Las realidades
«Los infundios del poder y los autoengaños propios nos han enseñado a compaginar lo verdadero y lo falso hasta extremos indistinguibles»
En algunos ámbitos de la vida la realidad ya no cuenta como referencia de verdad. La inquietud que despierta esta carencia sería menor si no ... fuera porque tiende a expandirse y a contaminar distintos círculos del conocimiento y de la experiencia vital. La clásica teoría de la correspondencia, que define la verdad como adecuación del pensamiento al objeto pensado, se va disolviendo y desautorizando.
Un primer motivo lo encontremos en la amplitud y transformación que han sufrido las referencias clásicas. Inicialmente remitían solo a la realidad empírica, al escaparate de las cosas. Más tarde, ya en la Ilustración, la conciencia interior, que hasta entonces era solo un círculo de ideas y sensaciones impalpables, sin solidez real, se convirtió también en un espacio de realidad, que quedó así duplicado en una realidad física y otra psíquica o mental. De esta suerte, la consistencia material del semáforo de la esquina y la de mi tristeza matutina son inequívocamente reales aunque pertenezcan a dos realidades distintas. Incluso mis sueños gozan de un inevitable empirismo en tanto que suceden en el territorio de mi conciencia.
Ahora bien, hoy estamos ante una ampliación desconocida. Una realidad aún virgen, virtual en este caso, exige una adecuación de nuestro pensamiento al ámbito de las redes y la inteligencia artificial. Lo que antes tomábamos como aparente o imaginario, hoy tiene la misma consistencia que el paisaje que observo o que mi relato biográfico, aunque se sostenga sobre un sustrato estrictamente numérico.
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A mediados del siglo pasado, Hannah Arendt afirmó que los hechos no estaban seguros en manos del poder. Se quejaba por entonces de la tremenda tergiversación que se había llevado a cabo sobre el compromiso de Estados Unidos en la guerra de Vietnam, información que acababa de ser puesta a disposición del público en los llamados Papeles del Pentágono. Sin embargo, a esos engaños tan burdos ya estamos habituados y no nos sorprenden más. Nos hemos acostumbrado a ser mentidos políticamente de modo flagrante y, al mismo tiempo, a creernos por conveniencia y sin reparos las mentiras más descaradas e incluso infames. Además, también nos hemos convencido, desde Freud, que en la otra vertiente de la realidad, en la conciencia, hay un trapicheo de miedos e intereses que nos condenan a un autoengaño permanente.
Los infundios del poder y los autoengaños propios nos han enseñado a compaginar lo verdadero y lo falso hasta extremos indistinguibles, aunque curiosamente no perdemos del todo la capacidad de reaccionar y revertir las cosas a su sitio y su originalidad. Pero, para lo que se nos viene ahora encima, no contamos aún con la suficiente experiencia como para distinguir lo cierto de lo falso, lo sincero de lo engañoso. En el escurridizo territorio virtual permanecemos aún impotentes para establecer un criterio de verdad.
Lo que observamos a la luz no responde a la misma apariencia que reina en cine o la literatura, donde la ficción es la esencia última del proceso. Sabemos que los cuentos o las novelas pueden ser reales, pero para despertar ese efecto previamente hay que atravesar una barrera de invención o alegoría que los ocultan. Mientras que en el cine, para subrayar la fantasía o la imaginación del guion te advierten anticipadamente que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Sin embargo la invención novelesca o fímica tiene poco que ver con la realidad virtual, donde el criterio de adecuación es imposible de aplicar. Aquí no hay separación ni distinción posible entre mentira y verdad. Solo desplazándolo a las otras realidades con las que estamos familiarizados, la física o la mental, podemos atisbar algo que responda al concepto de adecuación. Es inquietante que, preguntado el ChatGPT sobre la naturaleza de sus repuestas, conteste que él no ha aprendido a escribir, que es simplemente un algoritmo y que en lo único que sabe es poner una palabra tras otra guiándose por un cálculo estadístico.
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