Muere Esteban Geijo Prieto, el conocido empresario de Tudela de Duero
Sus mulillas y caballos de picar recorrieron gran parte de la comunidad y quienes le conocieron lo describen como «apasionado de su trabajo y fiel seguidor del mundo taurino»
Hombre de campo y con tradición de labranza y caballerías. Esteban Geijo, un referente en el ámbito de los mulilleros de toros, fallecía a los ... 86 años. Toda una vida, desde que su hijo Carlo Geijo se casase, dedicada al negocio de las mulillas y los caballos de picar. 28 años concretamente son los que, arrastrados por la afición de Esteban Geijo por el mundo de los toros, han estado padre e hijo mano a mano recorriendo todas las plazas de Castilla y León, a excepción de Soria.
Era 1936, faltaban 9 días para que estallara la dolorosa Guerra Civil española cuando nacía en una pequeña pedanía leonesa Libertario Esteban Geijo. Sus padres, dedicados al trato y la agricultura, acogían a este bebé que sería el segundo hijo de los tres que tendrían. Años más tarde la familia, ya con tres hijos, llega a Valladolid en busca de un mejor futuro para todos ellos.
Su hija Maite Geijo señala que los años siguientes fueron «años de formación con los hermanos del babero, como él los llamaba, en el colegio vallisoletano de La Salle, tarea que combinaba con el trabajo en la finca familiar ayudando a su padre en lo que se convertiría más tarde en su gran pasión: los animales y en especial los caballos y los toros».
Desde joven despuntaba como un chico avispado y muy trabajador. Conoció, mientras jugaba al fútbol en La Cistérniga, a Angelines. La mujer que ha sido su esposa y compañera durante más de 60 años. La visitaba yendo a su pueblo en la moto Ossa que había logrado comprarse y como buen aficionado, pronto la invitó por primera vez a ir a los toros a Valladolid.
Maite Geijo, una de las hijas del mulillero, recuerda una de las cientos de historias que su padre contaba: «Recogió a mi madre en su casa y ambos partieron en la moto dirección a la plaza. Cuentan que encontraron mucho tráfico en la calle de la Estación y mi padre decidió meterse entre los coches para poder llegar a tiempo a ver el paseíllo. Mientras sorteaba coche a coche, Angelines sentada, de medio lado tras él, se golpeó con las piernas contra uno de aquellos vehículos yendo a parar directa al suelo. Esteban, concentrado en su determinación para no llegar tarde, ni siquiera se dio cuenta de que había perdido a su novia dejándola sentada en el suelo de la calzada».
«Continuó en la moto hasta que descubrió con extrañeza que viajaba solo. En ese momento se daba incrédulo la vuelta para ir a recogerla. La aventura continúa cuando logran llegar a la plaza y comprueban con sorpresa que sus localidades son contiguas, pero les separa el vomitorio. No se dieron por vencidos. Un amable caballero se cambió de sitio para que pudieran estar juntos», recuerda entre risas y bonitos recuerdos Maite Geijo.
Esteban y Angelines se casaron y vivieron primero en La Cistérniga, para pocos años después instalarse en Tudela de Duero. Esteban compraba y vendía caballos y ganado para carne. El trato era su principal medio de vida, aunque pronto abrió junto a Angelines una carnicería. En pocos años lograron construir un cebadero en el pueblo y comprar la finca de Plasencia. «Trabajar y vivir los hizo sinónimos. Cada amanecer convertido en actividad: viajar, compartir, crear, conversar, negociar y como relax: su familia siempre», destaca su hija.
En 1990, Esteban y su hijo Carlos compraron, en San Martín del Castañar, los primeros petos para los caballos de picar. Unían así sus dos pasiones: los toros y los caballos. En adelante, recorrerían las plazas de España llevando también las mulillas para el arrastre. El día a día era arduo, pero «él disfrutaba superando las dificultades», apuntan. Son cientos las anécdotas surgidas en la carretera, del contacto con tantas personas o de las plazas comiendo pipas dentro del callejón conversando del mismo modo con el arenero, con el más importante empresario o figuras del toreo.
Maite Geijo recuerda con exactitud una de esas historias: «En plenas fiestas de Laguna de Duero sufrió un cólico nefrítico. El dolor le hacía literalmente retorcerse, pero el camión con los toros debía llegar a tiempo para el encierro nocturno. Allí estaba él, a la hora en punto. Ni recordar quiero en qué estado, soltando los toros y esperando a que terminara el recorrido para poder llegar a las urgencias de la antigua residencia Pío del Río Ortega». Así era él. Nada de toda esta historia hubiese sido posible sin la capacidad de un hombre hecho a sí mismo. Exigente, dedicado, comprometido, serio, muy serio y muy generoso, sencillo y haciendo honor a su primer nombre libre, muy libre. Amigo de sus amigos. Maestro de muchos y compañero para todos».
Quien puede dar buena cuenta de cómo era trabajar con Esteban Geijo es Roberto Aguados, empresario de la plaza de toros de Tudela de Duero. «Fui yo quien le propuso crear una cuadra de picar porque en la zona no había ninguna a no ser en Madrid o Salamanca», resalta Aguados. «Era un gusto trabajar con él. Transmitía una tranquilidad solo propia de un profesional como él. Esteban Geijo era sinónimo de seguridad porque resolvía cualquier imprevisto», destaca el empresario.
Setenta y cinco años ininterrumpidos de dedicación y entrega a sus caballos, sus toros y a los que rodeaban su mundo. Descanse en Paz Esteban Geijo Prieto.
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