Las huellas del oso, junto al árbol sagrado
Águeda de la Pisa interpreta las heridas del tiempo en el Abuelo, el viejo Roblón de Estalaya en el Valle de la Castillería palentino
Seguramente era ya un roble centenario cuando le indultaron los leñadores. Cortaron otros árboles alrededor. Y utilizaron la madera para construir las naves de Colón ... que viajaron hasta el Nuevo Mundo. Pero dejaron al Roblón de Estalaya en su sitio. Apoyado en esta pronunciada pendiente del Valle de la Castillería. Cinco siglos después, su corteza volvió a ser marcada para la corta. Las hachas venían a buscar las traviesas del tren de la Robla y el encofrado del pantano de Aguilar de Campoo… Pero volvió a librarse del holocausto arborícola. Así que los líquenes le terminaron coronando como árbol sagrado. Como mundo en sí mismo. Ecosistema pleno de biodiversidad, sin salir del tronco hueco. Un milagro del tiempo.
Por un momento, parece que Águeda de la Pisa desaprendiera todo lo aprendido en la Escuela de Nueva York. En el Ruedo Ibérico. Con una verdad de viento, de frío, de aventura, se enfrenta cara a cara con las heridas del viejo tronco. Con la piel de terciopelo de sus musgos. Con la luz mutante de este bosque de avellanos, endrinos, acebos y manzanos silvestres, que en la Montaña Palentina se llaman maellos. Uno o dos apuntes del natural. La primigenia relación entre la Naturaleza y el ser humano. La modernidad absoluta de lo que acontece ante los ojos de un artista.

Roblón de Estalaya
El Roblón de Estalaya, también conocido como el Abuelo, es el roble albar (quercus petraea) más longevo del Parque Natural de Fuentes Carrionas y Fuente Cobre, en el Valle de la Castillería, en la Montaña Palentina.
Con una antigüedad de unos 800 años, tiene un perímetro de 10,90 metros en la base del tronco, y de 9,8 metros en su centro. Y una altura de 12 metros.
Así en estos ojos, en estas manos, en estos pinceles surge una realidad trascendida. Una verdad poética que capta el corazón de madera del Roblón. Este árbol al que llaman el Abuelo. Este roble cuya corteza utilizan los osos para frotarse la espalda. Hay huellas de que muy cerca del Abuelo anduvo la Abuela. La osa mayor. La madre, que dicen los forestales, de todos los osos de la zona. Los cincuenta de la actual familia. Los seis nuevos miembros que nacen cada año.

Es indescriptible la belleza de este monte. Su sabor, como el de la mermelada del escaramujo, que nos deja en los labios un pequeño ardor salvaje. Con pena dice Bernardo, el custodio, que el Roblón es ya demasiado viejo. Que está jubilado. Que en poco más de cien años su vida se extinguirá. Al oírlo, Águeda de la Pisa lo retrata aún con más ahínco, desdeñando los amagos de la lluvia, los extraños vendavales que llenan de hojas ocres el aire del otoño. En mitad del bosque, de regreso, cuatro ramas han construido una cabaña para pasar el invierno. Quién será el valiente.
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