De fútbol, música y poetas
Mis horas con Delibes ·
Delibes solo escribió tres versos en su vida: los que dedicó secretamente a su amigo Francisco Pino el día de su muertePues sí: como ya he dejado contado en mi anterior crónica, no pocos días pasábamos Delibes y yo por la plaza de Zorrilla. Donde se ... yergue la efigie en bronce del poeta romántico en trance de recitar sus versos. Sus torrenciales versos. Salió en ocasiones a relucir la prodigalidad versificadora de nuestro vate vallisoletano. Proceder literario diametralmente opuesto a la concisión delibeana.
Un día le comenté yo a Miguel –no sé dónde lo acababa de leer– que solo en su 'Leyenda del Cid' empleó Zorrilla, como quien no quiere la cosa, 19.000 versos.
– ¡Qué me dices! ¿19.000 versos...? Puestos en fila darían la vuelta a esta plaza, recorrerían la calle de Santiago y hasta circundarían la Plaza Mayor. Se quedó Miguel pensativo tras el comentario y añadió: «Y yo que no he escrito nunca un solo verso...».
Tres versos, tres
Esto no fue siempre así: tiempo más tarde escribió Delibes tres sentidos versos con ocasión de la muerte de otro poeta vallisoletano, Francisco Pino, el 22 de octubre de 2002. Yo fui el encargado en llevar estos versos, a modo de pésame, a Villa María, domicilio del poeta en el vallisoletano Pinar de Antequera. Miguel me pidió este favor, pues él no se encontraba fuerte para salir de casa. Y me pidió también que no los hiciese públicos. Los tres versos. Eran solo un «atrevido y afectuoso desahogo» (así los calificó), un homenaje versificado a su amigo poeta.
Pero volviendo al romántico Zorrilla: Miguel Delibes, con su retranca proverbial, nunca llevó bien –permítaseme decirlo así– la titularidad otorgada a dos espacios públicos vallisoletanos: el estadio de fútbol y el auditorio de música. El primero se llama José Zorrilla, y el segundo, Miguel Delibes.
– Los han bautizado con el nombre cambiado– soltó un día.
– ¿Y eso...?
– Porque al estadio le tenían que haber puesto mi nombre, que soy el que sabe y al que le gusta el fútbol –don José no sabía ni lo que era–; y al auditorio tenían que haberle puesto José Zorrilla.
El Delibes chancero...
Aunque para bromas y chanzas las que solía gastar, con el mayor cariño, eso por descontado, a su amigo el poeta del Pinar de Antequera, mencionado y evocado líneas arriba, Francisco Pino. El más grande poeta surrealista de la poesía española, así calificó Jorge Guillén a Francisco Pino.
Pues no pocas de mis «horas» junto a Miguel Delibes las pasé a la vez junto a Paco Pino. Evocaría aquí algunas de nuestras visitas inolvidables al poeta. Paco era un niño grande , y Miguel bromeaba con él. A veces el poeta se quejaba de que siempre tenía frías las piernas, y Delibes se permitía la licencia, el atrevimiento, de introducir sus manos por los bajos del pantalón y palparle las pantorrillas, para constatar lo contrario.
– ¡Pero Paco, yo las noto calientes!
Amistad o devoción
Recuerdo un atardecer de primavera, azul el cielo y el aire, en que logramos sacarle a pasear por los alrededores pinariegos de su casa. De pronto se puso nervioso y dijo que tenía que regresar. Miguel se empeñó en demorarnos un poco más, pero el poeta, erre que erre. Al final, candorosamente, confesó:
– Es que tengo que ir a misa y ya es casi la hora.
– ¿Pero es que vas a misa a diario, Paco? –le sonsacó Miguel.
– Pues sí, aquí, en la capillita del Pinar.
– Pero porque faltes un día...
– No, ya lo sé, y más estando con amigos como ahora. Pero es que solemos estar únicamente el cura y yo, y me da no sé qué dejarle solo...
– ¡Ah, o sea –bromeó Delibes–, que vas más por amistad y consideración con el cura que por devoción!
Total, que nos fuimos los tres a misa, acompañando al poeta, y ese día tuvo el oficiante más feligresía que nunca...
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