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Javier Burrieza
Domingo, 29 de diciembre 2024, 08:14
El Secretariado de Cultura del Arzobispado de Valladolid, creado por el arzobispo Luis Argüello para fomentar el diálogo entre la fe y la razón, para impulsar iniciativas de conservación del patrimonio y creación artística dentro del ámbito eclesial, organizó el pasado 11 de diciembre ... una jornada de estudio para dar a conocer a la vallisoletana Ana de San Agustín, carmelita descalza, fundadora de diferentes conventos y vinculada al ámbito de la escritura y la lectura como tantas otras monjas de aquella Orden. Ese día se cumplían cuatrocientos años de su muerte. Los primeros veinte de su vida se repartieron entre su cuna y Dueñas.
Nació con el nombre de Ana Pedruja. Así fue bautizada en la pila de la antigua y primitiva iglesia parroquial de San Miguel, ubicada desde remotos tiempos medievales en el centro de la plaza que conocemos hoy con este nombre. Aquel templo fue demolido a partir de 1775 cuando, tras la expulsión de los jesuitas en 1767, dos antiguas parroquias del Valladolid medieval –la mencionada de San Miguel y la de San Julián, en la actual calle de la Encarnación– abandonaron sus antiguos y probablemente mal conservados edificios para instalarse en la iglesia tan capacitada de la Compañía que había contado hasta ese momento con el nombre de Colegio de San Ignacio. En realidad, esa niña conoció a los jesuitas ya instalados en Valladolid, pues entraron en la villa en marzo de 1545 y lo hicieron cerca de la calle Guadamacileros, donde había nacido.
A pesar de pertenecer a una familia alfabetizada, mostrando algunos autores el deseo de ennoblecerla en sus orígenes y vinculándola con 'la Montaña' cantábrica, Ana Pedruja nunca tuvo clara la edad que tenía. Y lo manifestaba con una expresión que era muy habitual en las percepciones de cada uno. Hablaban, por ejemplo, de cincuenta y seis o cincuenta y siete años poco más o menos.
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Y así se manifestó en la importante declaración que realizó para testimoniar su experiencia junto a Teresa de Jesús, cuando se encontraba en vías de santificación. Ha ocurrido con varios autores que han afirmado que Ana Pedruja o Ana de San Agustín –desde que entró en el claustro conventual– había nacido en años distintos. Los libros de bautismos han hablado con contundencia: en 1555. Aquella fuente histórica era la forma de registrar la administración de un sacramento en un tiempo preestadístico, aclarando muchas cuestiones demográficas: «en 22 días del mes de diciembre año de 1555, baptizó Juan de Pedruxa su hixa Ana». Había nacido el día 11 de ese mes, la misma fecha en la que falleció sesenta y nueve años después.
Su padre era intendente, mayordomo, hombre de confianza del conde de Buendía, señor de Dueñas, Juan de Acuña. Un noble que se mostró muy cercano a la Monarquía de Felipe II y a los diferentes escenarios de la misma en toda Europa. Esto propició que la familia Pedruja se trasladase a Dueñas algunos años y que después regresase a Valladolid, donde su hija también se vinculó especialmente con la sobrina del conde, Luisa de Padilla y Acuña. La sucesión del condado fue complicada.
El titular contaba con sucesión ilegítima pero no de su esposa y el condado pasó –tras muchas vicisitudes– a su hermana María de Acuña, casada con el adelantado de Castilla, Juan de Padilla. Estos últimos disponían de cuatro hijos, pero todos querían profesar en órdenes religiosas. Una de ellas, Luisa de Padilla y Acuña, acompañada en el servicio por Ana de Pedruja, tuvo que abandonar sus deseos y casarse con un pariente suyo para transmitir dentro de la misma familia los títulos nobiliarios.
¿Cuándo Ana de Pedruja empezó a disponer de una vida propia y no de servicio? Las fuentes que cuentan su trayectoria, por dictado propio o por interés de terceros, destacaron su pronta vocación religiosa y retrataron episodios en Valladolid, en medio de prodigios pintados en escenarios urbanos muy conocidos. Desde 1568 Teresa de Jesús fundaba junto al Pisuerga. Ana Pedruja no pudo entrar en la clausura vallisoletana ¿Quizás por un cupo de número? Lo cierto es que eligió la fundación teresiana más alejada, la de Malagón, en la actual provincia de Ciudad Real ¿Era para estar menos próxima a su familia y de aquella otra adoptiva que era la de los condes de Buendía a la que había servido?
Cambió su nombre por Ana de San Agustín, según era habitual con su entrada en el claustro en 1575 aunque profesó tres años después. La madre Teresa de Jesús se la llevó consigo en 1580 a una fundación un tanto remota y en ámbito rural: la de Villanueva de la Jara (actual provincia de Cuenca). Ana de San Agustín dispuso al principio de oficios más domésticos como sacristana, provisora y tornera –aunque esenciales para el funcionamiento de un convento–. Tardó en convertirse en priora hasta 1596, y ya en 1600, fundó el Carmelo de Valera de Abajo. Regresó a Villanueva en 1616 y los últimos años de su vida los vivió en aquel convento, donde murió en la mencionada fecha de su cumpleaños.
Desde muy pronto se comenzó a reunir datos de su vida para desarrollar un proceso de santificación que hoy está a la espera de la existencia de un milagro vinculado a su intercesión. De hecho, el papa Pío VI aprobó sus virtudes heroicas en 1776. Para entonces la parroquia de su Valladolid natal ya se encontraba en la ubicación actual, adonde se había conservado la pila bautismal de la antigua San Miguel. Y junto a la misma se situó una sencilla pintura en la que era representada esta monja, siempre junto a un Niño Jesús, muy habitual en sus devociones. Hoy, en Villanueva de la Jara continúan las monjas carmelitas custodiando su sepulcro, donde se mantiene su cuerpo incorrupto a pesar de las vicisitudes de la Guerra Civil. Entre sus más de dos mil habitantes está muy extendida la devoción a la que muchos conocen como 'la Venerable'.
En Valladolid, su memoria se ha disipado mucho más aunque forma parte de aquella generación de mujeres de vanguardia que fueron las hijas de la madre Teresa de Jesús, con las letras como instrumento de santidad.
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