Pobres y miserables
España debe de ser un país pobre; si no resulta inexplicable que de oficio los gobiernos no se muestren sensibles con los desahuciados de nuestra patria
España está perdiendo el respeto a sí misma. ¿Estado social y democrático? Lo constata el hecho incómodo para la conciencia colectiva de decenas de miles ... de familias que no tienen con qué alimentarse y que dependen de la solidaridad ciudadana para acallar la reivindicación de sus tripas. Hay quienes reniegan de la definición «las colas del hambre», que es como han sido bautizadas espontáneamente. Debe de tratarse de gente que propugna el mantenimiento estético de nuestras calles afeadas por todos estos menesterosos y que mancillan la imagen de 'su' país. A causa del bicho las filas también las engrosan ciudadanos de clase media que jamás hubiesen pensado en verse en una situación así. Los gobernantes dejan al albur de la solidaridad social la tarea de paliar el cántico grosero de los estómagos vacíos. Aunque maquillen su desdén aflojando cuatro perras a la tragedia, no dejan de verse retratados. Estos vividores están enfangados en asuntos prioritarios, como esas disputas tabernarias que adornan los informativos a la hora del almuerzo, tan nauseabundas que te quitan el apetito.
Por eso crece la desafección hacia la política, experta en crear problemas para luego predicar su resolución. Noam Chomsky incluyó esta táctica en su celebérrimo decálogo y lo sintetizó en la secuencia 'problema-reacción-solución'. España debe de ser un país pobre; si no resulta inexplicable que de oficio los gobiernos no se muestren sensibles con los desahuciados de nuestra patria. Pero siempre habrá un sueldo público para Ignacio Cosidó, un meapilas sin oficio ni beneficio que ordeña la ubre con Fernández Mañueco gracias a su paso como jefe de la Policía. O Pedro Viñarás, un tipo que sabe tanto del PP que puede llamar a la puerta y reclamar un despacho por derecho. Miseria en estado puro.
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