«Tengo amigas de mi edad que están ya casadas la mayoría, todas o casi todas»
Menores prometidas y madres, una realidad que, aun cambiante, sigue presente en el colectivo gitano
Una niña de 14 años que da a luz un segundo hijo. Un escándalo, un cómo es posible. Una mirada atónita que se vuelve ... horrorizada cuando se conoce, además, que su pareja le dobla la edad, más cerca de la treintena que de los 20. Y eso, dice Alberto Rodríguez 'Bertoni', director del colegio Cristóbal Colón, no es normal, «pero niñas y niños menores de 18 años que tienen hijos, unos cuantos» tiene ya localizados. «Con 15 y 16. Y salen de este cole».
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De ahí, de un entorno tan concreto como el del colegio de Pajarillos, brotan en gran medida las cifras que luego refleja el Instituto Nacional de Estadística. En seis meses de 2019 nacieron 155 bebés en España de «madres de 15 años y menos».
El Cristóbal Colón es una puerta de entrada a la cultura gitana. Cristina (18) y Yoana (15) estudiaron allí, como su hermana pequeña (6). Ejemplifican lo que quiere conseguir Bertoni con un plan experimental que requerirá de la buena voluntad y la flexibilidad de la Consejería de Educación. Y lo que, además, busca el padre de ambas, Antonio Dual Gabarri. «Yo intento retener todo lo que pueda a mis hijas, para que estudien y tengan un futuro bueno. Eso es que estudien, que tengan algo en la vida, que no vayan a ciegas. Y comprometerlas, por ahora, no. Soy su padre y tengo que interesarme por ellas», dice.
Comprometerlas. Una palabra que encierra un «de por vida». La familia del chico va a casa de la familia de la chica y «la pide». Si la respuesta es sí, están comprometidos. Si «se escapan», como relata Bertoni, también. Yoana, con 15 años, lo explica con la naturalidad de quien ha nacido en ese contexto social. «A mí me parece mal que se casen con 15 años y se pidan y todo eso», dice, para consuelo de su padre, pero advierte: «Hay que ponerse en el lugar de la chica. Si se enamoran y el padre no la deja estar con él y la única opción para estar juntos es pedirse, tenga 15 ó 14... La adolescencia es muy difícil en los gitanos y si ella se enamora y su padre no la deja, ni nada, la única opción que le va a quedar es pedirse, aunque luego se arrepienta», justifica. Y ahí está la clave, claro. Porque el arrepentimiento no es una posibilidad, como asume ella misma. «Si te arrepientes, te aguantas. No nos dejan esa opción de decir lo voy a intentar y si me sale mal, pues...».
«Cada vez hay más gente que no sigue esa línea» de comprometerse joven y ser madre de inmediato, asegura Cristina
Y a Antonio se le escapa el «Yoanita» cuando escucha esto. Un diminutivo que lo dice todo. Que muestra al padre ante la niña mientras su entorno ve a la mujer. «Tengo amigas que tienen mi edad y ahora están casadas la mayoría, todas o casi todas», explica ella.
Aunque su hermana, Cristina, es el ejemplo de que algo está cambiando. «Ahora cada vez hay más gente que no sigue esa línea», dice. Aunque la pidieron con 15 y se casó con 16, ha esperado dos años para quedarse embarazada. «Tengo amigas del instituto que todavía están solteras, viviendo con sus padres, y tienen mi edad, 18 años. Yo ya estoy casada y ellas están solteras, y cada vez hay más que no se quieren prometer. Esto de la cultura gitana va cambiando. Ya no es como antes. Ahora para encontrar una que con 15 años se casa y es madre te encuentras a 10 que tienen 20 años y están en casa con los padres», asegura.
Ella dejó de estudiar en 3º de la ESO, cuando se comprometió. «Llegué hasta tercero, sin repetir nunca. Me ofrecieron hacer cuarto, porque tercero ya lo aprobé, pero como me prometí, pues lo dejé». Cree que, aunque volver a estudiar para titular en Secundaria no es una posibilidad que contemple, podrá trabajar si lo desea. «Me encantaría trabajar, porque hasta que nazca el bebé no tengo nada que hacer, mi marido también trabaja, y me gustaría ayudar a los niños, es una cosa que me gusta», dice, encantada de aceptar el plan que Bertoni le propone a la Consejería de Educación. Que las «niñas-mamá» del barrio, como él las llama, puedan acudir al colegio dos o tres días a la semana, participar en talleres, recibir una formación que las cualifique profesionalmente, que enseñen a leer y escribir a los más pequeños, para que luego lo repliquen en casa con sus propios bebés...
«¿Qué es lo mejor para tu hija? Que esté contigo, que tenga una carrera y una formación. Y después viene lo demás», dice Antonio, el padre
Yoana está ahora en tercero de la ESO. «Me gustaría acabarla», asegura, y cuenta que le gustaría hacer «algo de peluquería y maquillaje», aunque por cómo lo dice no parece que sea en un instituto, a través de un grado de Formación Profesional.
Bertoni hace la cuenta de memoria. Calcula que en cuatro o cinco años han salido de su colegio «ochenta o cien estudiantes», casi todos de etnia gitana y alguno, como un recién llegado de seis años, marroquí o de otra nacionalidad. «No habrán titulado secundaria más de cinco. Y son muchos».
Antonio enfatiza. «Cómo se sienten los padres. Es importante que lo pongas. Cómo se sienten los padres gitanos en estos casos», repite. «Ese sentimiento que es inexplicable, que no tengo palabras. Que vengan a por tu hija cuando es joven. Cómo se te queda la cara. ¿Qué es lo mejor para tu hija? Que esté contigo, que tenga una carrera y una formación. Y después viene lo demás», insiste. «Lo que intento es que mis hijas busquen un futuro. No tienen tanta prisa para comprometerse porque hay vida. Lo de mañana, Dios dirá. Pero el padre, la incertidumbre que tengo yo... Es que venga, a comprometerse. No, primero saca algo, intenta hacer algo de peluquería o algo. Y luego si te tienes que comprometer, te comprometes». Habla de miedo. De miedo «a que llamen a la puerta y te digan 'vengo a pedirte la mano de tu hija'». ¿Y si no es el adecuado? O lo que es más duro. ¿Puede saber una niña de 14, de 15 años, si ese que la pide es el adecuado para compartir toda su vida?
«Tienes que estar muy segura, hay gente que lo hace a lo loco, en mi caso no porque a mi marido lo conocíamos de toda la vida, sabíamos que era buena gente, mis padres estaban de acuerdo. Estaba muy segura y no me equivoqué, gracias a Dios», asegura Cristina.
Habla con aplomo. Piensa las palabras. «Crecemos con eso. Vemos que alguien 'se pide' con 15 años y lo vemos normal, y que alguien ha sido madre con 16. Y hay algunas que no. O que ellas mismas no quieren hacer eso. Pero verlo, lo vemos normal, porque nos hemos criado con eso, desde pequeñas vemos que la gente se ha pedido joven, que han sido madres jóvenes. Puede que lo hagamos o no, pero para nosotras es normal».
¿Y si su bebé es una niña? «Creo que va a estar todo supercambiado cuando mi hija sea mayor. Y no va a ser como ahora. Porque si ahora ya ha avanzado, cuando pasen 15 años habrá avanzado más, y a mi hija la voy a apoyar en lo que vea bien que haga. Si quiere estudiar, su padre y yo la vamos a apoyar y si quiere hacer como yo, que se ha enamorado como yo también lo he hecho, y se quiere comprometer, también».
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