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Santiago Enciso, Miriam Cantalapiedra y Charo Fernández, voluntarios de Red Íncola. RAMÓN GÓMEZ

Las ONG buscan voluntarios para suplir las bajas de colaboradores veteranos provocadas por la covid

El temor al contagio y la protección de los cooperantes más veteranos ha provocado un descenso del voluntariado de más edad en varias entidades

Víctor Vela

Valladolid

Sábado, 14 de noviembre 2020, 08:43

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«Durante muchos años he tratado con personas vulnerables, las he ayudado y acompañado, y ahora –por culpa de la pandemia y el coronavirus– resulta que la persona vulnerable soy yo», dice Charo Fernández (Valladolid, 1953). Hasta hace unos meses, Charo era voluntaria de Red Íncola. Impartía clases de español para extranjeros. Hoy, desde el otro lado de la mascarilla, con extremas medidas de seguridad, confía en que llegue pronto una solución para la covid que le permita reincorporarse a su labor de voluntariado, a una tarea solidaria que tuvo que dejar «por problemas de salud». «Soy propensa a los catarros, a coger los virus. Y está el miedo, claro».

El temor al contagio y la protección de los colaboradores más veteranos ha provocado un descenso del voluntariado de más edad en varias ONG. Bien por decisión propia hasta que la situación sanitaria mejore. Bien por recomendación de las propias entidades, que no quieren exponer a aquellos colaboradores que entran dentro de la población de riesgo. El caso es que las bajas temporales y las restricciones de aforo (que obligan, por ejemplo, a que haya menos alumnos por aula en las clases de refuerzo escolar) han llevado a las ONG a lanzar mensajes para la captación de voluntarios, de savia nueva que se haga cargo de la labor que hasta hace unas semanas desempeñaban personas como Charo.

Charo es maestra jubilada. Trabajó durante más de 36 años en colegios de la provincia de Sevilla. Luego en Rueda y Pilarica, hasta que se retiró, su último destino, en el Gonzalo de Córdoba, en La Victoria. «Me encontré entonces con mucho tiempo libre. Pero mi principal objetivo no era llenar ese tiempo. Sino ayudar a los demás. Siempre me ha interesado el voluntariado. Y al jubilarme, me vi con ganas y fuerza». Colaboró primero con Cáritas. Más tarde con Cruz Roja, hasta que hace siete años desembarcó en Red Íncola. Allí, dos días a la semana (jueves y viernes, de 10:00 a 12:00 horas) impartía clases de español para extranjeros recién llegados a Valladolid.

«Vienen de Marruecos, de la India, de Bulgaria o Rumanía. Tienen un nivel muy bajo de español y les ayudas sobre todo para mejorar la comprensión, el aprendizaje del habla, que se puedan manejar con el vocabulario más corriente», explica Charo. Suele ser habitual (a través de diccionarios gráficos) la enseñanza de palabras básicas de cocina, la compra, los productos de limpieza... para aquellas personas que aspiran a un trabajo en el cuidado de mayores y el empleo doméstico.

«Lo mejor era ver su evolución, cómo se iban desenvolviendo, mejorando su vida». Charo ha comprobado cómo el coronavirus le ha truncado esa experiencia. «Septiembre ha sido un mes raro. Para mí ha supuesto toda mi vida el inicio de un nuevo curso. Primero en el colegio y luego, para preparar los grupos de voluntariado... Este año he echado de menos esas reuniones, el inicio del curso. En casa leo, estudio historia y arte de Valladolid, pero echo de menos el contacto con los demás. Y ayudarles», reconoce Charo, quien ha establecido férreos lazos con algunas de las personas a las que ha acompañado en programas solidarios.

«Recuerdo sobre todo a una mujer de Ghana que venía a clases de español. Vive aquí con su marido y dos hijos, de 7 y 4 años. Y estaba embarazada. Le dije que, cuando fuera a dar a luz, me avisara, para que no fuera sola al hospital mientras el padre se quedaba cuidando a los otros niños. Y sí, lo hizo .Entré con ella al paritorio. Les acompañé en lo que pude», comenta Charo, deseosa de volver a prestar sus servicios solidarios en cuanto la pandemia de un respiro.

Miriam Cantalapiedra (Nava del Rey, 1962) se lo pensó mucho. «Me daba un poco de miedo seguir. No estaba convencida. Pero luego pensé. Mi marido, que es economista, sale a trabajar todos los días. Él también lo puede traer a casa. Y con cuidado y precauciones, se puede hacer voluntariado sin problema», explica. Hubo una idea que le resolvió todas las dudas. «Yo doy clases de apoyo escolar a niños pequeños (viernes) y de cocina española para adultos (miércoles). Me comentaron que este momento ofrecía una buena oportunidad para que muchas personas extranjeras encontraran trabajo en el empleo doméstico. Hay familias que están sacando a sus mayores de las residencias y que necesitan de alguien que los cuide en casa». Y ahí Miriam puede echar una mano.

Sus clases de cocina enseñan a personas llegadas de Perú, Marruecos, Honduras o Colombia los secretos de la cocina mediterránea. «Es muy importante que sepan hacer sopas de ajo, tortilla de patata o un cocido si quieren trabajar con personas mayores. Su modo de cocinar es muy diferente, con más especias, con productos que aquí no conocemos», explica Miriam, quien además ofrece apoyo escolar a estudiantes de Primaria.

Las restricciones de la covid obligan a no mezclar a niños de varias familias, para evitar los contagios. Este curso, atiende a dos hermanas procedentes de Marruecos (de tercero y sexto de Primaria). Con estas clases de refuerzo lleva ya 15 años. «Empecé cuando mi hija se fue a estudiar a Madrid. Decidí entonces implicarme en el voluntariado». Durante todo este tiempo, decenas de chavales han pasado por sus clases. Algunos ya son adultos, varios están en la Universidad. «Es muy bonito seguirles la pista. Recuerdo, por ejemplo, a Safik, un chaval de Marruecos que está plenamente integrado», recuerda Miriam, quien ha visto cómo en estos 15 años ha variado también el perfil de sus alumnos.

«Al principio eran niños recién llegados al país.Ahora, la mayoría ya ha nacido aquí», cuenta. Son «más espabilados» y eso obliga a renovarse al impartir las clases. Por eso, cuenta Miriam, es necesaria la implicación de nuevos voluntarios, de gente joven que eche una mano, y más en un momento como este en el que el coronavirus también ha afectado al paisaje del voluntariado. Hacen falta personas comprometidas. Y no solo jóvenes.

Santiago Enciso (Valladolid, 1966) se ha visto con más tiempo libre del que desearía. «Mi empresa está restringiendo personal. Y una amiga me comentó que, con la pandemia, había voluntarios mayores, personas de la tercera edad, que habían dado un paso al lado», explica. Santiago, que estudió Económicas, que ya había colaborado con Proyecto Hombre o Aspaym, se acercó hasta Red Íncola para ofrecer sus conocimientos en inglés, en contabilidad. Iba con la idea de impartir clases. Algo similar. «Pero me dijeron: 'Te vamos a proponer algo diferente'».

Ese algo es el proyecto de 'Café solidario', un programa de acompañamiento a personas sin hogar donde más allá de víveres, se les ofrece acompañamiento. «Yo me adapto al horario, los lunes o miércoles, a partir de las 21:00 horas. Tenemos un certificado para hacer nuestra labor cuando se ha cumpliido el toque de queda», cuenta Santiago, satisfecho por echar una mano ahora que las ONG más lo necesitan. «Me he dado cuenta de que quien gana algo siempre quiere más. Y que las personas que menos tienen son las más solidarias. Ellos mismos te dicen dónde puedes encontrar a otras personas sin hogar, para que les lleves tu ayuda», indica Enciso. El año pasado, Red Íncola –entramado solidario formado por ocho congregaciones religiosas– contó con la colaboración de 426 voluntarios.

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