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El abuelo paterno, Baldomero, era marino mercante. Algo que, por otra parte, tampoco es que fuera muy extraordinario hace más de cien años en Ferrol. ... «Ser marino allí era como vivir en Valladolid y trabajar en la Fasa», explica María de la Paz Riobó Bustelo (Vivero, Lugo, 1929), quien, gracias al espíritu aventurero de su abuelo, tiene hoy sangre cubana bombeando el corazón. Se embarcó el ferrolano en una expedición a Cuba y allí conoció a Mercedes, una joven de Nuevitas, municipio de la provincia de Camagüey, con quien se casó. Regresó la pareja a vivir a tierras ferrolanas y allí adoptó Mercedes uno de los grandes patrimonios gallegos: la morriña. «Mi abuela echaba de menos Cuba y tuvieron que regresar», explica la nieta de Baldomero, la hija de Francisco. «Mi padre se dedicó allí a la compra y venta de coches. Pero vino la crisis y tuvo que regresar a España». Aquí fue ya donde nació María de la Paz. Pachuca, como le llaman con cariño familiares y amigos. Chuca, como firma sus múltiples cuadros:los óleos de paisajes, flores y marinas que pinta con afición todos los sábados y domingos.
–¿Solo los fines de semana?
–Solo. El resto de días no tengo tiempo.
Y luego explicaremos el porqué.
«Mis padres se establecieron en Vivero y montaron un bazar que vendía de todo. El 0,95 se llamaba. Decía mi madre, Felisa, que el día de la inauguración había una cola enorme en el pueblo, esperando a que abriera la tienda». Pachuca fue la segunda de seis hermanos. Las cinco primeras, chicas. El sexto, un varón, llegó con síndrome de down.
«A los 16 años nos marchamos de Galicia. La situación económica fue muy dura durante la guerra, mis padres tuvieron que cerrar el bazar y buscarse un futuro en otro sitio. Se vinieron para Valladolid, porque aquí tenía familia mi madre, los Bustelo. Vivíamos en el edificio de la esquina que hay frente a Correos. Y mi tía, María Bustelo, fue una de las primeras mujeres, yo creo que la primera, que entró a trabajar al Ayuntamiento, como secretaria de Fernando Ferreiro, que era el alcalde [de 1943 a 1949] y había nacido en Vivero». La recomendación del paisano fue vital para que también Pachuca entrara «como temporal» a trabajar en las oficinas consistoriales, en intervención.
«Yo siempre he pensado que si quieres trabajar, tienes que prepararte, que estudiar. Es una inquietud que se tiene o no se tiene. Y yo la tenía. Por eso estudié». No solo la formación básica, sino que también comenzó el Bachiller.«Aunque lo tuve que dejar por culpa de la guerra». «Después también me preparé una oposición para el Ministerio de Justicia, en una época en la que apenas había mujeres en los ministerios». Recuerda Pachuca que antes tuvo que hacer el «servicio social, coser, cocina, todo eso». «Yo tenía 18 años.Teníamos que ir a la calle Doctor Cazalla, creo recordar que era allí, y un día de agosto hacía un calor horroroso. Había un botijo en el balcón y bebí un poco de agua. ¡En qué hora! Cogí el tifus.Como en aquella época no había antibióticos, estuve tres meses en la cama, a agua y galletas maría. Cuando se me pasó y me levanté, casi se me había olvidado andar. Se me hizo larguísimo. Y eso que no estuve en el hospital.Vino un inspector a mi casa, vio la habitación y dijo que me podía quedar allí, siempre y cuando solo entrara una persona para atenderme. Yo creo que después de aquello inmunicé y por eso ahora, con casi 91 años, estoy tan bien. No escucho muy bien, pero por lo demás no me quejo de nada».
Una vez superada la oposición para Justicia, fue destinada a Béjar. Conserva un carné de diciembre de 1951 que la acredita como trabajadora del ministerio. De ahí es la foto que muestra. «Fíjate cómo era. ¿Cómo es posible que se cambie tanto con el tiempo? No parezco la misma persona, ¿verdad? Y eso que ahora yo me veo mejor, más guapa», asegura con coquetería.Porque de eso a Pachuca no le falta. «Yo todos los días, a las diez y cuarto, ya estoy con el ojo pintado», dice.
Allí en Béjar se alojó en la pensión de una viuda, donde dormían «las maestras, los chicos que trabajaban en los bancos y habían sido destinados allí. Fueron los mejores años. Lo pasé tan bien. Béjar no parecía Castilla. Tan verde, tan cerca de la sierra». Y allí conoció al amor de su vida. José García Alba: Pepe Alba. «Cuando iba por la calle con las amigas y nos lo cruzábamos, siempre me dejaban que me pusiera en la esquina. Para pasar cerca de él. Es que las cosas han cambiado mucho, ¿eh? Antes, que entrara una chica sola en el bar estaba mal visto.Si ya iba con el novio era otra cosa, pero sola...».
Pachuca se casó joven. Con 22 años. Y dejó de trabajar. «¿Cómo iba a trabajar la mujer de Alba?, preguntaban en la época. Y cómo me arrepiento ahora. Yo tenía que haber seguido con mi empleo. Mi marido trabajaba en la lana. En abril ya comenzaba la temporada, compraba la lana en Extremadura (la mejor era la merina) y luego la vendía a Sabadell, donde estaba la industria textil, y también a Inglaterra. El paño inglés gris era de lana nuestra», rememora.
«Pero al final aquello también se fue, como se dice, al carajo. El sector entró en crisis y nos vinimos para Valladolid. Yo volví a ingresar en el ministerio de Justicia. Y Pepe se puso a buscar trabajo». Un día, en el periódico, vieron un anuncio que reclamaba «señor, con buena presencia» para la editorial Plaza&Janés. «Y Pepe, que era capaz de vender arroz a los chinos, se convirtió en el mejor comercial. Hasta le dieron una medalla. El pobre padecía del corazón, se jubiló por enfermedad. Hace 22 años me quedé viuda».
En su regreso a Valladolid, vivieron primero en la calle Capuchinos. Se mudaron luego a Puente Colgante. En el entorno del paseo de Zorrilla hace hoy Pachuca buena parte de su vida social. Todas las tardes queda con su hermana María Cristina y sus amigas Ana Mari y Carmina para tomar unos claretes y unas tapas en el mesón Herbe. «Hace cinco años me operaron de cáncer de colon. Le pregunté al médico que si podía seguir yendo de vinos con las amigas». Y aquí sigue, a diario. «Por eso entre semana no tengo tiempo para pintar».
También porque todas las semanas es animadora de Vida Ascendente, «un movimiento para jubilados y mayores en el que ya llevo 22 años. Nos reunimos para reflexionar sobre el evangelio, hablar de espiritualidad, apostolado, amistad... He estado en las parroquias de Santo Domingo,Sagrada Familia y ahora San Lorenzo.Voy andando todos los lunes. Y me hace mucho bien. Mi lema es demostrar el amor, que quieres al otro. Porque si quieres a alguien, ¿qué daño le vas a hacer?».
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