 'Ese beso', suena 'Al son del tambor', «esa rumba dedicada a un gitano muy señor (El Pescaílla), que aprendió en el barrio de Gracia a hacer el ventilador». Y, por supuesto, hay un rosario de gestos, dedicatorias y memorias para Antonio Flores, para uno de esos «ángeles» que dice la cantante que le acompañan y que le inspiraron a componer 'Qué bonito', poco después de la muerte de su hermano, cuando pensaba que Antonio se había llevado con él la inspiración y las ganas de vivir. El concierto tiene minutos para una etapa más íntima (con un solo de baile y cajón o 'Gloria a ti'), la bossa nova de 'Sabor sabor' o algunos de sus temas más antiguos, como 'La gaviota'.
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«Qué barbaridad, cuánta gente. Ole, ole y ole. Vaya regalo más bonito», dice Rosario, que monta una fiesta rumbera con 'Escucha primo', 'La casa en el aire' o 'Muchas flores'. Porque ya habíamos dicho que Rosario tiene muchos más estribillos de los que éramos capaces de recordar. Piensas que no le quedan éxitos en la chistera y todavía tiene a mano el parachururu de 'No dudaría'. Una noche, en fin, que se pasa en un suspiro, un parpadeo, la llamita fugaz de una cerilla que (fffiiuuu) de un soplido se apaga.
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