Ese tren de vida
«Los que viajan en los vagones no deciden cómo y hasta dónde llega el tren. Maquinista solo hay uno»
Convengamos que el caos ferroviario, y sus agravios localizados, no son sino una férrea metáfora de la degradación en la calidad democrática de España, esa ... nación. Reconozcamos, también, que determinadas averías institucionales –dolosas en la mayoría de las ocasiones, por pura negligencia y déficit cognitivo en otras– suponen la garantía irreversible de su tren de vida. Del de quienes desean, con fervor mariano –ay, Rajoy–, maquinan y confabulan para hacer indistinguibles los poderes que solo separados y autónomos aseguran el imperio de la ley, el triunfo del estado de Derecho. Sabemos que entre Pedro y Leire existe la misma distancia que en el maltrato al que se somete a Medina del Campo y Sanabria: ninguna.
Para el presidente del Gobierno ningún escenario resulta más idóneo que el de esa vía muerta en el que tiene sometida y raptada a la sociedad y a la mayoría de las instituciones que permiten engranar los resortes básicos y fundamentales de una democracia. A Sánchez no le importa que no lleguemos a ningún sitio, que no prosperemos, siempre que él siga donde está. Que no es solo un lugar físico, evidentemente, sino una posición de poder omnímodo (cuasi omnívoro), en el que siente (es un decir…) que ejerce un mando absoluto y completo. Quienes le rodean, humillados ante él, carentes de un mínimo de dignidad política e intelectual para discrepar al aparcero de la Moncloa, le confirman día a día, jueves a jueves, que él es el Gobierno, el partido y todo lo que se le antoje.
Aunque ajeno –parece– a los encargos directos de fontanería, Óscar Puente, aquel alcalde que tuvo Valladolid, con modales no muy lejanos a los que gastaba Koldo a la puerta de la mancebía, anda preocupado por cuestiones del metal. Jure el cargo y cobre (el pastizal por aparentar ser ministro). La jura fue bien, cobrar seguramente lo haga el día previsto de cada mes. En cuanto al encargo de su cartera, parece que sigue descarrilando. La supresión de paradas de Renfe en estaciones de las que no depende el gobierno sanchista es, sin duda, un motivo de preocupación. Aunque la gravedad real, y más peligrosa, no es otra que una nueva constatación de como la izquierda (si se puede llamar así, y si tal término alguna vez significó algo verosímil, siquiera) chulea al principio de igualdad. De territorios, y por lo tanto de personas.
Focalizar algunos desvaríos ferroviarios en el tal Caballero, alcalde de ese Vigo al que quiere convertir en una feria verbenera, es un error. Los que viajan en los vagones no deciden cómo y hasta dónde llega el tren. Maquinista solo hay uno. Próxima estación, Salesas. Aunque aún tarde.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
- Temas
- Renfe
- Óscar Puente
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.