Una colección de recuerdos de Castrodeza
Juana Arroyo recupera, a punto de cumplir los 91, verso por verso una poesía que recitó con nueve en la misa del gallo. La mayor de 16 hermanos, es memoria viva de su localidad
Yo no sabía lo que eran los Reyes Magos», reconoce Juana Arroyo Gallego (Castrodeza, 1929). «No lo sabía hasta que la Tere, una hija de ... doña Elvira, la maestra, vino un día y nos contó que los Reyes Magos le habían traído seis pesetas. Yo pensé:pues por mi casa han tenido que pasar también porque les pillaba de camino». Cuenta Juana que Melchor y compañía no llenaban de regalos su hogar. «¡Bastantes juguetes tenía yo en casa!». Porque quién quiere muñecas cuando hay tantos hermanos pequeños que cuidar.
–¿Cuántos fueron?
–Dieciséis. Y yo era la mayor. Siete se murieron de pequeños.Y hubo dos veces que mi madre tuvo mellizos.
–¿Se acuerda de los nombres?
–Te los digo por orden:Juana, que soy yo.Landelino,Artemio, Sabina y Donata, que llegaron juntas. Fabia, Adelina, Luis, Daniel, Alejandro y Alejandra, también a la vez. Luego Ifi, Amalio,Juanito, Emilio y el pequeño, al que le llevaba 18 años, Isaías. Cuenta a ver si se me ha olvidado alguno.
La familia consiguió uno de aquellos premios que entonces se entregaban a la natalidad. «No fuimos los primeros, pero nos dieron 5.000 pesetas que mi padre usó para comprar un macho. No fue a la guerra por eso, por tener familia numerosa. Que antes eras familia numerosa cuando tenías cinco hijos. Ahora lo han ido bajando y lo van a tener que poner casi por tener hijos».
El padre Ifigenio era labrador («cebada, trigo, legumbres») y la madre, Amalia, ama de casa, «con tantos hijos...». «Como yo era la primera, desde muy pequeña mi padre me llevaba en el verano a barrer la era, a ayudarle. Yo dejé de ir pronto a la escuela, a los 12 años me salí porque tenía que echar una mano en las cosas de la casa. Pero aunque lo dejé pronto, todavía me acuerdo de mucho de lo que aprendí. Tuvimos una maestra muy buena. Y eso que también tuvo muchos hijos y que tenían que mandar a sustitutas. Recuerdo a una, que se llamaba a Anisia, y que nunca se sentaba en su sitio, en la mesa, sino en una sillita. Y desde ahí daba clase. Fíjate que éramos muchas en la escuela. Y ahora vienen a buscar a un niño en taxi para llevarle a estudia a otro pueblo».
«Antes en Castrodeza había de todo. Dos o tres panaderías, de las que hacían el pan aquí, una tienda de comestibles, el veterinario, el boticario. Y había muchos niños jugando en la calle, a la peonza, a resbalarse a las tabas». El pueblo tiene hoy 160 habitantes empadronados, según los datos del INE. Juana está a punto de cumplir 91 años, «y sin teñirme el pelo nunca». María (quien el próximo domingo se asomará por esta página) ya ha soplado 95 velas. Las dos pronunciaron el emotivo pregón de las fiestas del año pasado. Allí, Juana sorprendió a sus vecinos con esa prodigiosa memoria que le permitió recitar, verso por verso, sin duda ni error, una poesía que aprendió de pequeña.
–Llegaos a su cuna, veréis como duerme. Parecen sus manos, sus manitas tersas, dos rosas de nieve...
«Esta poesía me la enseñaron la Víctora y la Cirina, dos hermanas que iban a la iglesia de Santa María, que cantaban en el coro. Yo me la aprendí de memoria, porque la recité en el altar mayor, cuando tenía nueve años, en la misa del gallo. No la tenía apuntada en ningún sitio, pero cuando una cosa se queda bien no se olvida. Además es que yo me aprendía las cosas pronto, a los cuatro años sabía leer. Todos los años, por Navidad, cuando estaba en la cama, me lo repetía de memoria. Por eso me acuerdo».
La foto de su vida se dibuja sin apenas retratos porque dice Juana que nunca le gustó posar para las fotos... «y tampoco antes había tantas cámaras como ahora, había que ir a Valladolid...». Por no tener, ni siquiera tiene imágenes del día que a los 24 años se casó con Eusebio Valles, también vecino de Castrodeza. «Era poco hablador. Pero le gustaba mucho el teatro. Y actuaba muy bien. Tenía 16 años cuando empezó y, como era un poco introvertido, le dieron un papel pequeño. Y a otro que era un poco más fanfarrón le pusieron de protagonista. Pero luego, como vieron que Eusebio lo hacía tan bien, tuvieron que cambiarlo. desde entonces siempre tuvo el papel principal. y llegó a dirigir el grupo de teatro».
«Antes había baile todos los domingos en el pueblo, en un salín. Primero de manubrio. Luego ya con los discos. Y había que esperar a que viniera la luz para poder ir al baile. Porque antes solo había electricidad por la noche. Y al principio ni siquiera eso, que era todo con velas y con lámparas de carburo. Luego, con la electricidad, no había luz durante el día. Esperábamos a que se hiciera la hora para que llegara la electricidad y entonces íbamos corriendo al baile», evoca Juana, quien echa manos de otros recuerdos de la época.
«Hace años, los chicos no entraban en el bar hasta que pagaban el vino. Cuando tenían la edad suficiente, tenían que invitar a todos los del bar y entonces ya era cuando podía entrar como uno más. Y cuando venía un forastero también, se decía que tenía que pagar la moza, porque seguramente que venía porque se había echado aquí novia. Y claro, si al final salían y se casaban, esa chica se iría del pueblo a vivir con él», cuenta.
«Y se cantaba. Antes se cantaba mucho. Los niños iban en Navidad de casa en casa pidiendo la voluntad y cantando villancicos. Las mujeres cantaban cuando hacían la labor. Ylos agricultores cantaban cuando venían de trabajar en el campo. Hasta cuando íbamos de paseo con las amigas se cantaba. Y ahora yo creo que no se canta tanto», defiende Juana, madre de cuatro hijos (Amado, Carmen, Ascensión y Cristina). «Mi suegro tenía una tienda de comestibles en el pueblo y luego estuvieron mis hijas con ellas. Vendía de todo menos fruta y pescado. Recuerdo cuando venía la gente a por aceite. Tenía una vasija grande, la zafra, y un embudo para llenar las botellas. De cristal. No como ahora que todo es plástico. Todo es plástico. Ahora se lleva mucho lo de usar y tirar».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión