Marcharse a otro lugar
«Lo que más asombra es que algunos viejos progresistas con responsabilidades políticas en este país parezcan reivindicar la potencia y resolución de modelos totalitarios frente a la tibieza o complejidad de Europa»
Durante estos últimos días, hemos asistido a una polémica recurrente sobre los youtubers 'huidos' a Andorra, como si fueran los únicos en este mundo que ... procuran pagar menos impuestos. Que se sepa, pocas elusiones legales o ilegales de lo que se debe abonar a Hacienda han levantado en nuestro país tanto revuelo. Y las hay –no menos evidentes y sonadas– de artistas, cantantes, actores, actrices, escritores, futbolistas, empresarios, políticos, aristócratas… Y hasta –según se cuenta– algún monarca. Siendo importante el aclarar que existe una divergencia esencial entre quienes, delinquiendo, buscan escamotear lo que adeudan mediante sociedades interpuestas (o la fuga de capital a los llamados paraísos fiscales), y aquellos que –dentro de la legalidad– cambian de domicilio para que se les descuente una cantidad menor de sus ganancias.
Pero no es esta diferente vara de medir entre evasores profesionales y quienes no lo son, así como la tendencia a estigmatizar o no a unos y otros, lo que más habría de llamar nuestra atención; sino preguntarnos por cuáles serán los motivos de fondo de esa corriente de rechazo a tributar –de acuerdo con una fiscalidad que se considera excesiva– por parte de los jóvenes mejor remunerados. Más allá –incluso– de esta interrogante, cabe cuestionarse si no tendrá que ver tal actitud con el momento en que vivimos. Y se diría que la respuesta solamente puede ser afirmativa. ¿Por qué? Pocos asuntos apuntan con mayor nitidez al corazón de un sistema que los impuestos que los ciudadanos aportan para mantenerlo. De ahí el descaro de todos los que amasan grandes fortunas, precisamente, por no declarar lo que de verdad ganan.
Si la decisión de pagar sus tasas en donde la presión contributiva es menor obedece a un descreimiento o desconfianza ante el mal uso de aquellas en España, deberíamos plantearnos seriamente cuál es la razón profunda de esto, que quizá esté en lo que muchos residentes han descubierto a causa de la reciente pandemia: la sensación de que el sistema en que habían confiado y al que tributaban persuadidos de su buen funcionamiento no les ha protegido económica y sanitariamente. Sin embargo, tiene que haber otras formas de contestar a tal situación: así, reclamar que los recursos públicos se empleen desde los gobiernos más adecuadamente y distinguiendo cuáles son las auténticas prioridades de la población. En cualquier caso, quienes se sientan defraudados –no sin base para ello– deberían diferenciar también entre las instituciones y quienes las representan.
Porque todas las pestes y pandemias se han caracterizado, en la historia, por provocar una necesidad de encontrar el 'chivo expiatorio' al que culpar de las plagas acaecidas sobre la desprevenida ciudadanía. Y aunque no termina de estar claro, en lo que se refiere al actual virus, cuál va a ser finalmente el grupo o sujeto al que se culpabilizará, podemos atisbar indicios muy preocupantes al respecto. Hubo intentos de acusar a China; a los riesgos o excesos tecnológicos cometidos en esa nación, y –por extensión– en otras muchas; a prácticas alimentarias arcaicas como consumir murciélagos o pangolines; a siniestras conspiraciones de las élites en la sombra; a la imprevisión o irresponsabilidad de algunos gobernantes… Si bien –tras la gestión entre titubeante e ingenua de la UE– el foco de la sospecha se ha dirigido, inquietantemente, hacia los regímenes que imperan en las sociedades avanzadas. Es decir, que puede que el punto de mira acabe dirigiéndose contra las mismísimas democracias occidentales.
Pues se entiende que cunda el desencanto en un buen número de jóvenes que, a pesar de todas las dificultades para salir adelante, consiguen ganarse la vida con holgura. Y que se instale entre ellos el convencimiento de que pagan demasiado para lo poco que se les devuelve. Pero lo que más asombra, en ese sentido, es que –justamente– algunos viejos progresistas con responsabilidades políticas en este país parezcan reivindicar la potencia y resolución de modelos totalitarios frente a la tibieza o complejidad de Europa. Y esto sí que produce deseos de marcharse cuanto antes a otro lugar.
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