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Ahora, con el apagón, he vuelto a pensar en analógico. En cómo Manuel Alcántara, maestro de maestros, lograba con una olivetti darnos una loncha del ... mundo. Lo tengo muy presente cuando más oscurece, nunca mejor dicho, y cuando existía alguien que comprendía todo como uno mismo a pesar de las edades. Nos dejó hace ya unos años, y se nos quedaron cosas por decirle. No hago mal si lo traigo a esta Casa, donde tanto se le quiso, para enumerar quienes un día salieron e hicieron el periódico. Manolo, en esto del periodismo digital llegó tarde, y quizá se libró de apagones y de otras bestias similares. La muerte que siempre trae su injusticias que hasta parece bondadosa. Rememoro la última vez que nos vimos en la bendita primavera de Málaga, al sol que allí da verdad a los contornos. Preguntaba si en mi vagabundeo habitual yo me abrigaba. Qué hubiera que contestarle a alguien que te ha acogido en su manto de amistad.
Hablo de Manuel como del amigo que falta pero cuya sombra se percibe cada vez que empiezo a hundir tecla y asomarme a los balcones. Alcántara fue el último clásico, que se nos fue dándonos aquí su ultimo fruto. Solo le pido que mire desde donde esté, con una sonrisa, este presente de oscuridades. Releerlo es una obligación, no se vio contaminado casi a hablar del sanchismo y el fresco de una España solidaria, donde su bigote cose los cuarterones patrios, es algo así como lo que su obra dejó a la posteridad, ese periódico que siempre sale y que nunca leemos perdidos en las miserias del día a día. Desde esta tronera no lo olvidaremos. Cuando se me fundan los plomos y todo se haga a oscuras.
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