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Referentes en el banquillo para los jóvenes futbolistas de Las Viudas: «Si no respetas, no juegas»Llegó un momento en el que Óscar Dual supo que tenía que colgar las botas, que retirarse con honores, que dejar a otro chaval del barrio el número de su camiseta. «Yo veía que los jóvenes que venían por detrás me superaban, tanto física como ... tácticamente». Un sprint de cara a portería se le hacía eterno, una carrera por la banda parecía un maratón, la temporada era demasiado larga para cumplir siempre como el mejor 'crack'. «Pero oye, que soy perro viejo. Los cojo en un partido y los reviento». Así que Óscar cambió el terreno de juego por el banquillo. De jugador a entrenador. De beneficiario a responsable de un proyecto de Cáritas que busca, a través del fútbol sala, ofrecer alternativas de ocio saludable («y responsable») para jóvenes, sobre todo, de Las Viudas, de Delicias, «pero también de otros barrios de Valladolid». Son el Club Santo Toribio-Cáritas. Un proyecto con cuatro equipos, en otras tantas categorías, que agrupa a sesenta jugadores que han convertido el fútbol en escaparate de integración.
«Mi objetivo es enseñar a mis jugadores que en la calle no hay nada, que lo bonito es el deporte, que podemos hacer mucho para acabar con el estereotipo injusto del gitano delincuente, del barrio marginal», dice Óscar. El proyecto cumple ahora diez años. Muchos de los jugadores que comenzaron en el cadete han crecido en la cancha y hoy forman parte del sénior. Los hay que han dado un paso al frente para implicarse en la organización y el día a día del club.
«Esto nació como un proyecto de intervención social, para trabajar valores con los niños del barrio, para transmitirles respeto, la importancia de la disciplina, el compañerismo y la sana competición», explica Carlos San Segundo, educador de calle en Cáritas y uno de los impulsores del proyecto. La idea surgió gracias al compromiso de Orlando Ferreduela. «Ambos coincidimos en proyectos sociales en Barrio España y me comentó que podíamos hacer algo con los jóvenes de Las Viudas a través del fútbol», explica San Segundo, quien se puso en contacto con Antonio Verdugo, párroco de Santo Toribio.
El germen de ese club de fútbol nació en los locales parroquiales y se extendió en un primer momento a las canchas del Juan de Herrera y luego al patio del instituto Ramón y Cajal. Allí, chavales del barrio quedaban para entrenar y competir. «A todos se les exige un compromiso de asistencia. Si no vienes a entrenar, no juegas», cuenta Dual, quien recuerda que para formar parte del equipo, para tener ficha en el club, en las categorías inferiores hay que cumplir con las obligaciones escolares. Si no vas a clase, lo tendrás muy difícil para formar parte del equipo. «Hemos conseguido que algunos incluso se reenganchen a los estudios», explican.
Manuel Dual, hoy padre de familia, fue uno de los impulsores del club. «Había chavales que, por el hecho de ser gitanos, por ser lo que eran, no conseguían plaza en otros equipos. Aquí juegan todos en igualdad», indica Manuel. «El club está abierto a quien quiera participar, no tiene por qué ser gitano. Tenemos también jugadores payos», explica Óscar, entrenador del equipo senior C junto a Jesús Gabarri. «Comenzamos como cadetes y ahora todos nuestros jugadores ya son mayores de edad», aseguran. Jesús compitió en varios equipos y se retiró en el Betis.
Este proyecto ha intensificado su pasión por el fútbol. «Es una herramienta muy buena para ayudar a otros. Y una forma además de acabar con esa imagen que se tiene de las personas gitanas», cuenta Jesús, quien añade que también su comunidad «ha evolucionado para favorecer esa integración». «El pueblo gitano es hoy más abierto, sabe más de otras muchas cosas y que hay que respetar para que te respeten». Eso, dice, es una enseñanza crucial del fútbol. «A veces nos hemos encontrado con prejuicios, también por parte de los árbitros, que se han acabado con nuestro comportamiento respetuoso en el campo». «Y si alguno no lo respeta, no juega», dice Dual, quien reconoce que a veces hay que ponerse serio con los jugadores. Y si hay que llegar a una sanción, se llega. El hecho de que ahora sus entrenadores sean también gitanos es un aliciente, dicen, para los jugadores.
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Lo sabe bien Abraham Jiménez. Está a las órdenes de Óscar y Jesús en el equipo C, pero al mismo tiempo es entrenador de los cadetes del equipo D. Son chavales de 12 y 13 años que entrenan tres días a la semana en el patio del Ramón y Cajal y compiten en la liguilla escolar. «Están en una edad complicada porque la calle tira mucho y hay que ofrecerles otras alternativas», explica Abraham, quien reconoce que mete «mucha intensidad» a su equipo para que consigan los mejores resultados.
El compromiso de los entrenadores con sus jugadores va más allá del terreno del juego. «Queremos que lo que trabajamos en el equipo se lleve a la vida diaria. Si en el fútbol defendemos el respeto, eso se tiene que dar siempre. El otro día me encontré en la calle con uno de mis chavales y vi que estaba metido en una situación un poco rara. Escuché algo de una pelea, de que si se iban a pegar. Y le tuve que advertir: 'Oye, por ahí, no'. Son jóvenes y a veces se desvían. Nuestra labor es también estar ahí como un apoyo y referente», dice Óscar.
Esa figura de los referentes es clave en el proyecto, apunta San Segundo. Al principio, los entrenadores eran fichajes externos al club que se hacían cargo durante la temporada del equipo. Ahora, los responsables son personas gitanas que han pasado por otras categorías y sirven de ejemplo para lo que viene detrás. «El fútbol puede ser un instrumento transformador, desde la integración y la convivencia», indica Antonio Verdugo, el cura de Santo Toribio, parroquia que acoge este proyecto deportivo y social.
«El hecho de que se exija compromiso con los estudios hace que eso luego, según van creciendo, se traslade también a la integración sociolaboral, para que, cuando son adultos, puedan aspirar a un mejor empleo», apunta San Segundo.
Los colores de su equipación son el rojo y el negro. Tienen cuatro escuadras. «El principal problema es que, para entrenar, salvo los cadete, tenemos que ir a Parquesol, al polideportivo Lalo García», cuentan. Tienen que atravesar la ciudad. En bus, coches y furgoneta. «Algunos no tienen carné de conducir y nos toca subirles hasta allí». No solo desde Delicias, porque también cuentan con jugadores de Pajarillos o de Arturo Eyries. «Ir hasta Parquesol nos supone un trastorno. El anterior concejal de Deportes, Alberto Bustos, nos comentó que estaba trabajando para que pudiéramos entrenar en el Allúe Morer, pero desde el cambio de Gobierno no hemos vuelto a saber nada», lamentan los responsables de un equipo que recluta a futuros jugadores incluso a pie de calle, de plaza en plaza.
«Muchos ya saben de nosotros, que existimos. Pero a veces, cuando vemos a unos chavales que juegan en la calle, les animamos a venir». «Hacemos hasta un 'draft' para elegir a los mejores», bromea Óscar, quien recuerda que las puertas del Santo Toribio-Cáritas están abiertas para jóvenes que buscan en el fútbol un modo de «alejarse de los problemas de la calle» y trabajar el respeto a base de goles.
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