Valladolid
Roland Fosso, el hombre que sobrevivió a dos cementerios y le metió un gol a la xenofobiaSecciones
Servicios
Destacamos
Valladolid
Roland Fosso, el hombre que sobrevivió a dos cementerios y le metió un gol a la xenofobiaNo tenemos ni idea de quién es nuestro vecino. Y lo peor es que a veces ni siquiera nos importa. Sabemos, como mucho, que vino ... de Marruecos, de Colombia, de la República Dominicana. Hay más de 56.697 residentes de la provincia que nacieron fuera de España. Son casi el 11% de la población. «Pero apenas los conocemos». «Los vemos, sí, por la calle. Nos vemos». A las puertas del colegio, en el portal, el bar, la cola del pan. «Pero no tenemos ni idea de cómo ha sido su proceso migratorio. De todo lo que pasaron para llegar hasta aquí. Si lo supiéramos, todo sería mucho más sencillo. Para todos».
Por eso, dice Roland Fosso (Camerún, 1985), él ha contado su historia en un libro, 'La última frontera'. Por eso, ofrece charlas para compartir su experiencia y abrir los ojos (tanto de las personas autóctonas como de los migrantes recién llegados). Por eso, este jueves visitó Valladolid, invitado por Encuentro y Solidaridad, para explicar su «experiencia de vida», que «el proceso migratorio no es un camino de rosas», que llegar a un país desconocido no es una meta, sino un nuevo comienzo.
Esta historia podría comenzar antes, pero pondremos el origen de todo en el año 2002, cuando la madre de Roland falleció. «Ella era todo para mí». Roland es el quinto de siete hermanos. Su padre era «un hombre de negocios». «Tenía camiones. Se dedicaba al transporte de maderas, de esos palos que se ponen para el tendido eléctrico». La relación de Roland con su padre tenía sus tiranteces. «Todos hemos sido jóvenes». La madre, en muchas ocasiones, hubo de templar los ánimos. Y cuando murió, la situación se complicó. «Me desorienté». Y decidió que lo mejor era abandonar la casa familiar. Salir de allí para evitar conflictos. Viajar a Europa para que no hubiera en su familia grietas de más.
«En África nos presentan Europa como la gran solución a todos nuestros problemas, como el lugar donde tener un gran futuro…». La publicidad, las revistas, las series y programas de televisión, los familiares y amigos que llaman y dicen que todo les va estupendo, que les va genial. «Entre todos, nos venden una moto sin ruedas. Es verdad que en Europa, por muy mal que estés, estás mejor que allí. Pero la realidad es mucho más dura de lo que parece».
Roland tardó «dos años, siete meses y dieciocho días» en cambiar de continente. Salió de casa en el 2002. Saltó la valla de Melilla en mayo de 2005. «Durante ese tiempo, estuve dando vueltas por once, doce países». Chad, Nigeria, Níger, Mali, Burkina Faso, Costa de Marfil… «Yo hablaba inglés y francés y en Mali trabajé para una empresa como traductor. Allí tuve la suerte de ganarme la vida, de conseguir un dinero, de plantearme comprar un billete de avión para viajar a Europa». El problema es que, cuando intentó conseguir el visado, se topó con que la documentación que obtuvo en Costa de Marfil era falsa. Le habían estafado. Y le pillaron. «Estuve dos semanas en el calabozo. Me interrogaron antes de soltarme, pero me dieron 48 horas para abandonar el país».
Fue entonces cuando Roland decidió subir al norte de África y, desde allí, intentar su salto a Europa. «En Níger pagué a una mafia por un sitio en un Land Cruiser», una 'pick up' con la que atravesar el desierto rumbo a Argelia. La comitiva estaba compuesta por 26 compañeros. Llegaron once. Durante el camino, el vehículo se estropeó, los pasajeros se perdieron en las dunas de arena y muchos murieron de hambre, sed, desnutrición. Los encontró una comunidad de tuaregs, que los acogió, pero como mano de obra en esclavitud.
«Construíamos las casas de barro donde viven. Mi labor era ir con un camello hasta el oasis para coger agua. Un kilómetro y medio de ida y otro de vuelta. Por el desierto. Dos veces al día. Con cuatro garrafas de cincuenta litros cada vez. Allí estábamos como esclavos. Nos daban de comer una vez al día. Pero no un plato de lentejas, no. Un poco de agua, un poco de pan. Con otros compañeros, teníamos que comer serpientes, escorpiones, lo que veíamos que nos pudiera alimentar». Cuenta que así estuvieron seis meses hasta que recibieron la ayuda de una mujer de la comunidad que los ayudó a escapar. Pudieron entonces continuar su camino hacia el norte. Pero no recalaron en Argelia, como era su objetivo, sino en Libia.
Allí, después de un año y dos meses, comprendió que su ruta no podía continuar por mar. Estuvo a punto de montar en un cayuco que tenía la isla de Lampedusa como destino. En Italia. Pagó 1.200 euros por un asiento que no pudo llegar a ocupar. La mafia que se encargaba del viaje había vendido más pasajes de los 250 que tenía la embarcación. Roland fue uno de los que se quedó en tierra. Por suerte. Aquella balsa naufragó. Nunca llegó a su destino. «En el agua no hay nada a lo que te puedas agarrar. Si tu patera naufraga, eres comida para los peces. Nada más». Roland había salido vivo de dos cementerios: el desierto, el mar.
Comprendió que si quería llegar a Europa, su mejor oportunidad era entrar a través de Melilla. «Era joven. Yo pensaba: 'Puedo correr. Si veinte policías vienen detrás de mí, a ver si me pillan'. Y puedo saltar, los tres metros de valla se saltan en cuatro segundos». Viajó desde Libia a Nador (en Marruecos). «Allí, desde el monte Gurugú, Melilla era el único objetivo». Lo intentó cuatro veces. «Las cuatro me devolvieron en caliente de nuevo a África». A la quinta, de madrugada («somos como murciélagos») lo consiguió.
«Cuando pisé Melilla me sentí la persona más feliz del mundo. Más afortunado que Bill Gates con sus miles de millones. Ya estaba en territorio europeo. Había cumplido mi objetivo». Pero tan solo unos segundos después, comprendió que ahora empezaba un camino muy duro, una «lucha complicada» que, después de veinte años, quiere compartir.
Había que empezar de cero. Y su nuevo punto de partida sería Sant Boi de Llobregat, un municipio con más de 80.000 vecinos en el área metropolitana de Barcelona. Llegó a Cataluña el 12 de septiembre de 2005, «con quince euros en el bolsillo».
«Y sin conocer a nadie». Ese, cuenta Roland, es uno de los grandes problemas a los que se enfrentan los recién llegados. Muy pronto comprendió que su integración dependía de tejer redes, de hacer amistades, de abrirse a los vecinos de la localidad donde había ido a vivir.
Su primer paso, en diciembre de 2005, fue acercarse al Casablanca, un club de fútbol en el que se ofreció para jugar. «Me dijeron que en esa época habían parado los entrenamientos por la Navidad, pero que me acercara el 8 de enero». Aquel día, allí se presentó Roland. Muy pronto se convirtió en el delantero de un equipo en el que todavía milita («ahora como defensa, con los veteranos»). «La gente se preguntaba: '¿Quién es este negro que mete goles para mi equipo? Y así me empezaron a conocer». Después del balón, llegaron otras aficiones. «Comprendí que tenía que aprender el idioma, que conocer gente, que no podía quedarme solo. Por eso me impliqué en muchas actividades culturales». Eso, dice, le sirvió para derribar estereotipos, para que le conocieran personalmente. «Las personas migrantes tenemos que abrirnos e implicarnos allí donde vivimos, pero también la gente local tiene que estar abierta a conocernos. Muchas veces hay un gran rechazo al migrante, pero se debe a que existe un miedo a lo desconocido. Y ese miedo hace que no quieran conocernos». Un círculo vicioso que genera problemas y con el que hay que intentar acabar.
Noticia relacionada
«Si los locales abrieran su mente y su corazón (como a mí me ocurrió en Sant Boi de Llobregat), todo sería más sencillo». Pese a que las trabas y dificultades siempre estarán ahí. Roland cuenta cómo durante los primeros años tuvo que trabajar en la economía sumergida, en la obra. Mientras tanto, aprendió castellano, un idioma más que sumar a la lista de los que ya conocía y que le sirvió para trabajar en varios proyectos turísticos. También en fundaciones de ayuda a personas refugiadas y migrantes. Y decidió escribir un libro, este libro que acaba de presentar en Valladolid (y que publicó con el apoyo del Ayuntamiento de Sant Boi y el Centro Catalán de Ayuda del Refugiado) con el objetivo de derribar las fronteras mentales que todavía separan a muchas personas.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.