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Una vallisoletana se salva del asesino de Múnich gracias al cambio de unos zapatos

Una vallisoletana se salva del asesino de Múnich gracias al cambio de unos zapatos

Asegura que no piensa cambiar su ritmo de vida porque, aunque no ha sido un atentado, es lo que se pretende con estos actos

el norte

Lunes, 25 de julio 2016, 19:24

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La joven vallisoletana Elsa Rodríguez evitó encontrarse con el asesino de Múnich, Ali David Sonboly, en los pasillos del centro comercial Olympia gracias a que la amiga que la acompañaba encontró en el último momento un par de zapatos que decidió cambiar por el que ya había adquirido.

«Si no hubiéramos encontrado los zapatos no estaríamos vivas», ha señalado en declaraciones a Europa Press Elsa Rodríguez, quien trabaja en Múnich en un despacho de abogados hispano-alemán y vive muy cerca del centro comercial en el que se produjo la tragedia, en la que murieron nueve personas, y al que suele acudir habitualmente.

La joven de 26 años reconoce que aún sufre angustia tras lo vivido, pero aún así cree que este tipo de hechos que, aunque no sea un atentado terrorista considera que persigue los mismos fines, no deben cambiar su ritmo de vida, que a su juicio es el objetivo final de estos crímenes.

Rodríguez acudió al centro comercial Olympia --que cuenta con supermercado, tiendas y cafetería--, al que acuden habitualmente por la comodidad y la cercanía a su domicilio, junto una amiga y compañera de piso, también española, para buscar unos zapatos para una boda. Inicialmente adquirieron unos una talla más grande porque iban con algo de prisa para llegar a una cena.

Sin embargo, al salir, en la puerta y al lado de un montón de ropa, encontraron uno del tamaño adecuado, por lo que fueron a hacer el cambio y esperaron de nuevo la cola de la caja. Al terminar la gestión, bajaron desde el segundo piso pero se encontraron con una avalancha de gente que entraba en la tienda, que huía de lo que después se supo que era un agresor armado, por lo que se vieron obligadas a entrar y subir de nuevo a la planta superior.

Elsa Rodríguez ha explicado que los dependientes de la tienda sabían en todo momento lo que tenían que hacer, como si hubiera un protocolo establecido, y les pidieron que se juntaran todos, dejaran las sillas de los niños y les cogieran en brazos, tras lo que les dirigieron a través de una puerta de emergencia hasta un almacén ubicado en la parte más alta del edificio.

En total unas 150 o 180 personas se refugiaron allí, un lugar casi sin ventilación, no apropiado para la estancia de gente, entre maniquíes, cajas y plásticos y a una alta temperatura, dado que ese día hacía bastante calor y sol a pesar de que no es lo habitual en Múnich, ha relatado.

Aunque cuando alguien abría la puerta, el instinto pedía salir, alguno de los presentes ya había dicho algo sobre unos «tiros» que se habían oído fuera, por lo que a pesar de no saber qué ocurría exactamente, si era una bomba o alguien armado, permanecieron allí.

Un lugar seguro

Así, se fueron al final del almacén y se metieron en un recoveco entre una estantería y una pared, donde había maniquíes cubiertos con plásticos y al principio se escondieron hechas una «bolita» en unos momentos en que pensaron que el agresor podía estar allí y que había entrado detrás del grupo de gente.

Rodríguez confiesa que en ese momento miraba a su amiga y pensaba que era «el final», que iban a morir allí, en un lugar en el que había niños, mayores y gente que llamaba a sus familiares.

Ante la situación y con el ánimo de calmar a la gente trataron de tranquilizar al grupo, algo que a su vez hizo una mujer de unos 40 o 50 años con ellas, en un contexto en el que perdieron la noción del tiempo, ya que no sabe si fueron unas cuatro horas las que estuvieron en aquella situación, con un calor que hacía muy difícil pensar.

Elsa Rodríguez ha explicado que tenían conexión a Internet y comenzaron a recibir llamadas y mensajes en los que familia y amigos les preguntaban si estaban bien o dónde se encontraban, dado que el suceso ya había saltado a las televisiones internacionales.

Sin embargo, por el momento habían decidido no decir nada para no preocupar a sus allegados, aunque posteriormente consideraron más oportuno intentar contestar con el único «afán» de que «supieran dónde buscar si pasaba algo».

La situación se complicó por el calor y trataron de hacer el menor ruido posible, para lo que relata que, por ejemplo, la gente decía a dos niños pequeños --de entre dos o tres años-- que todo aquello era un «juego» con el fin de que no lloraran.

Así, además de tener silenciados los teléfonos móviles, procuraban no gastar batería ante la incertidumbre del tiempo que estarían allí, de manera que espaciaban los mensajes en los que comunicaban a sus familias que estaban bien, que oían policías y helicópteros, aunque era un momento en el que Elsa ha asegurado que se sabía más en España que allí dentro.

Durante el tiempo que permanecieron en el almacén, recuerda, ha insistido en que pasaron muchísimo calor, contra el que lucharon con un cartel de publicidad que hicieron pedazos para hacer abanicos y compartieron agua de los biberones de los niños, zumos o cacahuetes que tenían allí en un momento en el que «llegó un poco de calma dentro del caos».

Ánimos de la Policía Española

La joven ha relatado que una amiga suya de Madrid estaba «preocupadísima» por ella y se la ocurrió llamar a la Policía española para informar de lo que ocurría y proporcionó el número de Elsa.

A pesar de no haber respondido a otras llamadas, en una de las ocasiones cogió el teléfono, aunque no sabía quién era, y al otro lado del aparato se encontró a un policía español que explicó que estaban en contacto con la Polizei y las trató de animar, para lo que les dijo que eran «muy valientes» y un «orgullo» para el país, que no tuvieran miedo.

Elsa recuerda lo importante de esta llamada, algo que valora mucho, dado el apoyo que le supuso en esa situación que le llamara la policía de su propio país que, junto con los agentes alemanes, les trataron «increíblemente bien», lo que ha insistido en destacar.

Según pasaba el tiempo, Rodríguez recuerda que una dependienta hablaba con la policía, que decía que permanecieran allí y que el centro comercial tenía muchos establecimientos (más de 130), por lo que ayudaban a salir a la gente «por partes».

Finalmente, un grupo especial de la Polizei accedió al almacén, juntó a todos, dio algunas instrucciones para coger a los niños en brazos y pidió que salieran andando, de manera tranquila porque había seguridad.

La joven ha explicado que al salir era noche cerrada ya, algo de lo que no eran conscientes, y a la vez se miraban y se congratulaban de estar vivas al tiempo que veían algunos cristales rotos tras los disparos efectuados por Ali David Sonboly y una cantidad de policías, militares y ambulancias que no había visto nunca juntos.

Elsa Rodríguez se muestra convencida de que el tiempo en que cambiaron los zapatos fue fundamental y si no les hubieran encontrado se habrían topado de frente con el agresor.

La joven ha destacado la angustia que se vive en esos momentos, sobre todo por la incertidumbre de no saber qué ocurre, pero ha asegurado que hoy mismo volvería a trabajar y ningún acto de este tipo iba a cambiar su «ritmo» de vida porque cree que hubiera sido «fácil» coger un billete y haber vuelto a Valladolid, con su familia.

«Me niego en rotundo», ha asegurado Elsa Rodríguez, porque cree que sería dar la razón a quienes tratan de amedrentar con estos hechos, por eso ha pedido «no tener miedo», aunque sea difícil superar lo ocurrido días después.

Tras estos hechos ha lamentado que personas como ella no puedan hacer nada, pero cree que si se dan pasos atrás es como que los agresores hubieran «ganado».

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