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Hay relatos que duran un suspiro. El que escribió Álvaro Rubio tras la derrota contra el Barcelona se cae desde la pizarra, antes incluso de ... pisar el césped. El caso es que dice el técnico que están enfocados en sacar cosas positivas para el año que viene. No sé muy bien a qué se refiere, porque basta con echar un vistazo a la alineación para derribar su argumentario. Poco rastro del próximo curso sobre el verde. Compuso la defensa con cuatro futbolistas cedidos y dibujó el centro del campo con un jugador que acaba contrato, Iván Sánchez, otro que ha descartado renovar, Anuar, y tres que es más que posible que no continúen en Segunda, Moro, Juric y Amallah. Nueve de once con más de bota y tres cuartos fuera del club. Imagino que el discurso viene provocado por la impotencia que generan las derrotas y la acumulación de récords negativos. Entiendo que buena parte de esta cortinilla convertida en excusa es producto de la incapacidad del riojano para encontrar soluciones tácticas y conseguir que las explicaciones se acomoden sobre maniobras lógicas, no sobre interminables giros de guion en los onces iniciales. Es una forma de agarrarse a algo que le sirva de justificación.
Álvaro Rubio se ha instalado en el mismo discurso vacío que envuelve la estrategia de comunicación del club. Es como un mecanismo de defensa que al final desnuda todas las costuras de un verbo agotado, que ya no convence a nadie. El técnico no debió aceptar el reto. La situación era demasiado cruda como para pensar que podía revitalizar su carrera deportiva con la poca experiencia que acumulaba en la élite. Los resultados y su poca pericia para meter en vereda a un vestuario tan áspero le han echado unas cuantas paladas de barro a su expediente. Es su decisión y entiendo que cada uno tenga fe ciega en sus posibilidades, pero en este caso y a la vista de que las tripas del enfermo estaban podridas, la decisión más inteligente habría sido mantener el perfil bajo en el Promesas y continuar cosiendo batallas a su trayectoria. Al margen de esto, el preparador no debería caer en tópicos o frases hechas que se desmontan solas. Y decir que están buscando cosas positivas para el año que viene es una milonga de tamaño sideral. Más que nada porque ni él estará al frente y porque la plantilla será completamente distinta.
Si quiso enfocar esta mirada al futuro hacia la afición, también pincha en hueso. Los espectáculos que está perpetrando el Real Valladolid no invitan precisamente a la renovación del abono. Me tragaría su argumento si viera el once plagado de canteranos con talento y porvenir, chavales que sienten los colores y respetan el escudo. Jóvenes con hambre de forjarse un nombre en el club de su vida. Pero no, en el Pucela de Ronaldo, Catoira y compañía las categorías inferiores son un cheque al portador, no un proyecto sólido que asiente las bases deportivas de la entidad castellana, independientemente de la categoría en la que milite. El ejemplo del Celta debería ser suficiente para que el Pucela abra los ojos y deje ya de especular con discursos vacuos. El último que faltaba en sumarse a esta cofradía era Álvaro Rubio, pero el míster también cabalga la ola de la sinrazón.
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