Vamos a pensar
«Hoy ya no se combate la crítica o la discrepancia quemando libros. Al revés, se multiplica la edición de textos y se crea una plétora donde cada vez es más complicado y costoso distinguir entre lo bueno y lo mediano»
El mayor inconveniente de los extremismos es que no piensan sobre si mismos. En su ámbito las figuras intelectuales de la autocrítica o el escepticismo ... andan de capa caída. Las personas sectarias y radicales creen tener las ideas tan claras como para no perder el tiempo poniéndolas en entredicho. Entre la duda y el fanatismo son contundentes: el fanatismo. La consistencia de dudar ha perdido peso en su círculo. Para ellos no cuenta la valoración de los filósofos antiguos quienes, imbuidos por un espíritu distinto, defendían que entre las cosas seguras la más segura era dudar. Hoy, en cambio, la seguridad se encuentra en la fe y el dogmatismo. «¡Sé fanático!», era uno de los lemas principales del nacionalsocialismo. Los valores más cotizados vuelven a ser la obediencia, la unidad y el odio al adversario hasta convertirlo en enemigo. Y mientras tanto, y como signo distintivo, el bigotillo recortado ha sido sustituido por un tupé amarillo cobrizo.
Elevada a recurso reflexivo destaca siempre la literatura, que es la diosa que predica a favor de la incertidumbre de los hechos y los cambios de sentido. Leer o escribir equivale siempre a volver sobre lo escrito o lo dicho. Exige un desdoblamiento que sacude las palabras y evita que se congelen de súbito. La novela, la poesía y, en general, el primor de la escritura, facilitan vivir la vida examinándola de continuo, como exigía Sócrates a sus discípulos. Su buen hacer impide vivir ciegos y de corrido.
Pasan los siglos y a la hora de la verdad, llegado el momento de profundizar en la vida, volvemos a lo mismo, a distinguir entre pensar y razonar. La razón distingue, deduce e interpreta pero no piensa. Para pensar hay que inspeccionar y volver sobre lo dicho. Hay que repasar y rascar en las ideas para ver sus tripas y calcular su riqueza o indigencia. En definitiva, hay que emplearse en la incómoda pero sabia tarea de reflexionar, que es una actividad íntima y amigable que crece hacia dentro y echa raíces.
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Hoy ya no se combate la crítica o la discrepancia quemando libros. Al revés, se multiplica la edición de textos y se crea una plétora donde cada vez es más complicado y costoso distinguir entre lo bueno y lo mediano. La publicidad ayuda, pero la más de las veces obstaculiza. Un buen libro se defiende solo y arde solo. En realidad, si uno busca obstáculos en la sociedad contra el pensamiento, lo encuentra más fácilmente en las redes sociales y en la inteligencia artificial, que son las mayor hoguera de libros figurada e indirecta que se conoce. Sustituyen con imágenes, eslóganes y frases cortantes los laberintos sinuosos del amor y la paz. Arramblan y confiscan la verdad a fuerza de una memoria inhumana y una base de datos descomunal.
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