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Donald Trump quiere gravar el cine extranjero con aranceles. Este grotesco rey Ubú de la Casa Blanca, caído sobre todos nosotros como un Apofis devastador ... de consecuencias inimaginables, está tan alejado de la realidad que no se ha dado cuenta todavía de que en su país solo ven cine europeo, asiático o sudamericano los neoyorquinos con vegetales siempre frescos en la encimera de la cocina. Todos ellos, además, lectores devotos de Paul Auster y Siri Hustvedt; acaso demócratas atormentados que desde hace algún tiempo solo se atreven a defender en privado y en voz baja el indiscutible valor artístico de Woody Allen y que imagino, a estas alturas, en estado crónico de shock desde que tuvo lugar la derrota cantada de Kamala Harris.
Algún asesor debería hacer saber al Potus Donald, entre ocurrencia y amenaza, que aunque las entradas de cine extranjero contaran con un descuento del cincuenta por ciento y regalasen el refresco y las palomitas, los estadounidenses jamás renunciarían a ver la última película de Marvel por un estreno de Guiraudie. Y no se debería a una cuestión de calidad cinematográfica, ni de esnobismo intelectual. En absoluto. Algo me dice que tampoco se inclinarían con semejante oferta a ver el último taquillazo de Santiago Segura.
Sin embargo, y a pesar de que es un hecho que a los yanquis no les gusta el cine de fuera, Hollywood cuenta con sus propias estrategias para librar a sus compatriotas del penoso trámite que pueda suponerles aguantar dos horas de una película extranjera, doblada o subtitulada, ajena a sus entrañas y tópicos culturales; protagonizada, además, por actores desconocidos. Procuran que nada ni nadie esté en disposición de hacer sombra a sus estrellas familiares. También, que las acciones se desarrollen en entornos de su agrado, donde en algún momento de la trama, de forma natural, pueda aparecer una bandera con todas sus barras y todas sus estrellas capaz de recordarles que como en su casa no se vive en ninguna parte. Así ocurrió con 'Funny Games' de Haneke, con 'Tres solteros y un biberón' de Serrau, con 'Abre los ojos' de Amenábar', con 'La jaula de las locas' de Molinaro..., y así está a punto de ocurrir con la célebre 'Campeones', de Javier Fesser, que acabará protagonizando Woody Harrelson para que una presencia en pantalla como la de Javier Gutiérrez no le provoque al estadounidense profundo de Wyoming deseos de exigir más deportaciones exprés.
Antes de que Trump inventara el problema de los aranceles para asegurarle al mundo que solo él es capaz de resolverlo, Hollywood ya contaba con un modo ególatra y primitivo de acabar con la competencia. Cuando se enfrentan al valor comercial de un éxito europeo, hacen todo lo posible por eclipsarlo, aunque sea comprando los derechos de la producción para rodar su propia versión yanqui. Me recuerdan a Jesús Julio Carnero, cuando hace todo cuanto esta en su mano para sabotear, eclipsar, ralentizar y enmudecer proyectos heredados de la anterior administración municipal, aunque formen parte de la integración ferroviaria y estén acordados por la sociedad Valladolid Alta Velocidad, de un convenio deportivo a falta de firma, o de algunos carriles bici de probado uso y utilidad que reemplaza por garabatos hechos a escala natural.
A pesar de multiplicar costes, el método de Hollywood y de Carnero es simple: se renueva el organigrama, se reajusta la motivación, se repintan las fachadas, se rediseña la cartelería, se enmascaran las grietas, se reescribe el relato, se rehace lo ya hecho y, siempre que un bufete por horas esté dispuesto a tramitar el eterno papeleo, se acaba patentando una versión nueva de la rueda, aunque sea penosa, anquilosada, y tenga siete lados.
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