
Secciones
Servicios
Destacamos
Si yo cumpliera dieciocho noviembres en este 2025, tendría la cabeza como el parche de una zambomba y los nervios envueltos en un plástico para ... ver si consigo ahogarlos. La semana que viene, a principios, toca enfrentarse a la consabida prueba de acceso a la universidad que, otra vez, se denomina PAU. En anteriores ediciones de este festival de la metonimia, hablábamos de EBAU o de aquella terrorífica Selectividad de nombre malsano y facha. Dicen que la designación oficial se debe adaptar por la ley educativa, pero en buena lid lo que se hace es dar vueltas a algo que no las tiene para que familias y cachorros vean un término edulcorado que parezca definir lo que no es.
La mía fue hace tres décadas, en Ciencias. La gente fumaba en cafeterías, accesos, pasillos y baños. También estábamos nerviosos, por supuesto, porque ese trago era un escalón de entrada a la vida real. Allí estábamos los del caminar vacilante por COU; los que habían superado el curso holgadamente, como Fosbury aquel listón de salto de altura en México 68; y los que tenían menos esperanza en lograr algo positivo que cualquier ciudadano actual en los planes de paz que propone Trump. Llevábamos el carnet de identidad en la mano porque no podíamos grapárnoslo a la frente para no olvidarlo y, aun así, algún artista tuvo que echarse una carrera a casa. La cosa empezaba con el análisis de un texto para Lengua, Literatura y el ejercicio de Inglés. Recuerdo que yo, del idioma de Shakespeare, sabía lo que decían las canciones de Guns N´ Roses, que era casi como aprender castellano escuchando a Los Chunguitos. A pesar de eso, no me fue mal.
Aquel día precedió a otros dos en los que dimos lo que pudimos, inmersos en pruebas de las que nadie opinaba que estuvieran mal diseñadas o no dieran oportunidades a aquellos que no sabían expresarse de modo adecuado por escrito. Claramente, yo era uno de estos en Latín. Por eso saqué un 1,85. Por eso y por no tener ni repajolera idea, todo sea dicho.
A las dos semanas, creo, nos comunicaron los resultados y procedimos a rellenar las solicitudes para las diferentes carreras. Como entonces no había Periodismo en Valladolid, me apunté a todos los magisterios posibles. Coloqué Derecho como opción en la sexta casilla y concluí que, si terminaba allí, no sería ni el primero ni el último que la elegía por descarte, como Económicas. Y ya.
Ahora obtener la puntuación concreta es una odisea, un autobús que se bambolea con múltiples asideros y en el que cada uno se baja donde puede. En realidad, algo parecido a lo de hace años, pero con un proceso más farragoso. Dicen que es un jaleo decidir en pocas semanas a qué te quieres dedicar el resto de tu vida, pero eso no es así. Las familias harían bien (y supongo que lo harán) en explicar a los tiernos infantes postadolescentes que llevan años perfilándose mediante la elección de materias en la Secundaria, que han tenido dos cursos de Bachillerato para entender que la LOMLOE es una estafa que durante cuatro años te dice que lo que vale es el proceso y, después, te baja el suelo aplicando una calificación numérica a lo que previamente era confeti y fuegos artificiales. También les habrán razonado que con esos bueyes hay que arar y que los que curran no necesitan la suerte de que les caiga en el examen el único tema de nueve que se han estudiado. Antes les decían «suerte y al toro» al salir de casa. Como ese comentario estará proscrito por varias asociaciones, abandonarán el portal con un beso en la mejilla y un «a por todas». Espero que a ningún papá naif se le ocurra decir eso de «pásalo bien».
El caso es que, cuando pienso en esta generación y su actual esfuerzo, asumo que muchos de los ejemplos que observan en cuanto a arquetipos del logro y buena vida son mangantes, corruptos, chorizos y especialistas en el verbo fácil para denostar. Y, claro, entre que uno se deje las meninges durante años para construir edificios, descubrir vacunas o hacer cumplir la ley para tener un entorno seguro y honrado, o hacerse fontanero de tuberías políticas rancias, ministro disfrutón, correveidile de asuntos sucios o aforado de quinta gama, como para decirle al muchacho que apriete este finde para subir nota.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.