La pasión por las ondas convertida en colección
Luis Luengo atesora en los locales de su viejo taller un arsenal de radios históricas... muchas construidas por él
Luis Luengo Sandoval (Torrelobatón, 1927) da vueltas a la manivela con una mano mientras levanta un dedo de la otra, como quien avisa de que ... algo importante está a punto de ocurrir. «Escucha», dice. Entonces, el vinilo empieza a dar vueltas, baja la aguja hasta los surcos negros y de la flor desplegada que es el altavoz del gramófono emergen los acordes de un pasodoble. Luis levanta la mirada, sonríe con orgullo y, al cabo de unos segundos, dice: «Todavía funciona... Esta, y todas las demás». El antiguo taller de Luis, su gigantesca cochera, la trastienda de su vivienda, es un museo de la radio. Atesora más de trescientas piezas. Philips, Seibt, Pilot, Celestian, Lafayette, RCA; muchas de ellas, fabricadas por él mismo. Pero podría ser también una sala de exposiciones para los bastones, los bolígrafos, las viseras, los mecheros, los puros y los sellos, los carteles de toros y los relojes, las brújulas, las barajas, los candiles y aperos de labranza, los fascículos de El Norte y las romanas, los juguetes infantiles y las viejas máquinas de cine. Cada mañana, Luis se pasea entre tanta posesión para comprobar que está todo en orden, que las radios funcionan, los mecheros encienden, no hay polvo en las madrueñas ni suciedad en las planchas de carbón.
–¿Y la afición por guardar cosas?
–No lo sé. Mi madre ya tenía colecciones de El Norte. Cuando se murió, su habitación estaba llena de libros antiguos, de periódicos de 1939.
Entre sus posesiones, atesora el primer tractor que hubo en Torrelobatón. Un Lanz Bulldog de color azul, 1930, adquirido en Alemania por Luis García, «el rico del pueblo». Luis lo recuperó hace veinte años de una era en la que estaba abandonado y, después de restaurarlo, de ponerlo a punto, lo ha convertido casi en un emblema para el desfile en las fiestas de la localidad. Tanta maña para recuperar el vehículo viene del pasado laboral de Luis, quien durante años atendió un taller mecánico y una gasolinera. Pero antes...
Antes habría que hablar de sus padres, Valeriano y Celerina. Él era mecánico de aviones. Su sede de trabajo estaba en el aeropuerto de Barajas, aunque eran habituales sus desplazamientos a otros puntos del país para la reparación de diversos aeroplanos. En Albacete, en Getafe, Burgos (ahí se tomó la foto en la que posa con sus hermanos), Guinea Ecuatorial... Vivían en Carabanchel Bajo, junto a la plaza de toros, «donde de niño entraba con los amigos a jugar». La plácida vida familiar se torció con el estallido de la guerra en 1936. A principios de aquel julio, los padres decidieron que Luis, el hijo mayor, pasara el verano con sus abuelos en Torrelobatón. El resto de la familia se quedó en Madrid. Separados por la Guerra Civil. Luis, que se despidió con la esperanza de pasar un verano tranquilo en el pueblo, no volvió a ver su padre, quien falleció con 36 años, en 1938, en Albacete, por una hernia que se le estranguló. Al terminar la guerra, su madre y sus dos hermanos regresaron a Torrelobatón. «Recuerdo que fui con mi abuelo, Mariano Sandoval, a buscarles a la estación de ferrocarril. En un carro. Y que mi madre lloró mucho cuando me vio. Mi abuelo tenía labranza, y buena, en el pueblo. Pero mandaron a todos sus hijos a la guerra y todo quedó desatendido».
Viajó en 1936 para pasar el verano con sus abuelos... no volvió a ver a su padre con vida
Estudió Luis en la escuela con Félix Sarmentero (quien además de maestro era corresponsal para El Norte) y después ingresó como aprendiz de mecánica en la finca del ministro franquista Rafael Cavestany, una propiedad enorme, de más de mil hectáreas de cebadas y trigo, con ovejas y vaquería, en dirección a Medina de Rioseco, en la que trabajaban y vivían veinte familias, más de cien personas. «Tenían carpintero (era mi tíoPedro), maestro, veterinario, cura y hasta cine...». «Yo iba a trabajar andando, y al principio no me pagaban. Pero un día fue don Rafael y me vio por allí. Preguntó que quién era, que qué hacía, que cuánto me pagaban. Y cuando le contestaron que nada, dijo que eso no podía ser, que desde entonces, dos pesetas y una gratificación de 27. Aquello para mi fue un mundo. Me compré una bici en la plaza de San Miguel. Fui con mi abuelo en burro desde el pueblo para comprarla y luego yo ya volví en la bici». A los 18, Luis se convirtió en el jefe del taller, después de un trágico accidente en el que Ángel, uno de sus maestros, falleció totalmente quemado. «Y como yo era el que estaba al tanto de las cosas...». El espíritu emprendedor siempre le ha acompañado y por eso, llegado el momento, «y después de ver lo que hacía falta en la zona», decidió montar un taller por su cuenta y, más adelante, consiguió la licencia para instalar un gasolinera en Torrelobatón (y que así no hubiera que ir a por combustible a la capital, Rioseco o Tordesillas).
Curso de montador
En 1950 comenzó a sintonizar su pasión por las ondas. Junto con «un chaval de Castromonte» se apuntó a un curso por correspondencia para aprender a montar radios (con las válvulas, las lámparas, las frecuencias, los condensadores). «Estuve tres meses sin pisar por el café para ahorrar y pagarme el curso. Y llegó mi abuela y dijo:'No hijo, no. El curso te lo pago yo'». Compraba los materiales en la Casa Rea («pegado al Calderón»)y en Valdeprado, montaba las radios y luego las vendía. «La primera, por 2.100 pesetas, a Julián, un vecino de San Pelayo. He llenado de radios toda la comarca. Más de doscientas vendí. Cada aparato me llevaba cuatro o cinco días. Y sacaba mucho dinero». Durante cuatro años, Luis y su esposa María, estuvieron viviendo en la finca El monte San Lorenzo. Allí, «un día, cuando Franco vino para inaugurar la escuela de capacitación agraria de La Santa Espina, le contaron lo de mi colección de radios... y se acercó a mi a casa para verlas». Después, dejaron la finca y regresaron a Torrelobatón, el pueblo en el que han pasado toda su vida, rodeados del cariño de la familia... y de la compañía de la radio.
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