Aquelarre popular

Gaudí elevó sobre las bases de este inmueble modernista y entonces fuera de lugar un sótano previsto para almacenar el tiempo que se recorría en los almanaques. Telas y baúles, vestidos y sombreros, toallas y manteles formaban parte de aquel decorado suburbano separado de la realidad por los ventanales y el hierro retorcido que reforzaba el vallado.

Aquel espacio interior con la luz del mediodía metida a ras de suelo y protegido por el foso enrejado se convirtió pasados los años en un lugar de encuentro, con grandes cortinas, espacios abiertos y hasta un piano de cola.

A ese punto han sido convocados en unos días las bases del Partido Popular, sus presidentes provinciales, con el fin de rearmar el partido en su esqueleto y respaldar la figura de Pablo Casado. Mal asunto cuando convocas a los tuyos para que ensalcen la figura propia y provoquen un aliento ignorado en otras áreas de la formación política.

La llamada a filas, sin embargo, tiene una parte estética a considerar. En el subsuelo de Botines, como un aquelarre, se unen fuerzas no para hacer frente al enemigo político –teóricamente situado a la izquierda– sino para defenderse del considerado 'fuego amigo'.

Casado es el presidente del PP, asunto por otro lado incontestable, pero a su lado brota con fuerza Isabel Natividad Díaz Ayuso –su nombre compuesto suele ser ignorado– no como gran activo sino como un elemento distorsionador.

El problema del PP no es Isabel Natividad sino no saber encajar el éxito de quien a base de votos ha logrado superar a su propio líder: ella gobierna y su éxito electoral no ofrece dudas. Más allá de su cuestionable gestión tiene otro valor notable: cae bien, y eso en política es algo tremendo.

De ahí que Casado precise compensar en León los miedos que amenazan su propia sombra. Otro asunto: Isabel Natividad es incontrolable, exitosa, tiene criterio propio y cuenta con Miguel Ángel Rodríguez.

Este último aspecto tampoco es un asunto menor. Mientras a Isabel Natividad le asesora uno de los tipos más audaces de la política Pablo Casado tiene para este cometido a Teodoro García Egea. Hay comparaciones que, efectivamente, son odiosas.

El primero es un arquitecto de la política, un sabio detrás del escenario, y llegado el caso todo un fontanero de primera especial. Egea es otro tipo de 'fenómeno', tanto, que es capaz de arropar bajo su brazo a personajes como José Miguel González, el diputado que tuvo que dimitir por falsificar su título de derecho. Y claro, siempre con el cuchillo entre los dientes. 'Si no sabes, mata', dicen los mediocres.

Casado acude a León convencido de que el problema está en quienes siendo de su propio partido logran triunfar y de ahí el aquelarre. Sin embargo, evita reflexionar sobre sí, quizá, el problema radica más en la poca talla de sus compañeros de viaje. Y por ahí Álvarez de Toledo tenía toda la razón («García Egea es un arquetipo. Perfiles como el suyo proliferan en los partidos. Son políticos de los que no se recuerda ninguna idea original o realmente valiosa, pero que acaban imponiéndose por la pura fuerza de su ambición. Ansían el poder. Buscan el poder. Y a menudo acaban ejerciendo el poder. Y de una manera despótica», dixit, además de otras lindezas que seguramente el presidente popular ni tan siquiera habrá querido escuchar).

Y ahora, aquelarre.