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Monseñor Silvio José Báez (derecha). Reuters
«Ortega le teme a la realidad y vive en un mundo de sueños»

«Ortega le teme a la realidad y vive en un mundo de sueños»

El obispo auxiliar de la capital, Silvio Báez, se ha convertido en las redes sociales en una de las caras más visibles contra la represión

mercedes gallego

Enviada especial a Managua

Domingo, 15 de julio 2018, 08:08

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En la Managua de la represión orteguista, son los perros, espantados por el ruido de las balas y los morteros, los que no dejan dormir, pero lo que le roba el sueño a monseñor Silvio José Báez son las caras y las noticias del día. Otro detenido al que liberar, mujeres suplicantes que intentan esclarecer el paradero de sus maridos, el pueblo desamparado ante la saña del dictador y hostigado por sus fuerzas parapoliciales, al que sólo queda la Iglesia. Y aunque él no es el cardenal sino el obispo auxiliar de Managua, el iPhone blanco que lleva en la mano y sus habilidades con las redes sociales le han convertido en la cara más visible.

El viernes empezó el día en la paz del Seminario de la Purísima donde vive, una loma humilde pero paradisíaca a las afueras de Managua donde el intento de linchamiento del que fue objeto el lunes por las turbas de Ortega parece un mal sueño remoto que tiene muy presente. Y aún sin saber que en ese día una de sus parroquias sería acribillada a disparos durante 16 horas seguidas, ya reconocía que «vivimos un momento muy difícil». Sabía que el Gobierno apostaba al cansancio del pueblo al que somete desde hace tres meses con terrorismo de Estado y un ejército paramilitar que nadie tiene claro de dónde ha salido.

Como en Siria, Ortega optó por responder con balas y mucha represión a las protestas de los estudiantes y luego optó por abrir las cárceles y dejar entrar a criminales de fuera para sembrar el caos y generar el terror, un poderoso instrumento para someter a cualquiera.

El obispo sabe que hablar claro le ha valido muchos seguidores en las redes sociales, pero también le ha traído muchos problemas en la vida. Cuando tuvo delante al líder sandinista se lo dijo a la cara: «Ustedes han manejado muy mal esta situación», le sermoneó. «Si desde el principio hubieran tenido gestos más humanos, se hubieran presentado de forma más humilde y hubieran rechazado la desproporción del uso de la fuerza contra la población, se habrían ahorrado los discursos virulentos y llenos de odio que lanzaron y en su lugar hubieran tenido gestos de misericordia y cercanía con el pueblo, probablemente estaríamos en otra situación». El líder todopoderoso que ha gobernado el país de una forma o de otra durante 34 años, los últimos once de forma ininterrumpida, no le contestó. Se quedó mudo. «Creo que tiene miedo de la realidad», analizó el obispo. «Cuando se le presenta a la cara no tienen palabras, es a lo que más le teme. Le gusta vivir en un mundo de sueños, engaños, e ilusiones».

Ha conocido a poca gente «con una psicología tan compleja» y cree que uno de sus errores que cometió en este turbulento proceso que vive Nicaragua fue poner a la Iglesia al frente de la Mesa del Diálogo con la que pretendía dilatar la solución. Pensó que podría manipular a los obispos y no pudo. Desde entonces ha atacado a este teólogo e ingeniero al que gusta la informática, empeñado en mantener la fe de su pueblo para que pueda continuar la lucha. Si logra que Nicaragua resista la tentación de las armas, cree que le habrá hecho un servicio al pueblo y a la humanidad demostrando que se puede lograr el cambio por la vía pacífica, sin importar la virulencia del régimen al que se enfrente. Para eso necesita mantener su propia fe y el silencio interior con que apacigua los fantasmas que le visitan de noche, cuando intenta conciliar el sueño.

Ha cambiado de teléfono para no recibir más amenazas, ora al menos media hora por la mañana y media por la tarde y recuerda a sus pastores que si bien las balas pueden traspasar las sotanas, «no pueden destruir la fe de un pueblo ni el proyecto de Dios», asegura. Y el de Nicaragua parece estar inequívocamente desligado ya de los hilos de Ortega, por mucho que tarde en ceder.

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