El resplandor y la sombra
«En esta marmita infernal que nos hemos procurado los vallisoletanos, tendremos tiempo de cocernos, como cangrejos furiosos y asustados, mientras nos arrancamos los ojos a pellizcos»
A lo largo de este año, la sombra de Suárez-Quiñones ya se nos había mostrado siniestra cuando se parapetó detrás de Fernández Mañueco durante ... la semana negra de los últimos incendios forestales. En la que aún discurre, ha vuelto a hacerlo apostándose detrás de Jesús Julio Carnero, nuestro alcalde y senador, al finalizar el último Consejo de Administración de la sociedad Valladolid Alta Velocidad. Ese en el que se ha roto finalmente la baraja y se ha terminado con el paripé de la negación contumaz, de los incumplimientos alambicados, de la dilación taimada y leguleya.
La disolución de la sociedad Valladolid Alta Velocidad, después de ocho años de financiación, trabajos y redacción de proyectos —con los retrasos y las dificultades que trajo consigo la pandemia y estos dos últimos de insuperable despropósito político— habrá de arrastrarnos cuesta abajo hasta el sexto círculo de Dante si las urnas en marzo de 2026, o una providencial e improbable caída del caballo —como la que iluminó a Pablo de Tarso— no disponen lo contrario.
En esta marmita infernal que nos hemos procurado a pulso los vallisoletanos, tendremos tiempo de cocernos, como cangrejos furiosos y asustados, mientras nos arrancamos los ojos y las pinzas a pellizcos. Veremos pasar los años entre pleitos mercantiles, indemnizaciones, recursos, reproches y justificaciones. Porque Valladolid está finalmente en el interior de la cazuela, después de bailar imprudente durante años sobre su borde entre la frivolidad y los faroles, la dilación y las perífrasis. Es el resultado inmediato de tanta divagación irresponsable y caprichosa, de tanta maniobra electoral, de tanta porfía; cuestión que hoy acaso no toque porque llegados a este punto apenas importa.
Jamás discutiría las bondades del soterramiento con quien siempre mantuvo sus razones porque son incontestables y también fueron las mías. Pero desde el año 2018 yo pertenezco al grupo que comprendió su inviabilidad después de tanta promesa, mentira y endeudamiento. Un grupo mayoritario, con Puente, Saravia y Pilar del Olmo a la cabeza de una corporación dispuesta a salir del atolladero.
Aún no he escuchado un solo argumento que justifique el cambio de criterio por parte del PP, sobre el que sigue planeando el oportunismo de una promesa electoral imposible. Sé que Carnero no es Del Olmo, que Fernández Mañueco no es Juan Vicente Herrera, que Pablo Casado no es Alberto Núñez Feijóo. Pero Suárez-Quiñones, quien fuera consejero de Fomento en 2017, es el mismo. Anduvo entonces poniendo su perfil en las fotos que apadrinaban la integración de igual modo que lo ofrece hoy para congelarla. Y puede que su sombra no sea alargada, pero sin duda es contradictoria, como la que producen los focos cruzados en la tarima del escenario durante la representación de una farsa. Aunque también se muestra trágica, como la humareda de los frentes activos que asolaron León y Zamora durante el verano; tan opaca como la gestión autonómica de las eólicas que se juzga dos décadas después. Una sombra ambigua, en cualquier caso, al igual que esas respuestas suyas, reversibles como palíndromos, capaces de secundar y rebatir a la vez; dispuestas a aplaudir una afirmación y la contraria sin despeinar su flequillo.
Lo contemplo hoy, junto a Carnero, posando en la foto que bautiza nuestra debacle y me entran escalofríos al recordarlo en aquella otra de 2017 junto a Serna y Puente, tan sonriente como Jack Torrance en el centro de la imagen multitudinaria que colgaba en la pared del hotel Overlook, al final de El resplandor, para desvelarnos la naturaleza del ingrediente que suele arruinar todas las recetas, la constante acomodaticia en la ecuación que arrumba siempre a cero.
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