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Fachada del Palacio Pimentel. El Norte
Primera justa en honor del Archiduque Carlos (IV)

Primera justa en honor del Archiduque Carlos (IV)

Las rutas de Carlos V ·

La llegada del Habsburgo propició la presencia de numerosos miembros de la nobleza y consecuentemente de todo el personal a su servicio. Se cifran en sesenta mil las personas que en aquel momento demandaron alojamiento

José Luis Chacel

Valladolid

Jueves, 28 de diciembre 2017, 13:09

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Unos días antes de su entrada en Valladolid, el Archiduque Carlos envió a esta villa a su mariscal aposentador para que concertara las residencias que deberían acoger a los grandes dignatarios. La llegada del Habsburgo propició la presencia de numerosos miembros de la nobleza y consecuentemente de todo el personal a su servicio. Se cifran en sesenta mil las personas que en aquel momento demandaron alojamiento. Los más notables, entre los que se encontraban los tres hijos de la Reina Juana –Carlos, Fernando y Leonor– y la Reina Germana, se hospedaron en diferentes casas de la aristocracia castellana. Al resto se les ubicó en dependencias de gente laica que se prestó a dar albergue a los forasteros. No fueron tan hospitalarios algunos miembros de la iglesia que eran propietarios de numerosas residencias en la villa, se opusieron tajantemente a facilitar estancia a los extranjeros y amenazaron con la excomunión a aquellos que lo hicieran. Ante la obstinación de estos religiosos, el mariscal aposentador decidió ocupar por la fuerza los establecimientos mencionados y la respuesta de los presbíteros fue excomulgar al mariscal, a sus aguaciles y alcaldes y suspender las celebraciones del oficio divino cuando percibieran la presencia de algún forastero en las mismas.

Durante aquel gran incremento poblacional que padeció la villa, aparecieron varios niños abandonados por sus padres en las calles –algunos de ellos recién nacidos–. El Archiduque y la Reina Germana ordenaron que fueran bautizados y entregados a madres nodrizas para que los criasen y educasen. Otra circunstancia nada deseable fue el aumento de extorsiones y robos a pesar de que la justicia castigaba a los malhechores y ladrones con sus procedimientos habituales: como primera medida ser azotados y paseados sobre un asno mientras se pregonaban sus delitos. Los que reincidían eran flagelados públicamente de forma más severa, llegando en algún caso, a cortarles una oreja. Delinquir por tercera vez acarreaba ser azotados con máxima intensidad y la amputación de ambas orejas, quedando así señalados como individuos peligrosos e incorregibles.

Durante aquel gran incremento poblacional que padeció la villa, aparecieron varios niños abandonados por sus padres en las calles –algunos de ellos recién nacidos–

Para contribuir al ocio y regocijo de los vecinos de Valladolid y de toda la nobleza presente, se organizaron numerosos actos, pero sin duda el más relevante fue el celebrado el día 27 de diciembre de 1517. Una justa con arnés de guerra y a hierro afilado en la plaza del mercado –actual Plaza Mayor–. Con este fin, el recinto fue cercado con grandes vallas conformando un cuadro, en cuyo centro se construyó un palenque, donde tendrían lugar las carreras. También se instalaron graderíos de madera revestidos y tapizados para procurar asiento a las damas y doncellas de la villa. La justa fue promovida por cuatro nobles pertenecientes a la casa de Habsburgo que actuaron como mantenedores: el Señor de Fiennes, el Señor de Beaurains, el Conde de Porcian y el Señor de Sanzeilles.

En la justa participaron sesenta caballeros, la mayoría de ellos extranjeros, organizados en cuatro equipos de quince. La celebración fue presidida por don Carlos, acompañado de sus hermanos don Fernando y doña Leonor, gran número de duques, condes, marqueses, caballeros y un gran séquito de damas. El espectáculo, al que no asistió la reina doña Germana por estar de luto, comenzó con el enfrentamiento de los caballeros sobre el palenque, primero justaron los miembros de los dos primeros bandos en tandas de tres contra tres y a continuación los de los otros dos bandos de la misma forma. Todos participaron armados con lanzas sin lizas y demostrando gran pericia y valor, produciéndose espantosos choques y vistosos botes. Los cincuenta y seis caballeros que no sufrieron lesiones durante las carreras intervinieron posteriormente en el tropel: una pelea de todos contra todos en la que se prodigaron terribles encuentros con lanzadas y estocadas sobre las corazas y los yelmos.

Hubo tal fuerza y violencia en los enfrentamientos, que muy a menudo saltaban chispas en medio de un sonido atronador. Los justadores estuvieron tan aplicados en sus peleas que no escucharon los toques de trompeta que anunciaron la finalización del tropel, por lo que hubo que encomendar a la guardia que los separaran y retirasen del palenque. Sobre el desarrollo de la justa, el cronista Laurent Vital dejó escrito: «En doscientos años no había habido en Castilla, Francia, Inglaterra ni otra parte, justa tan ruda y vistosamente ejecutada como esta».

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