Salvar el honor

S IEMPRE que alguien ha perdido el honor con sus corrupciones, granujadas, chanchullos y otras andanzas consentidas, sólo le queda reconocer su responsabilidad, su inmoralidad y aceptar las consecuencias merecidas, si es que pretende recobrar de nuevo su honor y que se le devuelva parte de la fama de honradez que ha robado a la sociedad entera. Y digo esto, cuando los escándalos económicos no terminan, los fraudes fiscales se multiplican, el despilfarro y el enriquecimiento con los fondos públicos abundan y saltan con bastante frecuencia al escenario de la vida nacional con una cierta efervescencia, sin aclarar dónde están los dineros volatilizados y evaporados.

Pero, a pesar de que los hechos son de enorme gravedad, no quiero caer en la tentación de insistir en esta noticia negra, una vez más generalizada por la picaresca de tantos granujas, carentes de doblez o conciencia, y que está llenando espacios radiofónicos y un montón de páginas de prensa. Ni tampoco en aquellas otras noticias que se están produciendo cada día y que no favorecen en absoluto el honor. Por la simple razón de que no es mi deseo, en estos momentos, continuar alimentando la literatura quevedesca que tuvo su época, ni fomentando, por supuesto, el pesimismo y la desilusión o respaldando la idea de que, entre tantos desaprensivos, fraudulentos y corruptos, no se va a notar el que uno más decida cargas con el deshonor de aquellas existencias egoístas y aprovechadas puestas al servicio de su exclusivo y particular aprovechamiento.

Pícaros y depredadores

Es verdad, y no se puede ocultar, que abundan por todas las partes los pícaros y depredadores, que se mueven sin duda en la falsedad y en la estafa, en el mundo de las apariencias y no de las realidades, que burlan a los demás y que prescinden de los valores del honor y de la ética, puesto que lo suyo son los trapicheos. No obstante, no faltan quienes defienden muy alto estos valores, los mantienen y hasta los viven en todos las partes, entre indecentes, chapuceros y ladrones.

Claro, que junto a ellos, siempre han surgido hombres y mujeres que actúan de forma honrada en la vida personal y privada, que están comprometidos con la dignidad humana. Sirva de ejemplo, los que trabajan con los pobres en los países subdesarrollados, los que defienden la no violencia después de padecer el zarpazo de los violentos, los que acogen aquellos muchachos huérfanos de las guerras o de las injusticias, los que luchan por recuperar a los drogodependientes, los voluntarios que prestan servicios gratuitamente.

Ciertamente, la nueva promoción de golfos sin escrúpulos ni moral, que da la impresión que vuelven a aparecer, puede hacer que se olvide a esa parte tan significativa de ciudadanos anónimos que están tratando de convertir la honradez en su primera norma de conducta, que desean una sociedad pasada por el tamiz del regeneracionismo y que rechazan todo tipo de piratería de guante blanco.

Es urgente, cuando menos así se me antoja, que todos tengamos en el recuerdo con sus nombres y apellidos a tantos y tantos honrados y honradas con los que nos tropezamos diariamente y que aspiran a salvar el honor. Si no se descubren a nuestro lado o en nuestro entorno, quizás el fallo está en que no se mira con ojos limpios y esperanzados, o que nos consideramos los únicos honrados, o que estamos demasiado desesperanzados.

De cualquier manera, hay que buscar honradez en nuestro ambiente, en nuestro mundo. Para ello, es preciso ser honrados y elevar las cuotas del honor personal, privado y público. Una tarea importante para este verano y todo el año. Desconozco si estás por ella. No obstante, es necesaria y, por supuesto, interesante, sobre todo cuando la panorámica se presenta tan opaca.