Chimeneas, electrolineras y ultracuerpos

Disueltos ya los pies de la dama de barro, a los conservadores ingleses parece que ya no les queda nada que conservar, como no sean sus escaños. Y a los republicanos estadounidenses, tres cuartos de lo mismo. Sacar los zombies o perderlo todo. Susto o muerte. Esa escenificación de la decadencia que sigue propiciando que el mudo sea cada día más chino. Y eso a pesar de Putin y de su 'grande amico' Berlusconi: la mueca congelada del Jocker. Definitivamente siniestra desde que le partieran la cara con la réplica del Duomo de Milán. Más aún si cabe tras jurar obediencia al liderazgo de Giorgia Meloni, después de haberla llamado sabihonda, prepotente, arrogante, ofensiva y ridícula. Por este orden.

Nos queda Xi Jinping. El gran timonel, por aclamación, de la nueva China árbitro del mundo. Porque no deberíamos confundir a los tirios con los troyanos. Aunque se fotografíe con él, dicen los que saben que si hay un líder mundial al que verdaderamente le están superando ya los aires de padrecito de Putin ese es su colega Jinping. Esta semana ha dicho en Valladolid el economista y humanista Aldo Olcese que la guerra va a durar menos de lo que pensamos. Y no por lo que europeos y norteamericanos puedan hacer en favor de Ucrania. Ni por lo que los propios rusos pudieran hacer en contra de Putin. Sino más bien porque las cuentas del 2022 alejan cada día un poco más a China de su objetivo de conquistar el planeta con sus nuevas rutas de la seda, en lugar de tratar de hacerlo, como el vecino ruso, con el abuso de las armas. Hay mucho en juego para los chinos. Y no digamos para nosotros.

Nosotros, que acabamos de pactar con franceses y portugueses cambiar MidCat por BarMar: es decir, transportar las nuevas energías a Europa por el mar, en lugar de hacerlo agujereando los Pirineos. Pobres océanos. De ser así, más nos vale que Xi Jinping y Aldo Olcese tengan razón y la guerra se acabe pronto, porque el nuevo gasoducto no estaría terminado antes de 2030. O sea, no menos de siete inviernos después de éste que se nos viene anunciando.

Así que a falta de fe en soluciones a más corto plazo, los que sí parecen animados son los vendedores de mantas y ropa térmica. Y los deshollinadores, que han vuelto a cantar entre chimenea y chimenea, como en tiempos de los abuelos. «Chem chem cheer-ee, chim chim cher-ee, la suerte, la suerte detrás va de mí», que cantaba Dick Van Dyke. Y que seguramente cantará también estos días Daniel Pérez, ese chaval de Palencia que desarrolló hace unos años un sistema de carga ultrarrápida para vehículos eléctricos, en el que ahora Francia está dispuesta a invertir cien millones de euros. Sin necesidad de que se vuelvan a reunir Sánchez y Macron. Un proyecto que, si se le dedica un buen capítulo a gestorías, seguro que es capaz de sumar más fondos europeos. Esos expedientes Next Generation que, según la UE, los españoles, con tantos y tan altos funcionarios de los que presumimos, no terminamos de ser capaces de resolver con satisfacción.

O sea, que chimeneas por un lado y electrolineras por el otro. He aquí motivos para ese optimismo contumaz del que sigue haciendo gala nuestro presidente del Gobierno. Volvemos al universo Mary Poppins: «Aunque viva ahumado el deshollinador, no hay tipo en el mundo con tan buen humor». Eso mismo.