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Venimos del 'gran apagón' y no sabemos si nos dirigimos al 'caos total'. Esperemos que no, pero hacía bastante tiempo que no vivíamos días de ... tanta incertidumbre. Y con tantos encontronazos y pugnas partidistas. Pero, más allá de una situación como la experimentada el lunes 28, y que a muchos parecería prebélica o hasta apocalíptica, quizá haya que considerar otras cuestiones de fondo: por ejemplo, si las sociedades actuales más tecnificadas no han asumido demasiados riesgos al aumentar la complejidad de una serie de sistemas sobre los que funcionan (de los energéticos a los de telecomunicación). Porque cabe conjeturar que el desarrollo de una excesiva complicación acarrea -también- una mayor vulnerabilidad de nuestro mundo.
Así, deberíamos preguntarnos acerca de las consecuencias directas e indirectas de la globalización: ¿constituía ésta el modelo ideal de progreso que se nos contó? ¿Facilitaría un avance en la participación democrática, en el acceso al saber por parte de todos y en el proceso que conduciría a trabajar desde cualquier lugar y cada vez menos? O, por el contrario, era una trampa a través de la cual controlar y manipular a la gente. Una transformación del ámbito laboral que nos arrastra a la pérdida de oficios y un crecimiento del desempleo. Puede contestarse que, hoy, ambas realidades coinciden: lo bueno y lo malo, el confort y la incomodidad, las luces y las sombras. Lo que no he de negar yo es que el fenómeno de la globalización ha cambiado profundamente nuestras vidas, causando tal revolución que todavía no sabemos a qué clase de mundo nos encaminamos y si quienes vengan detrás de nosotros vivirán mejor o peor. Pues todo se ha vuelto -a la vez- más sencillo y complicado; o, en cualquier caso, incierto.
Y es que se ha impuesto -sin suficiente reflexión- una especie de tiranía de lo digital que lleva consigo la inseguridad de los sistemas que se encuentran a su cargo. Basta con que la electricidad deje de funcionar -según hemos visto recientemente- para que todo se pare. Imaginemos que, un día, la luz se va no horas ni días, sino durante mucho más tiempo; y, entonces, sí que nos veremos abocados a un caos total. Porque no habrá dinero, ni casi transportes, ni será posible realizar trámites. Resulta muy significativo, en este sentido, que el fatídico lunes en que la Península Ibérica se quedó a oscuras fuera preciso alargar otra jornada los plazos legales que caducaban.
Seguramente, sea el momento de plantearse en serio la continuidad de tecnologías y prácticas anteriores, menos frágiles, que en la era de la digitalización se ha dado por obsoletas. Así, las televisiones o radios analógicas y los primeros teléfonos móviles, ahora muy cotizados a causa de que no nos vuelven tan controlables como los últimos. Una anécdota personal que, probablemente, comparta con quienes me estáis leyendo: me he visto, en alguna ocasión, obligado a renunciar a mi firma manuscrita en favor de la digital, ya que el acto administrativo en que la misma resultaba indispensable exigía que aquella se efectuara inapelablemente de esa manera. Y esto es una locura.
Bien está que nos valgamos de medios digitales y electrónicos para agilizar ciertos procesos burocráticos o intercomunicarnos a distancia -como ocurrió cuando la pandemia y continuamos haciendo en la actualidad-, pero que lo virtual reemplace a lo real se antoja verdaderamente aterrador. No obstante, tal es la innovación que se ha producido en nuestra época: la vida, las relaciones, la inteligencia o conocimiento reales van siendo paulatinamente sustituidos por un simulacro de vida, unas relaciones cada vez más despersonalizadas y una inteligencia a la que llaman 'artificial'.
Y eso es lo que sucedió en el corto, aunque revelador, tramo de desconexión acaecido el día de marras. Un buen número de personas cayeron en la cuenta de todo lo que habían perdido y, por unas horas, pensaron recuperar. Sin embargo, no nos confundamos: vivir entre tinieblas no equivale a nada ideal, a pesar de que haya quienes digan que los españoles somos 'la bomba' cuando nos quedamos sin luz, porque lo disfrutamos un montón y seguimos tan 'contentos'.
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