
Enrique Cornejo, Empresario y gestor del Teatro Zorrilla
«Mi vida ha descansado siempre en la escala de valores que me dieron mi familia y Valladolid»Secciones
Servicios
Destacamos
Enrique Cornejo, Empresario y gestor del Teatro Zorrilla
«Mi vida ha descansado siempre en la escala de valores que me dieron mi familia y Valladolid»La escena es dramática. Propia de aquel año de posguerra española de 1959. El muchacho, que solo tiene diecisiete años, ha perdido a sus padres con una diferencia de meses. Viaja con un pasaporte del gobernador civil de Valladolid, en el que se indica que ... es huérfano y menor de edad. Acaba de llegar a Madrid y se aloja en una pensión sin ventana y sin aseo, tan solo con un lavabo, por la que paga tres pesetas. Y lleva en la maleta unos guantes de boxeo: su primera herramienta para abrirse paso en el mundo a puñetazos. Pero se lleva de Valladolid algo más que los guantes: el amor irreductible por la cultura y por el teatro que le ha inculcado su padre, desde muy niño. Y se jura a sí mismo que algún día volverá. Sesenta y seis años después, Enrique Cornejo ha recibido esta semana el título de Hijo Predilecto de la ciudad que le vio nacer en 1941. Después de regresar convertido en uno de los grandes empresarios teatrales de nuestro país.
–¿Cómo era aquel muchachito de Valladolid que llegó a Madrid con poco más que una maleta?
–Viví en Valladolid mis primeros diecisiete años. Allí pasé mi niñez y allí estudiaba en la Escuela de Comercio, cuando perdí muy pronto a mi padre y a mi madre. Y en mí se produjo entonces un rompimiento absoluto. Así que el primer impacto que experimento cuando llego a Madrid es la desolación. La tristeza (no tanta en aquel momento como la que sentiría después, de adulto) por haberlo perdido todo. Así que dejé la maleta en el suelo, me senté en la cama y me eché a llorar, porque comprendí que estaba solo… ¿En qué ha descansado siempre mi vida desde entonces? En la escala de valores que me dieron mi familia y Valladolid. Una escala de valores compuesta por lealtad, honradez, trabajo, respeto, amor a la cultura... Ahora se habla mucho de memoria histórica. La mayoría de las personas que lo hacen, preferentemente políticos, lo hacen porque lo han leído o se lo han contado sus mayores o algún conocido… ¡Pero es que yo lo he vivido! A mí nadie me puede decir lo que fue la posguerra.
–¿Y cómo era esa posguerra vallisoletana que vivió Enrique Cornejo?
–La posguerra fue muy dura, en un Valladolid oscuro. La recuperación fue muy lenta y de una gran tristeza, pero a cambio aquello nos unió mucho a los vallisoletanos. Vivíamos en una ciudad de 137.000 habitantes (hoy somos 300.000), y los vecinos nos facilitábamos un vaso de aceite, un tazón de azúcar, lo que necesitábamos para subsistir. «Yo se lo devuelvo a usted cuando vaya con la cartilla de racionamiento», decía mi madre a otra, u otra a mi madre. Mi padre estudió medicina, pero no ejerció, sino que se dedicaba a los laboratorios. Y los amigos de mi padre eran todos gente intelectual, de las letras, de la medicina, de la pintura, del arte, del teatro... Por eso, aunque luego pasé de ahí a darme mamporros en el boxeo, lo que sí mantuve siempre es la facilidad de desenvolverme entre la gente interesante, y de escucharla.
Noticia relacionada
Carlos Espeso
–¿Cómo fueron aquellos primeros pasos en Madrid?
–Lo primero que yo tenía que hacer era subsistir. Al llegar a Madrid pasé por varias actividades, y en todas ellas creo que tuve una gran decisión. Entonces hice seguros de vida, vendí libros a plazos por las casas y empecé a tener suerte, quizás por mi manera de exponer las cosas, también muy vallisoletana, de una gran sinceridad. Me llevaba el 25% de lo que consiguiese y ganaba dinero. Todo ello lo simultaneaba con el boxeo y gracias al boxeo llegué a poder gestionar mi propia carpa. La carpa era de la Federación Española, cuyo presidente era don Vicente Gil, el médico de Franco, que también presidía la Federación Europea. Y enseguida empecé a utilizarla para el boxeo durante tres meses (junio, julio y agosto) y durante los nueve restantes hacía teatro. Recuerdo que tenía que solicitar los permisos a nombre de alguien mayor de edad y, como en las películas de cine negro americano, lo hice a través de un exboxeador, peso pesado, que tenía carnet de identidad, porque entonces el carnet no te lo daban hasta los 21. Con el boxeo gozaba y me mantenía en forma, pero a partir de septiembre tenía mis sillas de tijera, creaba un escenario, y alquilaba el vestuario y los telones para la escenografía. Hacíamos teatro de repertorio, con obras de don Jacinto Benavente, obras clásicas, el Conde de Montecristo… Y por supuesto el Tenorio, del que siempre he sido un gran defensor, hasta el punto de aprenderme muchas citas de memoria, que uso en cuanto tengo oportunidad. Entonces estábamos en cada ciudad un mes o dos, y siempre a teatro lleno, con dos funciones diarias, catorce semanales.
Noticias relacionadas
–Y cuando a la compañía le tocaba pasar por Valladolid, ¿pensaba usted en volver?
–Yo siempre, siempre, y no son palabritas, llevaba a Valladolid en mi corazón y en mi cabeza. Siempre Valladolid como una salida y un retorno. Lo que sí es cierto es que en las giras muchas veces yo evitaba pasar por la ciudad, porque para mí las calles de Valladolid seguían siendo muy tristes, por el recuerdo de mis padres. Estuve años incluso sin visitar el panteón familiar. Me daba mucha pena.
–Pronto pasó usted de ser productor a convertirse en empresario teatral…
–Lo que yo quería desde el principio era ser empresario. Cuando dejé la carpa, llegó a mis manos la obra de un autor en el que confiaba plenamente, y me propuse que se representara. Y me pregunté: ¿cuál es el empresario más importante que hay en Madrid? Entre los más importantes entonces estaba la familia Fraga. Jaime Fraga tenía una cadena como de veinte cines-teatro por Galicia, y en Madrid el teatro Alcázar y el Beatriz. Me fui a verle a sus oficinas. El hombre me sonrió, me aceptó la obra y me dijo: «Le prometo que la leo y véngase usted la semana que viene». Volví la semana siguiente y me dijo con toda sinceridad: «Vamos a ver, la obra es deleznable, no hay por dónde cogerla». ¡Y yo que creía que llevaba un tesoro! No representamos la obra, claro, pero a cambio me hizo una propuesta para que trabajara en su grupo. Trabajé con él un tiempo y en ese ínterin nunca paré de estudiar marketing, comercialización, dirección de empresas… como se estudiaba entonces, en academias y por la tarde-noche.
–Entre medias, conocería y trabajaría para Tomás Pascual…
–Así es. Precisamente a la salida de una charla mía en la Cámara de Comercio de Madrid me abordó un señor que me dijo: «Mire, le he estado escuchando, y aunque he venido por otras causas, ¿quiere usted trabajar para mí?». Aquel hombre decidido y agresivo, empresario nato (vamos, que cuando veo a Donald Trump creo que éste no tenía nada que envidiarle) se llamaba Tomás Pascual, y estaba entonces desarrollando la cadena SPAR de alimentación. Y necesitaba un director general de ventas. Así que me fui a Burgos, a trabajar con él. Pero me faltaba todavía por hacer la mili. Desde los 21 años yo había ido pidiendo prórrogas, y aunque ya tenía unos cuantos trajes en el armario, en un momento determinado me dijeron que ya no era posible demorarlo más. Me marché de la empresa y Tomás Pascual se llevó un gran disgusto, porque no fui capaz de decirle el motivo por el que me iba. Yo estaba trabajando con hombres que tenían hijos casi de mi edad, y pensé, cobardemente, que si se enteraban de que les estaba dirigiendo un chico que no había hecho ni la mili… ¡Vaya decepción! Cuando terminé el servicio militar, Pascual me llamó de nuevo.
–Pero no volvió a Burgos, sino a Madrid.
–Yo ya me dije entonces que lo que de verdad quería era seguir con mi teatro en Madrid, así que volví a Fraga, y él paternalmente me aceptó. Más que eso: me hizo socio minoritario en su departamento de producción. Y me puse a producir para el Alcázar y el Beatriz. Ahí hicimos docenas de obras de todo tipo, y conocí a los grandes autores de la época: los Luca de Tena, los Mihura... Murió el padre de Fraga, que era el titular del Alcázar, y a mí me dejaron el teatro Beatriz. A partir de ahí ya empiezo a coger por mi cuenta teatros en Madrid. Hasta trece llegué a tener.
–Cuando ya era un empresario que había hecho carrera en toda España, se le presenta la primera oportunidad de 'regresar' a Valladolid… ya de otra manera.
–Sí, hace quince años. Volví con los sesenta y tantos cumplidos y creo que ya estaba preparado. Un día me llama Ramiro Ruiz Medrano, que entonces era presidente de la Diputación, para anunciarme que me habían concedido la Medalla de Oro provincial. Durante el acto, me enteré de que la Diputación estaba reformando el teatro Zorrilla y convocaba un concurso para gestionarlo. Y al final me presenté y gané. ¿Y por qué gané? ¿Y por qué he conseguido renovar cuatro veces más el mandato? Sin duda porque muchos podrán hacer la misma programación que pueda hacer yo, pero yo desde el principio me he tomado el proyecto del Zorrilla como algo más: como un museo, un templo de la cultura. En quince años, más de cuatro mil representaciones, unidas a conferencias, conciertos, homenajes, presentaciones de libros…
–Además del Premio Internacional de Poesía José Zorrilla… ¿Por qué la poesía como bandera cultural del teatro?
–En medio de mi trabajo como empresario yo ya fundé en Madrid la Academia Rafael Alberti para la formación de actores. Nuestro método formativo era el verso, porque el actor que dice bien el verso vocalizará e interpretará bien la prosa. ¿Qué ocurre ahora? Que como no se sabe decir el verso, pones una serie de televisión y a los actores no se les entiende nada, porque no pronuncian, no vocalizan. Alberti, en sus últimos años, iba a nuestra academia algunas tardes. Vivía cerca, y siempre que iba se las arreglaba para recitar. Y a mí siempre que me preguntaban que cómo era don Rafael les decía lo mismo: tan buen poeta como mal recitador.
–Uno de los muchos grandes personajes con los que ha coincidido en su vida…
–La verdad es que yo no soy rico, sino riquísimo en haber conocido a gente importante. Porque la importancia yo se la doy siempre al talento. ¡Conozco tanta gente de dinero que no sabe hablar de otra cosa que de dinero! Yo, en cambio, he tenido la fortuna de poder estar con Camilo José Cela, Rafael Alberti, Antonio Gala, Buero Vallejo… Cuando hacía autores vivos, procuraba viajar con ellos en mi coche a las ciudades de provincia. Igual que viajaba con Julia Gutiérrez Caba, con María Jesús Valdés, con Alberto Closas, con José Luis López Vázquez, con José María Rodero… La verdad es que he vivido una época que los nuevos no la van a vivir. Ése es mi verdadero capital. ¿Vivo de él? No, porque todavía tengo que trabajar, pero para mí es mi riqueza.
–Un trabajo y un amor por Valladolid que le lleva a ser reconocido como Hijo Predilecto, al lado de otros nombres, como los de Núñez de Arce, Pino, Delibes… que imagino que en su día serían para usted figuras de una altura inalcanzable…
–Tengo hasta la fecha alrededor de ciento cincuenta reconocimientos y medallas. Del último reconocimiento es del que se dice siempre que es el más importante. Pero en este caso es absolutamente cierto. Me puedo echar hasta a llorar… Porque nunca pude soñarlo. Porque pienso sobre todo en mi padre que era insistente en lo de la cultura y me decía: Quique, solo la cultura arreglará la sociedad y los problemas del mundo. Y ahora Valladolid me hace su hijo predilecto. Y me deja desarmado.
–Y a partir de ahora, ¿qué puede hacer un hijo predilecto por su ciudad?
–Lo que yo quiero es que mi trabajo en Valladolid tenga proyección nacional. Por eso quiero traer aquí a los personajes más importantes del mundo de la cultura. Veo que estamos inmersos en un movimiento que nos lleva a consumir y a gozar demasiado rápidamente de las cosas, y no somos conscientes, o no queremos serlo, de la verdadera riqueza cultural que tenemos en Valladolid. Veo también que en cuestión de cultura no pueden estar las instituciones cada una por su lado, porque la cultura no puede administrarse por parcelas y sin visión conjunta de futuro. Y no puede estar canalizada única ni principalmente por las instituciones políticas: el ciudadano tiene también la responsabilidad de cuidarla y de defenderla. Y tiene además que entrar aquí el mundo empresarial. A veces me veo como un señor que está en el desierto gritando. ¿Me escucharán? Pues no. Pero yo seguiré gritando. Veo que mi entrega de estos próximos años va a ser absoluta, y para que lo sea me tengo que venir a vivir a Valladolid. Y este será ya el final de mi camino…
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.