Borrar
El óleo de Eduardo García Benito 'Señora de rojo sobre fondo gris' en el despacho de Delibes. Cacho
Blues de rojo y gris
'Señora de rojo sobre fondo gris' (1991)

Blues de rojo y gris

Las novelas ·

La esposa del autor vallisoletano, Ángeles, marcó su existencia y esta obra: «Juan Cruz preguntó a Delibes por sus razones para escribir. Y se las dio al revés. 'Yo escribía para ella. Y cuando faltó su juicio, me faltó la referencia. Dejé de escribir'»

Carlos Blanco

Valladolid

Sábado, 12 de diciembre 2020, 08:48

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Cuando Umberto Eco se mudó a la gran narración sintió el temor pudoroso de ser vencido por su autobiografía. El autor de 'El nombre de la rosa' también dudó sobre el estilo y sus formas. ¿Cómo decir «era una hermosa mañana de mediados de octubre» sin sentirse Snoopy? Eco no tardó en darse cuenta. Cada novela era un baile de máscaras. Los titubeos del novelista en ciernes eran acertados. El exceso de seguridad y el menoscabo del pudor podrían arruinar el relato de cualquier buena historia. Vaya esto por delante.

Es necesario disponer de la inteligencia y maestría literaria de Miguel Delibes para afrontar con éxito una novela de sutiles equilibrios como 'Señora de rojo sobre fondo gris' que dedicó a su esposa, Ángeles de Castro, fallecida de un tumor cerebral en 1974 con quien se sentía en deuda permanente. Hace algunos años, Juan Cruz preguntó a Delibes por sus razones para escribir. Y se las dio al revés. «Yo escribía para ella. Y cuando faltó su juicio, me faltó la referencia. Dejé de escribir».

La novela, colmada de personajes reconocibles y circunstancias verificables, toma su título de un cuadro de mediano tamaño (130x90 cm), pintado por Eduardo García Benito, artista muy estimado por la burguesía vallisoletana de mediados del pasado siglo. Se trata de un lienzo del que surge la figura de una elegante mujer vestida de rojo, largos guantes blancos y resuelta mirada. Más propia del que atiende al pintor que del que posa para él. Lo del fondo gris era discutible por sus connotaciones, pero muchos años después sirvió para alargar el título de la novela.

«La novela, colmada de personajes reconocibles y circunstancias verificables, toma su título de un cuadro de mediano tamaño (130x90 cm), pintado por Eduardo García Benito, artista muy estimado por la burguesía vallisoletana»

Carlos Blanco

El pintor creó su obra antes de la detección de la enfermedad de Ángeles. Miguel Delibes, pintor yermo en la ficción de su novela, tenía cierta curiosidad traviesa por ver cómo el maestro García Benito solucionaba el siempre controvertido asunto del fondo de un cuadro. Delibes no esperaba un paisaje de frondosos bosques, como los que Fragonard dispensaba a sus damas poco antes de la Revolución Francesa, columpio incluido, pero sí algo más sugerente que un gris azulado en la pared de un corrillo. O un 'photocall' limpio de reclamos. El pintor fió todo a la levedad del gris. O a su comodidad, ¿quién sabe? A Vela Zanetti le impresionaba la calidad y variedad de los grises de García Benito. Los azulados, especialmente.

Cuando se ve el cuadro de cerca el fondo envolvente parece que se detiene ante la fuerza de la mirada de Ángeles. ¿Es gris o es azul? Algunos dirían que es azul sin equivocarse. El gris es un color neutro que no participa de muchas sensaciones, pero adquiere sustancia: «Pierde su inocencia y se convierte en una cosa», aseguraba el crítico de arte John Berger. Lo académico sería concertar el gris con el azul y dar paso a otros colores menos indefinidos.

En ocasiones, dice Berger en su 'Teoría de lo visible', «el azul y el rojo dejan de ser un color. Se convierten en adjetivos». Es decir, en colores que son palabras y, por tanto, susceptibles, por ir a lo cercano, de convertirse en melancólicas piezas de jazz o de blues. Sólidas improvisaciones que disuaden, salvo error o escaso gusto, de caer en la hueca ternura o el desconsuelo desmedido. Póngase a prueba y léase despacio, casi en voz alta, este texto seco y bello que Miguel Delibes escribe dolorido en 'Señora de rojo':

«Cuando ella se fue todavía lo vi más claro. / Aquellas sobremesas sin palabras, / aquellas miradas sin proyecto, / sin esperar grandes cosas de la vida / eran sencillamente la felicidad».

Estas frases emocionadas, lúcidas y tristes, por temática y autoría, interpretadas por alguien de la calidad de Sarah Vaughan o Billie Holiday, podrían haberse convertido con naturalidad en elegante blues. Y todos haber sentido lo mismo. A fin de cuentas, un desahogo.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios