Eurovisión o el precio del silencio
«El superficial y –en apariencia– algo frívolo debate televisivo ha servido para plantear algunas discusiones de fondo, con otro calado»
El debate de los pasados días en torno a lo sucedido con el festival de Eurovisión puede resultar cansino e incluso trivial. No es ... de extrañar. Eurovisión fue, desde su comienzo, esa celebración más bien hortera que, sin embargo, contribuía -casi inadvertidamente- a difundir una cierta idea de Europa. Interconectar a la audiencia televisiva de una serie de países alrededor de esa pantalla en que se visualizaba una pretendida cultura en común, constituía una iniciativa muy ocurrente que se ha perpetuado hasta hoy. Y no nos engañemos: siempre se hizo política en -y a través de- dicho festival. No únicamente ahora.
Para muchos de nosotros, el asomarnos a esa ventana incandescente de las televisiones, durante los largos y sombríos años del franquismo, propiciaba conocer -aunque fuera de forma indirecta- algo de aquel mundo exterior que identificábamos vagamente como 'europeo'; también, saber de otros regímenes, músicas, modas y modelos. Todo ello mientras celebrábamos -de niños- dicha fiesta europeísta como propia y nos comíamos tan felices las medianoches con jamón y queso de mamá. Entonces, y sin darnos apenas cuenta, estábamos igualmente llevando a cabo un acto político y de concienciación: sobre lo que éramos, otros eran y queríamos llegar a ser.
El superficial y -en apariencia- algo frívolo debate televisivo ha servido para plantear algunas discusiones de fondo, con otro calado: ¿ha hecho o hace la Unión Europea todo lo que debería hacer respecto a la destrucción calculada y criminal de los palestinos que habitan Gaza por parte del gobierno de Netanyahu? ¿Cabe seguir mirando hacia otro lugar, por más tiempo, como si no pasara nada que nos concierna en cuanto a europeos? Y más aún: ¿es meramente material la razón de que se tolere aquí, en Europa, esa masacre y que, desde el escaparate televisivo que supone Eurovisión, se ampare o facilite el lavado de cara de tal gobierno homicida?
A las dos primeras preguntas ha de responderse que no. Y parece que ciertos aires de contestación empiezan a remover los adormecidos ambientes de las cancillerías europeas. En lo que se refiere al posible motivo 'interesado' -o crematístico- que empujaría a una vergonzante benevolencia de nuestras naciones con el Estado de Israel, hay que reconocer que esta no le es en absoluto ajena: del patrocinio de Eurovisión a la compraventa de armamento y suministro de tecnología, los ejemplos de compromisos económicos -por ambos lados- abundan.
No obstante, no tiene que desdeñarse un sentimiento -el de culpa-, todavía más poderoso que determinados intereses financieros; y que sale a relucir en ocasiones como la del debate presente. Porque quedó en Europa, tras el holocausto, una profunda sensación de culpabilidad que, con ser aquel tan verídico como monstruoso, no debería alimentar la tibieza y amordazar el universal grito que causa el terrorífico genocidio perpetrado por Netanyahu. Este espanto favorece el regreso del antisemitismo, cuando sobran las opiniones de repulsa de judíos que, por todo el mundo, se encuentran horrorizados ante las políticas ultranacionalistas del actual gobierno de Israel. Un gobierno que es capaz de apelar, por medio de sus portavoces, a una supuesta lucha entre civilización y barbarie para justificar su reguero inacabable de desmanes.
Pues es verdad que el atentado de Hamás requería respuesta y justicia, pero no semejante agresión indiscriminada contra los palestinos; la cual no respeta niños, mujeres ni ancianos. Una batalla, sí, contra una legión de inocentes que son los primeros en sufrir el acoso y opresión salvajes de los terroristas. Y que, en estos instantes, padecen hambre, mutilaciones, muerte y desvalimiento. Se sufre, se muere por falta de agua y comida en Gaza. Los señores de la guerra han decretado la desaparición de la vida. Ya que, por mucho que se procure explotar -desde posiciones sionistas- el sentimiento de culpa que las inhumanas persecuciones nazis dejaron en tantos territorios de Europa, no existe duda de que, en el caso del aniquilamiento brutal de la población de Gaza, la mayor barbarie es la de quienes dicen cometerlo en nombre de la civilización.
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