
Secciones
Servicios
Destacamos
Los ojos de sor Cecilia López-Peláez (Manzanares, Ciudad Real, 1937) se empañan un poquito, como si una lágrima pidiera paso entre los recuerdos, cuando ... evoca aquel verano de su infancia –«tendría yo once o doce años»– en el que le dijo a su hermana Beatriz: «De mayor quiero ser como tú».
Ocurrió en las lagunas de Ruidera, un paraíso manchego que la familia de Cecilia visitaba con frecuencia. Allí, junto a su hermana, frente a un paisaje de absoluta tranquilidad, «vi la trascendencia». Supo Cecilia que su futuro estaría en manos de Dios; que su labor, al lado de los desamparados; que su trabajo serviría para atender y acompañar a quienes más lo necesitaban.
Allí, junto a su hermana (una Hija de la Caridad), en un edén en la tierra, la joven Cecilia inició un largo camino que el pasado mes de febrero cerró una etapa. Sor Cecilia dejó de prestar servicio, junto con las últimas siete hermanas que allí quedaban, en la Casa de Beneficencia. Decía adiós a una institución que las Hijas de la Caridad atendían desde hace 152 años. La falta de relevo generacional (por la caída de las vocaciones, que ya les obligó a dejar otras obras) y el impacto de la covid en las residencias han sido claves para un doloroso adiós que pone fin a siglo y medio de entrega a una institución pionera en España. El cardenal Ricardo Blázquez prepara un homenaje a sor Cecilia, como representante de una comunidad clave en su histórica labor asistencial.
«Los números son los números. No hay vocaciones», dice sor Cecilia desde una sala en la décima planta de la residencia Labouré, en la calle Madre de Dios, donde vive ahora. «Otras hermanas, al salir de la Casa de Beneficencia, han ido a Burgos, a Orense. Es una pena. La población envejece, en todos los ámbitos, y también en el nuestro. Cada vez somos menos. Y hay otros valores. A mucha gente le gusta hacer el bien, a la mayoría, pero no quieren comprometerse tooooda la vida», explica Cecilia, posando unos largos segundos la voz en esa o que parece eterna.
«Ahora todo es provisional: el trabajo, la pareja... La entrega a los demás se hace por entregas, por episodios, cuando la gente puede. Pero ser Hija de la Caridad es de por vida. Y ese compromiso es más difícil de asumir hoy en día».
Esa falta de vocaciones ha obligado a la comunidad a dejar de prestar servicio en varias instituciones vallisoletanas. Dijo hace años adiós a la residencia Cardenal Mendoza. Después (en 2017) a la Doctor Villacián. Ahora, se acaban de despedir de la Casa de Beneficencia. «Siempre que dejamos una obra lo hacemos con pena, pero en el caso de la Casa de Beneficencia ha sido más doloroso. Eran más de 150 años allí. Yo llevaba siete, pero algunas compañeras habían llegado hace 50». Sus últimos meses no han sido sencillos. La pandemia impactó de lleno allí. Decenas de residentes, tres hermanas fallecieron. «Lo hemos vivido con temor, con dolor, con preocupación y consternación. Ha sido tremendo. Pero no nos hemos derrumbado, porque el Señor nos da fortaleza para, cuando llegan, afrontar los momentos cruciales. Y estos los hemos vivido con el corazón destrozado», cuenta sor Cecilia.
La comunidad aún atiende varias obras en Valladolid: el colegio San Vicente de Paúl en Medina de Rioseco, el hogar infantil La Alameda en Mojados, la fundación san Francisco en Tudela. En la capital, la cada de acogida Miguel Ruiz de Temiño, el centro El Carmen, el centro Labouré (con una comunidad de hermanas mayores y una residencia universitaria). En total, sesenta hijas de la caridad –sociedad de vida apostólica– que «en medio de estas sociedades opulentas», ven «el Evangelio en el rostro de los pobres». «La pobreza existe. Y esta situación la pone cada vez más de manifiesto».
Ese cuidado hacia los más necesitados es la guía que sor Cecilia emprendió aquella mañana de verano que compartió con su hermana Beatriz. «Veníamos de una familia muy cristiana, en la que el valor fundamental y primero es Dios», rememora. Su padre, Pedro, era médico en el pueblo. Su madre, Matilde, dio seis veces a luz. «Yo fui la sexta, pero no conocí a mis hermanos mayores, que fallecieron. Al final, fuimos cuatro niñas de una familia muy unida».
Recuerda Cecilia aquellas veladas de la posguerra en la que se rezaba el rosario en el salón de casa, «en la mesa camilla, con el brasero a los pies». La segunda de las hermanas, Beatriz, ingresó muy joven en las Hijas de la Caridad. «Dios la probó mucho. Sufrió una enfermedad con muchos dolores. Ese verano que tanto recuerdo, tuvo que regresar a casa del seminario (noviciado) para recuperarse». Y allí comenzó todo.
Cecilia estudió Bachillerato con las Hijas de la Caridad en el colegio San José, en Ciudad Real, luego terminó Magisterio. Después de un año («mi padre me dijo, quédate unos meses, para que te disfrutemos») marchó al seminario a Madrid. «Me costó bastante separarme de la familia. Si no es por el auxilio divino... Pero sentí la presencia del Señor y la necesidad de ayudar a los pobres».
Lo ha hecho –después de estudiar en la primera promoción de Asistente Social– en la institución Nuestra Señora de los Desamparados (hoy residencia juvenil José Montero), como directora técnica de una escuela de Trabajo Social en Burgos, la residencia Cardenal Marcelo, una residencia para presos con permiso de la cárcel de Dueñas («la experiencia más grande de mi vida»), entre otros destinos. En octubre de 2013 llegó a la casa de Beneficencia de Valladolid. «Dentro de los límites, de los baches, de los precipicios de la vida... estoy satisfecha con lo que he podido hacer. Se ha pasado pronto, pero estoy contenta con la ayuda que he podido prestar».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.