Las Ferias, tal y como las recuerdo
«El Real de la Feria, con sus descampados y aparcamientos jalonados de atracciones, quedó imborrable porque vimos aquellas figuras en La Rubia o en el paseo Central del Campo Grande»
Es extraño cómo se afirman los trozos de feria en nuestros recuerdos. El Real de la Feria, con sus descampados y aparcamientos jalonados de atracciones, ... quedó imborrable porque vimos aquellas figuras en La Rubia o en el paseo Central del Campo Grande, el desfile de las carrozas –que palabra tan hermosa– y el Tío Tragaldabas, creado por González Pintado, que engullía niños como si fuesen pasteles en un rito iniciático: una forma de afrontar el miedo al mundo de los mayores y al mismo tiempo mitigarlo. Los vendimiadores de la caseta del vino parecían haberse escapado de la escena final de La dama de Shanghái de Orson Welles y los monstruos del pasaje del terror, con su tren de los escobazos, habían llegado directamente de la Universal, en Hollywood. Visitar esos parajes de algodón de azúcar y manzana caramelizada, sus patitos de goma en improvisado estanque o los indios de Comansi para derribar con una escopeta de balines, era como si se entreabriese el País de las Maravillas, entrañado por gigantones y cabezudos –el moro, la mora, el chino o los Reyes Católicos–, el aroma acre a calamares fritos o la cámara de fotos con payasito burlón y precipitante que llevábamos colgada del pecho.
En las Ferias de Valladolid siempre hemos sospechado que los vecinos echan su última esperanza de felicidad, porque en España se van perdiendo estos signos del jolgorio colectivo y siempre hay uno de nosotros que recuerda una de estas cosas como si estuviese escrita y rubricada en los Evangelios para sentirnos un poco menos idiotas y estafados, y más flotantes e imaginativos. Lo que tiene la Feria con todos nosotros es una afinidad secreta, ese ir más allá de la prosa y topar con el aire del buen tiempo declarado por sorpresa a las puertas del otoño. Son los recuerdos de los que seguimos siendo niños y que, venciendo el duro hormaje de la vida, incrustamos en esta ruda realidad, un fragmento de fantasía.
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