Langayo, nombre de origen celtíbero, significa 'entre dos valles'. Es un pueblo bien comunicado, cercano a Peñafiel. Su gente es acogedora; pero por desgracia, también ejemplo de la Castilla vaciada. Fluye por él el arroyo La Vega, que recoge al de Oreja. A su vera, algún chopo y plantas menores le añaden una gran belleza.
Terreno típico de Castilla, aquí unas estaciones bien diferenciadas crean un milagro de colores verdes, amarillos y ocres. Sus caminos recorren terrenos con suelos jóvenes de limos y arenas, que pasan a ser de los mejores de la provincia para el cultivo de regadío, pastos y forestal. Esto hace que sea un marco ecológico, y más ahora, con el embalse de Valdemudarra.
Se habitó desde el Paleolítico. Hay constancia de un castro celtíbero prerromano del siglo V a.C., donde se encontraron fíbulas (una especie de alfiler y joya). De su importante pasado dan fe los despoblados y un monasterio, Convento Oreja, fundado por templarios. El pueblo desapareció en el s. XIV, y quedaron solo unas ruinas de la cabecera de su iglesia, Santa María de Oreja. San Mamés es otro de los despoblados. Se conservan restos del caserío y de su iglesia dedicada a San Miguel. También hubo una pequeña ermita, la de San Juan, hundida en el s. XX. Hay documentación de un posible hospital.
Todavía en pie resiste otra ermita, la del Cristo del Humilladero, donde se celebra la Exaltación de la Cruz el primer domingo de septiembre.
Merece mención aparte la Iglesia parroquial, dedicada a San Pedro. Remonta sus orígenes al siglo XIII. En el s. XV se reforma para darle su configuración actual. Bajo el alero del pórtico destaca una decoración naturalista con caras humanas y animales. En su interior podemos disfrutar de obras de gran valor: un lucillo sepulcral con yeserías al estilo Cisneros, una escultura de San Pedro (Gregorio Fernández) y un óleo sobre tabla de San Pedro-Papa, atribuido al maestro de Osma.
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