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El taller del escultor riosecano Ángel Martín alberga durante los últimos días a un inesperado invitado muy especial. Junto a los modelos en yeso y ... en barro de la escultura de homenaje al cofrade, de la patrona de Villavellid o del paso del Cristo de la Paz y la Misericordia de León; junto al relieve del Rincón de Unamuno, el paso de San Isidro Labrador o la bella talla de una Magdalena destaca la réplica de un cocodrilo, de gran envergadura y realismo, que pesa unos 50 kilos y mide más de tres metros. Se trata de la escultura en resina de poliéster que hace años fue colocada en una fachada de una casa de la calle Mayor para hacer referencia a la leyenda de la piel de este animal que existe en la iglesia de Santa María. El pasado mes de octubre un camión de gran tonelaje que entró en la estrecha calle mal guiado por el GPS dañó la parte superior del hocico de la reproducción del reptil, por lo que ha tenido que pasar por el taller del escultor riosecano para ser restaurado. La instalación de un andamio en la fachada de la casa para obras es su tejado ha facilitado el traslado de la pieza.
Las labores de restauración han consistido en la colocación de una estructura interna en la boca del cocodrilo para que, a modo de andamiaje, ir colocando los trozos que se recuperaron del golpe del camión, así como las partes que han sido repuestas con resina de poliéster, todo ello reforzado con hierros y malla. Tras la reconstrucción de toda la parte dañada, entre los que se encuentra algunos dientes, fijados con puntas, Ángel Martín ha tenido que tallar los trozos repuestos imitando las escamas del cocodrilo. La policromía presentaba en toda la pieza grandes daños debido a la humedad, por lo que su reintegración integral, que va a realizar la esposa del escultor, María Ángeles González, junto a la aplicación de un protector para evitar los efectos de la climatología, pondrán fin a la intervención. Martín aseguró que la restauración ha sido toda una experiencia, destacando «la gran calidad de la reproducción, casi idéntica a un ejemplar verdadero».
Fue en el año 2011, con motivo de la exposición de Las Edades del Hombre, cuando el matrimonio de empresarios riosecanos Antonio Fuentes y María del Mar Herrero decidió colocar en la fachada de su casa de la calle Mayor como importante reclamo publicitario de distintos productos que el establecimiento Wengue puso desde entonces a la venta en forma de sabroso cocodrilo de caramelo y sus lágrimas, pero también como motivo decorativo de dedales, imanes, pisapapeles, camisetas o cocodrilos de distintos materiales y tamaños, entre otros regalos, animando a su compra con el lema «si quiere conservar su felicidad, no se olvide de llevar el cocodrilo de esta ciudad», pues este animal se relacionó siempre con la felicidad, según explicó María del Mar Herrero, quien destacó que «era necesaria la restauración, no podía estar sin dientes, además todo el mundo estaba pendiente de su restauración, incluso un forastero entró a la tienda y nos lo dijo». Además reconoció que son cientos y cientos los turistas que cada año se paran para hacerse una fotografía bajo el cocodrilo, señalando la gran variedad de historias que los padres cuentan a sus hijos para explicarles la presencia en la fachada del popular cocodrilo, al que sus promotores le pusieron el nombre de Secori, iniciales de Sequillo, cocodrilo y Rioseco. Lo cierto es que el cocodrilo ha acabado convirtiéndose con el tiempo en un reclamo turístico que sorprende al visitante al contemplar en la iglesia de Santa María su piel seca o la réplica del animal trepando por la fachada de la calle Mayor.
Corrían los lejanos años en los que en la Ciudad de los Almirantes se estaba construyendo la iglesia de Santa María cuando ocurrió que cada nueva mañana los trabajadores encontraban por el suelo lo realizado el día anterior. Nadie sabía quién era el que estaba detrás de aquella diabólica acción, hasta que se descubrió con estupor y miedo que el culpable era un enorme cocodrilo que se escondía entre las espadañas del río Sequillo. El problema surgió cuando hubo que decidirse a enfrentarse a tan monstruoso y temible animal. Nadie quería arriesgar su vida, hasta que un preso se ofreció a acabar con la bestia a cambio de su libertad. Este valiente hombre se colocó delante del animal con un gran espejo, lo que hizo que al verse el cocodrilo reflejado se quedara inmovilizado ante tan extraño artilugio, momento que fue aprovechado por el preso para acabar con su vida clavándole una gran lanza, gracias a lo cual recibió la libertad.
La realidad suele ser más sencilla, aunque también menos fantástica. Se trata de la piel de un caimán que como exvoto fue donada en el siglo XVIII por Manuel Milán, riosecano que marchó a América en busca de fortuna, que encontró, ya que llegó a ser alcalde de Puebla, en México. En la misma iglesia de Santa María se conserva un retrato de este hombre junto a su sobrino, a pesar de la creencia de que era la representación de aquel valeroso preso de la leyenda y la de un niño al que salvó de las fauces del cocodrilo. El de Rioseco no es un caso aislado. Numerosas iglesias españolas y europeas esconden en sus muros la enigmática exposición de pieles de caimanes, cocodrilos y serpientes que cuelgan de sus paredes pareciendo vigilar al visitante y dando la bienvenida al curioso. Son exvotos u ofrendas que esconden en cada caso antiguas historias y leyendas que hablan de miedos populares vencidos por valerosos héroes
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