El falso rubí de un rey de Castilla que adorna la corona británica
Conocida como 'rubí del príncipe negro', el monarca burgalés Pedro I 'el cruel' arrebató la piedra preciosa al sultán nazarí Muhammad VI 'el bermejo' en el siglo XIV
170 quilates. Sin tallar. De color rojo brillante. Así es el llamado 'rubí del príncipe negro', la segunda piedra preciosa por excelencia de la corona ... imperial del Estado Británico. La primera es el diamante Cullinan II. Tras portar sobre su cabeza la corona de San Eduardo en el momento de ser proclamado rey, Carlos III se pondrá la conocida como 'corona del cambio', en cuyo centro está engarzado este falso rubí, que perteneció a la corona castellana en el siglo XIV.
Llamado 'rubí del príncipe negro', en realidad se trata de una espinela roja, muy apreciada en la Edad Media. En forma de octaedro irregular, la piedra, cuyo eje más largo es de algo más de cinco centímetros, está únicamente pulida. Es una de las espinelas rojas sin tallar más grandes del planeta. En su día se perforó para llevarla como colgante, para lo que se hizo un agujero en el centro en su parte superior. Hoy un pequeño rubí tapa ese abertura. Es una de las 2.901 piedras preciosas que adornan la joya con la que el nuevo monarca desfilará por las calles de Londres. Su origen, probablemente, sea la mina de Kuh-i-Lal, situada en la actual República de Tayikistán. Tras haber concluido la Ruta de la Seda en algún importante mercado del Próximo Oriente, habría pasado a Génova y de ahí, a Granada, donde formó parte del tesoro del reino nazarí.
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En 1360, el sultán Muhammad VI 'el bermejo' se presentó ante la corte castellana en Sevilla con idea de convencer a Pedro I de que retirase su apoyo al anterior sultán. Para ser recibido por el rey burgalés en los Reales Alcázares llevaba consigo «las mejores e más ricas joyas que tenía», según recoge Pedro López de Ayala en su 'Crónica del rey don Pedro de Castilla'. Alojado en la judería sevillana, fue detenido y desvalijado por orden del rey. «Halláronle tres piedras balajes, muy nobles y muy grandes [tan grande cada una como un huevo de paloma]», describió López de Ayala. Una de ellas es la espinela que hoy luce en la corona británica.
De esta manera pasó a ser propiedad del rey de Castilla. Aunque por poco tiempo. Depositada en el Monasterio de Santa María la Real de Nájera, Pedro I se la ofreció a Eduardo Woodstock, entonces príncipe de Gales -conocido como 'el príncipe negro' por el color de su armadura- en agradecimiento por su apoyo en la Batalla de Nájera en 1367. Eduardo regresó a Inglaterra con el falso rubí y dos de las hijas del rey: Constanza y la vallisoletana Isabel de Castilla, quien llegó a ser la primera duquesa de York. Enrique V hizo engarzar la joya en su yelmo en 1413 y Ricardo III la llevaba en su casco en 1485 el día en que murió en la Batalla de Bosworth. Enrique VII y su hijo la utilizaron en su corona. Pero en 1649 la joya se vendió y desapareció durante más de diez años. En 1660 el comprador anónimo la hizo llegar de nuevo a manos de la Casa Real británica, cuando reinaba Carlos II.
En el siglo XIX la reina Victoria la mandó incorporar a una nueva corona del Estado Imperial. La lució en su coronación en 1838. Diseñada por los joyeros Garrad & Co y realizada en oro, platino y plata por los orfebres Rundell and Bridge, está considerada una las joyas más imponentes de la realeza europea. Eduardo VII le agregó el diamante Cullinan II, de 317 quilates, conocido como 'segunda estrella de África'. El zafiro Estuardo, de 104 quilates, originalmente estaba engarzado por debajo de la espinela, pero fue colocado en la parte posterior para dejar espacio al diamante. Ubicado en el centro de la cruz que remata la corona está el zafiro de San Eduardo, la joya más antigua de la colección real británica.
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