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Enrique Gavilán, en una escena de la obra 'El cuello de la jirafa.

La insólita aventura teatral de un profesor de 63 años

Enrique Gavilán: «Mi vocación es la enseñanza, pero intuía que los escenarios se me podrían dar bien»

vidal arranz

Jueves, 22 de octubre 2015, 10:15

Se le ve entusiasmado con la experiencia. Casi podríamos decir incluso que Enrique Gavilán está rejuvenecido. Y es que no está al alcance de cualquiera estrenarse como actor teatral a los 63 años. Menos aún hacerlo en el marco de un grupo de vanguardia, rodeado de intérpretes más jóvenes. Y para colmo recibir buenas críticas en su primer salto a las tablas. Todavía es más infrecuente, si cabe, si tenemos en cuenta que su ocupación profesional habitual es la de conferenciante e ilustre profesor universitario. De Historia Medieval, para más señas. Aunque esto último quizás no sea tan sorprendente ni tan extraño después de todo. Al menos no lo es para él que está convencido de que «dar clase es representar un papel». De creerle, esta es la principal conclusión de su insólita aventura, que aún se prolongará previsiblemente durante meses en una gira intermitente por aquí y por allá: «El principal descubrimiento es que dar clase y subirse a un escenario es lo mismo».

Pese a las mieles cosechadas estos días en su estreno como actor profesional, Gavilán cree que no se confundió de vocación, que lo suyo es la enseñanza. «Pero el teatro siempre me ha gustado mucho e intuía que se me podía dar bien. Y parece que ha sido así». De creer a los críticos la suya es una presencia esencial en la obra 'El cuello de la jirafa', de la compañía Matarile, que podrá verse en febrero en Valladolid. En realidad, hay que aclarar que el profesor vallisoletano se interpreta a sí mismo, esto es, a un profesor. Pero claro, el contexto es sustancialmente distinto al de las aulas universitarias. Y el público también. Y su función es inequívocamente teatral. La directora de la obra, Ana Vallés, incluso le obligó a bailar, algo que como es obvio no hace en clase y que en un primer momento le produjo mucho pudor. «Es que yo bailo muy mal», admite. «Pero como vi que a Ana no le importaba, y que incluso era capaz de sacarle algún partido a mi torpeza, enseguida me relajé y me puse a ello». Así que ahí le tienen: dando clase, bailando, e incluso leyendo un tarot imaginario al público.

Lo del tarot merece una explicación porque en realidad nada de lo que Enrique Gavilán hace o dice en la obra es ajeno a su personalidad. Hay interpretación y puesta en escena, claro, pero a partir de un material de partida que no es otro más que él mismo y sus circunstancias. Y el tarot aparece entre esas singularísimas experiencias que Ana Vallés aprovecha. Y es que, aunque probablemente sea una faceta suya poco conocida, el ilustre profesor es un experto tarotista. «Nunca he leído las cartas a nadie, pero desde hace veinte años lo primero que hago por las mañanas es escribir mi diario y sacarme tres cartas», explica. «No lo hago porque crea que las cartas me van a decir lo que me va a pasar, sino porque me sirven para interpretar lo que va a ocurrir. Las cartas de tarot son símbolos muy fuertes». Esto último, la pasión de Enrique Gavilán por el mundo de los símbolos y sus códigos, ya extrañará menos a sus alumnos y a quienes le conocen.

El caso es que Vallés reelabora la afición por el tarot del profesor universitario para una escena de su obra en la que el neófito actor echa a espectadores del público cartas imaginarias y les deslumbra con sus interpretaciones y sugerencias. La escena debe funcionar bien porque lo cierto es que otra directora teatral gallega, que asistió al estreno, le propuso justo al terminar incorporarle a su nuevo proyecto dramático, precisamente en su papel de tarotista. Pero Gavilán declinó la invitación. No es fácil compaginar los deberes universitarios y de conferenciante con un calendario de giras imprevisible, y más difícil aún es pretender hacerlo con dos espectáculos vivos distintos.

La insólita aventura de Gavilán comenzó a brotar hace un año, aunque las semillas se plantaron mucho antes, en muchos años de amistad entre el profesor y la directora teatral gallega. Fue por causa de esa amistad por la que la invitó a una conferencia sobre la música y lo diabólico que impartió en Pontevedra. Vallés acudió y al terminar le hizo un anuncio profético: «En mi próximo espectáculo estarás tú». Gavilán se lo agradeció, pero no creyó que el asunto fuera a ir a más. «Me pareció que era una de esas frases bienintencionadas que se dicen y que luego no se cumplen y no pasa nada», recuerda hoy. Sin embargo, en Semana Santa le llamó y el proyecto de 'El cuello de la jirafa' se puso en marcha. Al verano siguiente se iniciaron los ensayos y la obra terminó de tomar cuerpo. Y el fin de semana pasado se estrenó en Orense con tres funciones. La próxima representación será ya en Valladolid el próximo 13 de febrero, en el LAVA. Y luego están ya comprometidas funciones en Vigo, Santiago y La Coruña.

«No hubo miedo escénico», recuerda el profesor. «Lo que más me preocupó desde el principio fueron las cuestiones administrativas, porque yo tengo dedicación exclusiva en la Universidad». Eso supone (como hace unos meses pudo descubrir el ex líder de Podemos Juan Carlos Monedero) que el profesor no podía firmar por su cuenta el contrato con Matarile. Debía hacerlo a través de la Universidad, que retiene un porcentaje de los ingresos. «A mí esto no me parece mal, por algo cobramos más que otros docentes», reconoce. «Lo peor fue el lío de papeles y de trámites».

Una vez resuelta la burocracia llegó la hora de empezar a construir. Y Gavilán fue, por primera vez en su vida, testigo privilegiado de cómo toma cuerpo una obra a partir de los materiales más heterogéneos y aparentemente dispersos. Algunos de ellos aportados por él mismo, lo que le ha valido figurar como coautor de los textos en los títulos de crédito. «La obra es como un mecanismo de relojería, pero se ha compuesto a partir de intuiciones que han ido surgiendo», explica. «Vallés es muy entusiasta de la coreógrafa Pina Bausch que planteaba sus obras así: proporcionaba un tema general a sus bailarines y la obra iba surgiendo a partir de lo que los intérpretes aportaban, que ella luego filtraba y seleccionaba. Ana sigue un método similar. Esta faceta del teatro yo sólo la conocía en teoría. Pero esto me ha permitido vivirlo. He visto la obra crecer».

En ese proceso de incorporación de materiales ajenos ha habido de todo. Desde la experiencia personal del profesor pesando los libros que iba a llevar en su viaje, para que la maleta no se excediera de lo autorizado, hasta anécdotas personales relacionadas con Javier Martínez, el director del Festival de Teatro de Calle de Valladolid, y amigo personal de ambos. Entre ellas una que se remonta a la etapa en la que Martínez trabajaba en el psiquiátrico: en una excursión con internos hubo que parar para que saciaran su sed y fueron a parar accidentalmente a un prostíbulo. «La escena que surgió allí, con los enfermos notando que pasaba algo raro en ese peculiar bar, y las mujeres enternecidas por la presencia de los inesperados visitantes, la cuento yo en escena. Pero no hay nada como escuchársela a Javier».

La buena acogida de la obra le lleva a pensar que quizás tenga que viajar más de lo que querría para cumplir sus compromisos con la compañía. Pero no se ve dando continuidad a su incipiente carrera teatral. «Quería saber lo que daba de sí en un escenario y ya lo he visto. No creo que pueda surgir otra situación tan a mi medida como ésta. Me temo que es irrepetible. Dudo que haga más teatro».

Y eso que él está convencido de que no hay tanta distancia entre su trabajo como profesor y el teatro. «Un compañero de reparto me dijo un día sorprendido: 'Es que parece que llevaras 40 años haciéndolo', y yo le repliqué: 'Es que llevo 40 años haciéndolo». Y es que, para Gavilán, la puesta en escena, la representación, la capacidad de seducción, son esenciales en el trabajo docente. «Dar clase es representar un papel«, asegura firmemente convencido. Un papel que consiste, entre otras cosas, en «crear la ilusión de que se sabe más de lo que se muestra, porque más importante que el saber que se expone es hacer creer que se sabe».

A su juicio, esto es lo que de verdad marca la diferencia entre docentes. «La diferencia está entre los que creen que enseñan -que son los malos- y los que somos conscientes de que fingimos saber para enseñar». En consecuencia, cuando un colega novato le pidió un consejo, esto fue lo que Gavilán le dijo: «No les vas a enseñar nada, no te engañes. Pero tienes que hacerles creer que les estás enseñando. Si lo logras es posible que aprendan algo». Y es que a su juicio «es un requisito para hacer las cosas bien darse cuenta de que la clase es una puesta en escena».

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