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ROSA SANZ HERMIDA
Lunes, 22 de julio 2013, 10:50
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Según el calendario romano, los idus correspondían a la fase de plenilunio del mes, cuya fecha suele oscilar, dependiendo de los meses, entre los días 13 y 15. El emperador Julio César fue asesinado el 15 de marzo del año 44 a.C. a manos de sus más estrechos colaboradores en el senado romano, poco después de haber recibido un extraño vaticinio («César, guárdate de los idus de marzo»). La conspiración contra César, su magnicidio y el fin de alguno de sus asesinos constituyen la trama que desarrolla Shakespeare en Julio César, la tragedia que ha inaugurado esta VIII edición del Festival de Teatro Clásico de Olmedo con dirección y escenografía de Paco Azorín, vestuario de Paloma Bomé, iluminación de Pedro Yagüe y diseño audiovisual de Pedro Chamizo.
Tomando como base la traducción de Ángel-Luis Pujante, Paco Azorín condensa la materia dramática shakesperiana prescindiendo de determinadas escenas y personajes (Flavio, Calpurnia, Porcia...), recreando los espacios a través de elementos escenográficos (mesa de despacho, sillas dispuestas de forma diferente dependiendo de su función) y de diapositivas que aluden, al modo brechtiano, al lugar de la acción (Roma, Campo de batalla), al tiempo y a los actos. Completa el decorado un enorme obelisco que será derribado en el acto cuarto, quebrándose en tres partes, simbolizando el triunvirato ejercido por Casio, Bruto y Marco Antonio. Esta puesta en escena minimalista subraya la esencialidad del texto y no de la acción: interesa centrar la atención del espectador sobre la motivación de cada personaje para atentar contra el César (Casio, Bruto, Casca) o defenderlo (Marco Antonio). El todopoderoso César es un personaje imperfecto, sordo de un oído y temeroso de los hados, del que se burla Casio y al que Bruto acusa de ambicioso. Su asesinato se ejecuta no por librar al pueblo de un tirano, sino por codicia del poder; y una vez muerto, no desaparecerá; permanecerá omnipresente en escena de forma física, verbal o como presagio de las muertes de Casio y Bruto.
Consciente del peso de los caracteres en este drama, Paco Azorín hace que el peso de la obra descanse en los parlamentos de los personajes protagonistas, circundándolos con un haz de luz, como en los discursos de Bruto (Tristán Ulloa) y Marco Antonio (Sergio Peris-Mencheta), muy aplaudidos por el público (sobre todo el de este último). Los escudriña también proyectando imágenes de sus rostros, recordando en cierta forma al estilo de Bill Viola y sus estudios de cabezas; logrado guiño también a la iconografía romana, pródiga en inmortalizar a sus gobernantes.
Entre las debilidades de esta producción, un vestuario actualizado innecesariamente y una interpretación actoral que, a excepción del excelente trabajo de Mario Gas y ciertos destellos en el de Peris-Mencheta, adolece en general de falta de riqueza de matices, lo que repercute en la pérdida de ritmo e interés del final del acto cuarto y del quinto. Por lo demás, una puesta en escena pulcra y cuidada.
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