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LOS CUATRO CANTONES

Antolín

JULIÁN ALONSO

Domingo, 30 de agosto 2009, 03:26

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G REGORIO Antolín nunca ha sido un artista al uso. Me consta que nunca ha pretendido ser ni conocido ni reconocido. Y sin embargo, cuando sus compañeros de generación a lo más que aspirábamos era a ser campeones de futbolín, él ya tocaba media docena de instrumentos musicales, había militado en varios grupos -desde Los Vampiros a Topaz-, dibujaba a mano uno a uno los carteles de sus primeros conciertos, ejercía de cantautor -en solitario o formando dúo con Celia-, escribía como pocos, dibujaba cómics como nadie, se inventaba revistas, componía canciones y preparaba una estupenda tortilla francesa con ajo molido.

Han pasado muchos años desde entonces, muchas batallas -alguna en común-, casi todas perdidas, pero aquí está por fin, inasequible al desaliento, mostrando a quien quiera verlo una pequeña parte de su buen hacer artístico.

Valiente y arriesgada apuesta la de la Fundación Díaz Caneja del 28 de agosto al 20 de septiembre -y coincidiendo su apertura con las fiestas de San Antolín- poniendo su sala de exposiciones a disposición de un autor que sin duda puede ser considerado como autor de culto, si algo significa ese calificativo entre un reducido grupo de amigos e iniciados.

Y afirmo esto a riesgo de parecer pretencioso, con conocimiento de causa por la amistad que nos une y por haber sido partícipe de alguna de sus múltiples aventuras creativas.

Por eso y sin temor a equivocarme, puedo decir que Gregorio Antolín -empeñado en una particular cruzada para, como él dice, desemboinar a esa pandilla de mesetarios cromañoides de la que formamos parte- nunca ha sido amigo de protocolos, reconocimientos públicos ni reuniones políticamente correctas. Y sin embargo, pocos artistas merecen, como él, que se reconozca en todo lo que vale su trabajo y se exponga a la contemplación de todos aquellos -una mayoría- que aún no lo conocen, porque han visto obras suyas sin saber quién era el autor.

Tampoco se mueve, cuando de crear se trata, dentro de las coordenadas de la oficialidad. Ni puede ni quiere, porque su trabajo intelectual y plástico transita casi siempre por las arenas movedizas del libre pensamiento y la libre creación, sin someterse a credos ni a consignas.

Todo ello hace de este artista, militantemente marginal, un raro especimen difícil de clasificar y más aún de encasillar, por su actitud cambiante y siempre activa, que le hace viajar del cómic a la música, de la poesía al diseño, del modelado al collage y de la pintura a la ilustración digital, como viaja el hombre orquesta con todos sus instrumentos.

Pero si algo puede afirmarse es que se trata de un genuino hijo del tiempo que le ha tocado vivir: tiempo de cambios, utopías derrumbadas como castillos de naipes mil veces puestos en pie y mil veces derruidos por la oficialidad, desencanto por las expectativas frustradas, dolorosas constataciones y la actitud irreductible de los últimos resistentes, los francotiradores que hacen que el hecho y la mentalidad artística avancen por ese camino sin fronteras que abrieran Duchamp, Man Ray, Schwitters, Tzara, Cage y tantos otros como a lo largo de los últimos cien años han ido cerrando puertas para abrir caminos desde el margen.

No olvidemos que es en el margen donde se crea el caldo de cultivo de los grandes cambios, en este caso artísticos, porque sólo ahí, en el lugar donde es posible la ruptura, puede realmente surgir lo que de otro modo sería impensable por domesticado, aún a fuerza de tener que pagar el amargo peaje del desconocimiento, que en el caso de Gregorio Antolín se agudiza por la enorme dispersión que su obra ha sufrido a lo largo de más de treinta años por su carácter generoso, que hace que la mayor parte de sus trabajos se hayan refugiado en domicilios particulares, publicaciones minoritarias o, llanamente, se hayan perdido antes de ser disfrutados por los amantes del arte.

Pero esa generosidad, que siempre le ha distinguido y es el mayor de sus capitales humanos, llega más lejos, permitiendo en este caso que en la exposición puedan tener una pequeña parcela, a costa de reducir el espacio propio, algunos creadores amigos.

Y aún se han quedado fuera músicos alternativos, 'performers' y otros artistas radicales, por las limitaciones que las características y el espacio donde se lleva a cabo esta muestra tiene. Otro tiempo y otros ámbitos habrá para ellos, que también son parte importante para conocer en toda su extensión al artista multidisciplinar del que estoy hablando.

Su exposición en la Caneja no es sino el pequeño aperitivo de lo que sin duda está por llegar, porque aquí no se acaba todo, sino que comienza algo que, como siempre que algo nuevo empieza, tiene la imprevisibilidad de todo lo que se crea desde los presupuestos de la honestidad, la fidelidad a uno mismo y la libertad sin reglas.

Quienes se acerquen a ver sus propuestas comprobarán lo ñoñas y faltas de vuelo que resultan muchas de las que vemos por ahí, perpetradas por artistas 'consagrados' en galerías y museos de renombre, aunque mentalidades más tradicionales podrían tachar alguna de sus obras de provocadora. No se equivocarán, pero no es una provocación oportunista, de esas que se agotan en sí mismas como pataletas de niño maleducado. Ésas ni nos interesan ni le interesan a él porque lo más que pueden provocar es pena y a diario vemos ejemplos como más arriba apunto.

La provocación que interesa a Antolín es la que, partiendo de planteamientos rigurosamente artísticos y presupuestos ideológicos bien meditados, trata de remover, a la par que conciencias acomodadas, el estático panorama artístico de una ciudad que más veces de las deseadas se duerme en sus propios laureles e intenta que muy adentro de cada espectador se encienda la bombilla de alarma de las cosas que están pasando, esos fantasmas personales que no nos atrevemos a enfrentar y escondemos bajo la alfombra.

Que lo consiga, cosa poco previsible, es otro cantar, pero alguien tenía que intentarlo y, si ese alguien se llama Gregorio Antolín, bienvenido sea. A esa primera piedra le seguirán otras, porque el camino de la creación artística y libre siempre estuvo lleno de guijarros y bifurcaciones, pero el objetivo último nunca se debe perder de vista.

Entre tanto, enhorabuena a la Fundación Díaz Caneja por esta exposición y a desemboinarnos, que ya va siendo hora.

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