Beret comparte un salvavidas de canciones en la Plaza Mayor de Valladolid
El cantante sevillano regresa al escenario grande de las fiestas con un espectáculo en el que reivindica la música como la mejor compañía ante los malos momentos
Si quisiéramos transcribir aquí, palabra por palabra, verso a verso, estrofa tras estrofa, las letras de las canciones de Beret, nos quedaríamos sin papel ... en el periódico (o llegaríamos, como poco, hasta las páginas de televisión). Tendríamos que renunciar a la huella dactilar después de recorrer kilómetros de pantalla con la yema del pulgar. Seguiríamos leyendo, leyendo y leyendo incluso minutos después de que el concierto hubiera terminado ya.
Tiene el cantante sevillano tanto que decir, tanto sentimiento que expresar, tantas ideas que compartir, ay, que no hay palabra que se le quede dentro, temor que permanezca enquistado, dolor que no termine en canción. «Algo en mí se me para cuando ella se separa», canta en 'Si por mi fuera', tema de ritmo optimista con el que arranca una noche en la que habrá tiempo para lamerse las heridas y olvidar las cicatrices, festejar los sueños y condenar las pesadillas, convencerse de que es mejor la aventura que termina mal que la que nunca llega a comenzar.
Tal vez por eso, explica, uno de los muchos tatuajes que ilustran su cuerpo es el de una brújula cuyo norte marca el miedo, lugar que tiene mucho más que enseñarte que el confort. «Cuando ya no sepas dónde ir, solo vete donde dé más miedo», canta en 'Te echo de menos', tercer tema de la noche, una balada que suena en Valladolid mientras que la pantalla gigante del escenario proyecta las imágenes de una pareja que se mira, se acaricia y se abraza entre una telaraña de neón. Justo antes se ha presentado 'Diablo', canción que compartió Beret con Estopa y donde brillan esos cambios de ritmo a lo montaña rusa que tanto gustan a los hermanos de Cornellá. «Es un honor increíble estar aquí de nuevo, familia. Que levante la mano la gente que me escucha desde hace tiempo», saluda el cantante al comenzar.
«No somos robots»
Asegura Francisco Javier Álvarez, de segundo apellido Beret, que necesita convertir en acordes lo que siente, transformar los pensamientos en canción y subirse luego a un escenario para compartir con otros lo que aquel día le hizo daño, lo que alguna noche le torturó, lo que en algunos amaneceres fue un instante de felicidad. «Si no escribimos lo que cantamos, otros hablarán por nosotros, nos convertiremos en robots». Frente al pop de marionetas, ofrece unos temas donde más que como cantante se presenta como compositor.
Regresa a la Plaza Mayor después de su visita de 2018, cuando todavía no había salido al mercado su trabajo 'Resiliencia', pero el 'Lo siento' (habrá que esperar hasta el final de la noche para escucharlo) ya acumulaba millones de reproducciones en Internet. Las redes fueron culpables precisamente de su salto desde el dormitorio de casa al escaparate musical. Cuando Beret tenía 17 años, un colega subió (sin que él se enterara) una canción suya a Youtube. Miles de personas se sintieron al instante identificadas en esas canciones que son como un balcón con vistas al abismo. En ellas, mientras suenan, te sientes seguro, protegido: cuando canto sobre lo que duele se adormece el dolor. Pero no es raro pensar que si te asomas demasiado, si das un paso en falso, un simple traspiés, si algo en la estructura falla y no hay nadie al lado para tenderte la mano, tal vez tu destino sea el fondo del precipicio. Porque de muchas canciones se sale siendo alguien distinto, como de la peluquería, algunos libros buenos y todos los amores malos.
«Sabiendo que iba a chocarme, yo iba sin frenos contigo», canta en 'Cupido', un tema que suena con Júpiter proyectado en la pantalla y Beret animando al público para que no le deje solo ante tanto dolor. O sea, la mano en el balcón, el abrazo frente al abismo. «Conmigo», les pide. Porque las heridas compartidas sanan antes. «Unas palmas», sugiere. Porque a veces hay que animarse a uno mismo para que el día sea mejor. «Saltando», invita. Porque en ocasiones hay que pisotear con rabia el pasado para así avanzar.
«Tengo que aprender a quererme y no a querer», recita en 'Dime que no es verdad', el quinto tema de la velada, uno de los históricos («de cuando me caían 42 rastas de la cabeza») que trae consigo una bajada de las revoluciones para que Beret se apoye, aunque sea un instante siquiera, en el pie de micro. Los focos llenan entonces el escenario de colores suaves y pastel, como si todo fuera una camisa de Álvaro Moreno.
«Llevo esperando tanto tiempo lo bueno que no acaba de venir», canta en 'Vuelve', éxito que lanzó junto a Sebastián Yatra y que insiste en este tramo del concierto que es pura autoafirmación. «No es contigo en el camino, es caminar solo, conmigo, y que te vengas tú también», remacha en 'Cóseme', una canción que aborda sentado, como 'Hola, qué tal', uno de los mejores temas de la noche, que llega, solo al piano, mientras miles de estrellas fugaces viajan en la pantalla que hay detrás, y después de que Beret recuerde que este tema nació durante una larga conversación en Argentina, a las cinco de la mañana, con su amigo Martín, «una de esas personas con un superpoder especial: saber escuchar».
«Mi canción preferida»
Apenas unos segundos después suenan 'El día menos pensado' y 'Ojalá', una de tantas canciones-terapia que conforman el repertorio de Beret. Y es su favorita, reconoce, entre chorros de pirotecnia. «La compuse cuando más que estar vencido quise vencer, cuando hay que mirar a la soga para decir sigo», dice, con un guiño a una de las muchas y largas estrofas de esta canción que, como todas las suyas, se emborracha de dolores, esperanzas y subordinadas, que como todo el mundo sabe son los callejones de la literatura.
«Gracias por llenar está plaza tan bonita otra vez», asegura Beret en esta velada de sábado en la que se reencuentra con tantos amigos en Valladolid, con un público que sufre y se cura gracias a unas canciones de letras amazónicas y kilómetricas, largas como un día sin pan, como una noche sin plan… o como una vida sin alguien (aunque sea uno mismo) con quien compartir el camino.
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