Borrar
A caballo, en un alto en el camino durante una de sus aventuras en Egipto, con las pirámides al fondo. Foto cedida por Diego Cortijo.
La aventura total de un explorador vallisoletano

La aventura total de un explorador vallisoletano

Diego Cortijo ha tocado los restos del legendario Faro de Alejandría, estudiado las pirámides sumergidas de la isla de Yonaguni y descubierto una ciudadela perdida en la selva peruana

José Antonio Guerrero

Domingo, 22 de julio 2018, 10:28

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

«Yo me quedo». Posiblemente estas tres palabras definen la trayectoria vital de Diego Cortijo. La realidad es que quedarse, lo que es quedarse en casa, se queda poco. Donde le gusta quedarse es donde Cristo dio las tres voces, esos lugares que aún desafían a la historia, y cuanto más misteriosos y alejados, mejor. Ese 'yo me quedo' ha movido a este policía nacional vallisoletano de 32 años a recorrer la cara b del mundo, la más desconocida, la que, como en un disco de vinilo, te sorprende con un hallazgo fascinante, como sus cinco expediciones a la selva peruana, donde descubrió una ciudadela inca perdida, documentando, además, lugares geográficos inexplorados.

Esa misma inquietud le llevó a las profundidades de la isla de Yonaguni, en Japón. Él y sus compañeros de buceo fueron los primeros españoles en filmar las ruinas sumergidas de ese enigmático enclave, donde los arqueólogos tratan de buscar respuestas a lo que parece una pirámide submarina. El remoto norte de Groenlandia, siguiendo las huellas de las tribus vikingas que abrieron las rutas para conquistar el Ártico, ha sido otro de sus destinos. Y al igual que sus aventuras en la selva peruana y bajo el mar en Yonaguni, contó aquella experiencia con los cazadores inuits en una serie de documentales emitidos por Movistar. También ha explorado los cenotes de México, que los mayas consideraban sagrados. «Son miles de cuevas inundadas de agua y dentro hay restos humanos de sacrificios antiguos; se les conoce como el inframundo maya», cuenta Diego, que tuvo que formarse en espeleología subacuática para adentrarse en esas cavidades.

Su más reciente expedición, esta ya por su cuenta y pagada de su bolsillo, le encaminó el pasado mayo a las costas de Alejandría, en Egipto, donde vio con sus propios ojos los restos del fabuloso Faro, considerado una de las siete maravillas del mundo antiguo. Selva, hielo, cuevas, profundidades, desierto... Pese a su juventud, Cortijo va camino de convertirse, si no lo es ya, en el explorador total. Pero principiemos por el principio.

En el corazón de la selva peruana en su expedición de 2016.
En el corazón de la selva peruana en su expedición de 2016.

«Yo me quedo»Diego debe buena parte de ese afán aventurero a su padre, también policía nacional y contumaz lector de J. J. Benítez y Jiménez del Oso, pasión que contagió al chiquillo, a quien esas inquietantes historias de viajes astrales, extraterrestres, chamanes, cultos sincréticos y demás fenómenos extraños no dejaban de estimular su imaginación. La curiosidad por los misterios de la antigüedad y las culturas primitivas marcó su infancia y en su cabeza no dejaban de rondarle preguntas y una repetida certeza: viajar, viajar, viajar.

Lo cierto es que aún tardó unos años en realizar su primer viaje fuera de España, a Finlandia, con 19, en un intercambio mientras estudiaba un ciclo superior de Educación Física. Volvió a Pucela reforzado en la idea de que su vida tenía que girar alrededor del mundo. Siguiendo su otra vocación de prestar una labor social y vivir cada día cosas nuevas, se sacó las oposiciones a policía nacional con 21 años. Su primer sueldo (y el segundo, y el tercero y los que vinieron después) lo invirtió, claro, en un viaje, su primer viaje «potente» y en solitario. Se marchó al desierto de Argelia, atraído por las misteriosas pinturas de Tassili, el lugar del planeta con mayor concentración de arte rupestre. «Es un sitio fantástico y muy poco conocido. Fui con un grupo y cuando llegó el día de volver, les dije que me quedaba, que yo quería vivir esa experiencia más intensamente».

Los del grupo se marcharon y Diego se quedó quince días más. Contrató un guía tuareg y ambos emprendieron una travesía por el desierto, descubriendo campamentos nómadas y formas de vida a las que era ajeno. «Esa fue la mejor parte del viaje. La que hice solo, con un tipo que no hablaba mi idioma y aun así convivimos. Me di cuenta de que no pasa nada por quedarte solo, que al final sales adelante, que las cosas no dan tanto miedo… que hay que coger un avión y luego ya se verá lo que haces. Fue ese el punto de inflexión que me hizo ver que no pasa nada por lanzarse a la aventura».

La historia que oculta el mar

Y lanzándose a la aventura lleva los últimos doce años. Algunas con altos presupuestos y remuneradas (las financiadas por Movistar) y otras, más modestas, pagadas de su bolsillo y con algún pequeño patrocinio. «Viajar e investigar es algo que me sigue apasionando y para ello sales adelante con lo que vas ahorrando, además de algún apoyo puntual de un patrocinador». A la última expedición (a Egipto, con el historiador y doctor en Arqueología Subacuática de la Universidad de Huelva Claudio Lozano) la han bautizado con el nombre de la marca de ropa deportiva que les ha echado un cable: MasterXtrem.

La premisa era estudiar las ruinas arqueológicas sumergidas cerca de la costa. Porque tanto Cortijo y (más académicamente) el profesor Lozano ven factible que los restos más antiguos de las culturas que conocemos (e incluso de las que no conocemos) están, hoy por hoy, sumergidos. Para sostener esta teoría recuerdan que desde la última glaciación, hace cosa de veinte mil años, el nivel del mar ha subido casi cien metros, lo que permite pensar en ciudades enteras bajo el agua, como las que les condujo a la Bahía de Abukir, al norte del país.

Frente a un faro de leyenda

La idea era poder documentar los restos que permanecen sumergidos en la costa de Alejandría, como los templos de la ciudad antigua y el faro, que siempre se trató como un mito y está ahí, a apenas diez metros de profundidad. «Yo lo he visto. Están los restos de las bases, los capitales, las columnas y los bloques del faro original de Alejandría», narra sin alardes. El vídeo de ambos buceando junto al mítico faro, que pudo llegar a medir 130 metros y fue considerado como una de las más grandes construcciones de la Edad Antigua, se puede ver en YouTube, donde los seguidores de Diego le demandan, cada vez con más insistencia, que suba imágenes de sus aventuras.

Sentir el privilegio de ver con tus propios ojos el mismo faro que hace 2.300 años guió a los barcos hasta el puerto de la ciudad fundada por Alejandro Magno ha de ser necesariamente emocionante, una experiencia intensa, un subidón de adrenalina. «Sí, te hace sentir que estás escribiendo un capítulo muy especial de tu vida», admite. «Bucear es como entrar en otro mundo, pero es que cuando cruzas esa barrera del mar y encima te encuentras restos arqueológicos, parece que estás dentro de una película de aventuras».

En la zona donde se encuentran las ruinas del Faro de Alejandría.
En la zona donde se encuentran las ruinas del Faro de Alejandría.

Técnicamente, sumergirse y llegar hasta los restos del faro no resulta tan difícil. Cualquiera con un curso básico puede descender y ver esa maravilla. Cosa distinta es el papeleo, la burocracia, los permisos para hacerlo...

No es tan bonito como lo pintan

En el vídeo se ve a los dos exploradores buceando con sus trajes de neopreno y sus botellas de aire, sobre un lecho marino cuajado de restos arqueológicos. Pero hasta llegar ahí el laberinto burocrático fue de cuidado, ya que las autoridades egipcias son muy celosas de su patrimonio (incluido el subacuático) y no facilitan las cosas. «Cuando parece que ya tienes un permiso, te falta otro». Paciencia en abundancia y algunos buenos contactos acabaron por allanar el camino a los tesoros de la vieja Alejandría. Pero no está de más el aviso a navegantes que lanza nuestro protagonista: «Si te presentas en Alejandría diciendo que quieres bucear porque has leído tal o cual cosa, te digo yo que no lo consigues. Han sido meses de gestión a través de contactos que tenía en la zona para conseguir el acceso. Todo ese proceso es una de las cosas más penosas de estos viajes, pero hay que hacerlo».

Con la miel en los labios

No tuvieron tanta suerte para acometer la segunda parte de la expedición, otra incursión submarina esta vez para estudiar los restos de la antigua ciudad portuaria de Thonis-Heracleion, junto a la desembocadura del Nilo, en la Bahía de Abukir, donde se han descubierto 300 estatuas y amuletos sumergidos.

La zona estaba militarizada y los guías egipcios no querían llevarlos hasta allí ni locos. Ni siquiera los permisos parecían suficientes. «Vas muy ilusionado, pero te das de bruces con la realidad de que las cosas no son tan fáciles como las piensas en casa». Finalmente lograron hacerse a la mar, abrirse paso con un pequeño bote entre los buques de guerra de la Armada, lo que fue celebrado por los guías locales como el éxito de sus vidas, y eso que ni siquiera consiguieron lanzarse al mar. «Para ellos sólo el haber logrado zarpar fue una proeza, estaban más emocionados que nosotros de poder navegar allí, estaban felices y emocionados y lo celebraron como una gran fiesta». Por eso su intención es regresar a medio plazo, aprovechando las vías que ya han abierto. Pero antes, en unos meses, le espera una travesía ártica en solitario por el norte de Noruega. Diego no se queda quieto.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios