Adorables monstruos: los memes virales de Putin y Trump
«Se intenta volver humanos, asequibles e inofensivos a los que actúan como monstruos ante los más débiles o vulnerables; a los que se sirven de los peores sentimientos, como el odio, la desconfianza y el miedo para manipular o someter al resto bajo su dominio»
Hacía tiempo que me venía causando más desasosiego que diversión encontrar esos 'memes' de líderes mundiales como Putin o Trump convertidos en simpáticos niñitos. ... El malestar no ha hecho sino aumentar cuando hemos sabido que se trataba de estrategias lanzadas por las nuevas fábricas rusas y estadounidenses de manipulación. Lo que no me ha sorprendido en absoluto. Nunca pensé que tal bombardeo de videos con personajes pretendidamente infantiles y los rostros de dictadores o aspirantes a serlo fuera algo inocente ni casual. Gracias a secuencias virales creadas por la IA, Kim Jong-un, Putin y Trump, desfilan con desproporcionadas mascotas salvajes, luchan entre ellos o juegan a destruir cosas: ¿una metáfora de que deambulan con el peligro al lado o en cualquier instante podrían cargarse el mundo?
Pero lo que produce verdadero terror es el trasfondo de semejante invento, pues quienes han creado tales 'memes' de propaganda con las últimas tecnologías saben de sobra lo que están haciendo. ¿Qué es lo que se pretende? Confundir. Perfectamente sabedores de que los protagonistas de estas historias son, por inhumanos, unos individuos sospechosos, los guionistas de las mismas afrontan una ardua tarea: hay que hacer lo posible e imposible para humanizarlos. Lo que el uso de la inteligencia convencional niega, la artificial inteligencia lo propicia. ¡Qué encantadores bebés fueron y –en realidad– son nuestros probables verdugos! ¿Que viva la distopía! ¡Alimentémonos de despropósitos creyendo que consisten en graciosos e inocuos entretenimientos! ¡Mirad qué monas criaturitas destruirán el planeta!
¿De qué va todo esto? Básicamente es lo contrario de lo que hacían los nazis y todos los regímenes totalitarios han hecho con el enemigo, aunque siguiendo igual método y muy parecida intención: aquéllos se afanaban en deshumanizar a quienes eran vistos y señalados como «otros» o diferentes. Ahora, se intenta volver humanos, asequibles e inofensivos a los que actúan como monstruos ante los más débiles o vulnerables; a los que se sirven de los peores sentimientos, como el odio, la desconfianza y el miedo para manipular o someter al resto bajo su dominio.
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Se deshumaniza sistemáticamente a los otros, como -por ejemplo- siempre sucede en los episodios de genocidio, guerra o represión, para aniquilarlos sin remordimiento. Primero, se carga a la futura víctima con todos los defectos y maldades. Serán malvados, feos o peligrosos únicamente por pertenecer a otra etnia y religión, tener otro color o venir de fuera de un territorio. Después se los deporta, captura o encarcela. Y, en casos más extremos, se los tortura y desfigura hasta intentar despojarlos del menor rasgo humano. Entonces, están listos para ser ejecutados, para que se les haga desaparecer de la faz de la tierra. Es la lógica de la violencia. La que dicta que sólo con tiros o hachazos se resuelven los conflictos y problemas.
Pero sería un error creer que la negación de la humanidad de otros es cosa que nada más atañe o cabe atribuir al etnocentrismo occidental (lo cual se viene repitiendo últimamente demasiado a menudo); o pensar que consiste en algo exclusivo de una cultura y época. Cuando referirse a los del propio grupo como los únicos humanos, marginando a los otros y presuponiendo que no lo son, constituye una forma de autoafirmación que puede encontrarse -en un momento dado- en todas las culturas. «Nosotros» nos erigimos en los «auténticos hombres», dignos de ser así llamados, mientras a los demás (salvajes, bárbaros, infieles, gentiles) no se les concede tal «estatus».
De ahí que exista una máxima perversión en ese truco de dar la vuelta al proceso; en el tramposo intento de dotar de la humanidad incuestionable del niño a quienes la han perdido, haciendo pasar por inocentes a los que persiguen a quienes de verdad lo son. Putin dando el biberón a Trump o ambos durmiendo juntos como tiernos bebés. Hay incluso una serie rusa que, con el fin de adoctrinar a los niños, presenta a Putin, Trump y Kim Jong-un hablando de geopolítica. Todo sea por conseguir que unos dirigentes monstruosos lleguen a parecernos «adorables monstruos».
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