Barón Rojo sobrevuela Valladolid con aires sinfónicos para su repertorio heavy
El grupo se alía con la Escuela Municipal de Música para buscar nuevos sonidos a unas canciones que reviven en la Plaza Mayor
Hay que romper falsos mitos», cantaban hace justo cuarenta años los Barón Rojo, en ese tema que formaba parte de 'En un lugar de la ... marcha' (disco de 1985) y que parece recién escrito para una noche de heavy sinfónico, de clarinetes con distorsión y trombones eléctricos, como la que este martes alumbra la Plaza Mayor. La canción se llamaba (se llama) 'Breakthoven', es la que abre el concierto y también un alegato clarísimo (como hay tantos en su repertorio) en contra de las etiquetas y en defensa del rock and roll. «No hace falta ponerse frac para que suene Bach», dice una de las estrofas. «El gran Beethoven hoy tocaría rock», puede escucharse en otra. Tal vez Mozart le daría ahora a la electrónica y Chopin al merengue reguetonero. Quizá, dentro de unos años, lo clásico sea Bad Bunny y en la pérgola del Campo Grande no haya pasodobles sino Karol G (pensemos en esa pareja de viudos que bailan agarrados: «¿Qué hubiera sido? Si antes te hubiera conocido»). Ahí hay temita, una historia, pero no nos desviemos, que hemos venido a hablar de heavy metal.
El caso es que esa fusión entre el sordo alemán y el chute de decibelios que proclamaban hace cuatro décadas los hermanos De Castro se ha convertido en realidad en esta sorprendente velada de las ferias de 2025. Las chupas de cuero se alían con los atriles, la boquilla del saxo con el amplificador, en un recital inédito que hermana a Barón Rojo con la banda de la Escuela Municipal de Música de Valladolid (que arranca la cita con el pasaje más conocido de la Quinta Sinfonía de Beethoven). Un cruce inesperado para encontrarle matices nuevos a uno de los repertorios más potentes del heavy en español.
'Larga vida al rock and roll', decía el primer trabajo de Barón Rojo, con esa portada a lo 'Space invaders' que en 1981 llegó a las tiendas de discos. El altavoz mediático de aquellos años (y la memoria posterior) parecía más pendiente de los grupetes de la Movida que de esos cuatro jovencitos (no siempre bien avenidos) que llegarían a compartir escenario con Iron Maiden y Scorpions, que recibieron las felicitaciones de Deep Purple o Judas Priest. La suya fue una de las grandes contribuciones a un panorama musical al que también ponían decibelios y melenas Barricada y Obús.
«Cuando oigo tocar rock and roll, me olvido del mundo exterior, siento todo y es todo mejor, la energía me va al corazón», dice la letra de este tema ('Larga vida al rock and roll') que suena esta noche en tercer lugar, después de 'Hombre de las cavernas'. «Se nota que el público de Valladolid sabe lo que es el rock and roll», aseguran los protagonistas de esta mutación musical que reivindica ese poder de la música para convertirse en burbuja y escudo, en refugio y al mismo tiempo trampolín. «Vamos sonando con gran intensidad, sobre una nube de gritos y sudor. Cuánta energía guardada en tu interior. Nuestro objetivo: vencer la soledad», cantan en 'Cuerdas de acero', otro de los temas que suenan en esta noche de universos que se cruzan, como en las películas de Marvel.
Acontecimiento gordo
«Estáis todos aquí, gracias por venir a este acontecimiento tan gordo», aseguran los de Barón Rojo mientras por el escenario desfilan canciones como 'Cueste lo que cueste' (con los jóvenes de la banda invitando a dar palmas en un largo tramo instrumental), 'Con botas sucias', 'Hermano del rock and roll' (coreado por un público donde triunfan las camisetas negras), las festivas 'Czardas' o 'Los rockeros van al infierno', en la que recuerdan que el pecado original es ser joven y rockero. Eso sí, esa juventud ya no es tan clara en las voces, con exceso de vibratos (sobre todo al principio del concierto) para intentar mantener la nota cantada ante el poderío instrumental.
«Si has de vivir en el valle del rock, te alcanzará la maldición, nunca tendrás reputación». Porque en un mundillo de prejuicios y estereotipos, parece incompatible el público metalero de pantalón pitillo y camiseta negra con el de perlas y mocasines por Paulina Harriet. Como si no tuvieran nada que ver el rapero de visera vuelta con el violinista de pajarita, la cantante de ópera con la última diva del pop latino. Al final, como demuestra este mestizaje de estilos en la Plaza Mayor, todos comparten lenguaje, caminan por los mismos pentagramas, miden su tiempo con compases idénticos, descifran el mundo con un código de notas en común… y sienten algo parecido al tocar en público. «La actuación me hace vibrar y el escenario es un vulcanismo que brama con un sonido atronador, bañado por sudor y luz», cantan en 'Siempre estás allí', una de las mejores baladas de la banda y que en sus actuaciones suena casi a despedida. Aquí es la última, justo después de 'Resistiré'.
La noche comenzó con 'Breakthoven', toda una declaración de intenciones sobre el hilo conductor del concierto
Ya amagaron con marcharse en 2020, con apagar motores cuando las mascarillas nos taparon las bocas y no había tos sin PCR, pero Barón Rojo se resiste a apagar los motores. Su nombre (si no lo sabes tú, te lo cuenta ChatGPT) es un homenaje a la «fuerza, rebeldía y actitud combativa» que encarnó Manfred Albrecht von Richtofen, un piloto de cazas alemán que durante la Primera Guerra Mundial abatió 88 aviones enemigos. Un vídeo en la pantalla gigante, con avionetas y nubes al principio de la actuación, evoca esta historia, mientras se lanza un mensajito a quien sepa entender («sé que al final tendré razón y ellos no»), dirigido tal vez a los miembros de la banda que decidieron separarse.
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El caso es que el valor en el campo de combate fue tal (volvemos a hablar del aviador) que hasta los militares británicos le rindieron honores en su funeral. Ese reconocimiento, hasta de quienes están en un plano completamente opuesto, es el que concita (o debería concitar) una banda como Barón Rojo, que con su música ha contribuido a enriquecer el panorama musical español. Porque, como hicieron esas tropas inglesas, hay que postrarse ante el talento de aquellos con los que no compartimos trinchera, que reconocer el valor de aquello que nos resulta ajeno, que abrazar la diferencia, porque eso que nos parece tan extraño, tal vez tenga con nosotros más en común de lo que pensamos. Y ahí está el valor de conciertos como este recital de ferias en la Plaza Mayor, donde el rock más irreverente se une al afán educativo de la banda de la Escuela Municipal.
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