Demócratas
«Nos escandalizamos porque tanta gente, de un extremo a otro del arco político, se atribuya el título de demócrata y olvide que hay muchas formas de democracia
La palabra democracia sufre una distorsión creciente. Mucha gente se autocalifica de demócrata y tilda categóricamente de antidemocrático a quien no esté de acuerdo. En ... esta oposición radical reside el principal escollo, pues pronto se polariza el término y se vuelve binario y excluyente: o demócrata o facha. No deja mucho espacio para los medio demócratas, los casi demócratas, los que lo son en algún aspecto y no los son en otros.
Sin embargo, los hechos no son tan obvios, ni se muestran tan definidos y ambivalentes. Por ejemplo, en materia de religión cabe sostener que la doctrina cristiana es bastante demócrata, los cristianos los son mucho menos, la Iglesia no lo es en absoluto y la elección de Papa lo es parcialmente.
Las personas más optimistas de mi generación creyeron que una vez derrotada la tiranía todo era coser y cantar. Olvidaron la reiterada advertencia acerca de que la democracia, además de una forma de gobierno, es un ideal que hay que sostener y remendar sin descanso. La democracia, como el capitalismo, si es que no son lo mismo, sea inseparable de sus crisis periódicas. Ahora nos sorprendemos por la poca confianza que inspira de nuevo la palabra, quizá desmemoriados por haber disfrutado de un progreso constante en la vida y chocar en la actualidad con la evidencia de que error y el retroceso vuelven y repiten, como en fondo sabíamos por instinto y por conocimiento de la historia.
Nos escandalizamos porque tanta gente, de un extremo a otro del arco político, se atribuya el título de demócrata y olvide que hay muchas formas de democracia: parlamentaria, directa, popular, autoritaria, de Ayuso, de Sánchez y alguna más. Y observamos que en ese laberinto los más oportunistas son los grandes inversores, que apuesten claramente, por comodidad y buenos dividendos, por una democracia presidencialista que se someta mejor a su arbitrariedad.
El viernes pasado, en la plaza de toros, no se oyó la habitual interrupción de algún aficionado, más o menos gracioso, comentando algún avatar de la corrida, sino que oímos varias veces lo que parecía, más que una exclamación de alegría, una declaración de guerra: «¡Viva España!». Soflama que fue jaleada generosamente por el público.
Sentimiento de triunfo que explotó cuando en el último tercio de la faena, en medio del silencio que acompaña al torero cuando se perfila para la suerte de matar, alguien soltó a voz en grito esta infeliz sugerencia: «¡Mátalo como si fuera Pedro Sánchez!». Recordé en el acto los tiempos en que si alguien cantaba el 'Cara al sol´ había que corearle brazo en alto, y me vino a la memoria también cuando de niños nos arrodillábamos en la calle al paso de un sacerdote con el viático en las manos.
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