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«Y sed agradecidos» (Col 3, 15)

Carmen del Corazón de María, cscj

Miércoles, 16 de marzo 2016, 12:17

Dentro de poco, Dios mediante, pronunciaré mi Sí, definitivo y público a Jesucristo. Es también tiempo de recapitular y por tanto de ser agradecidos, como dice el apóstol. Por tanto, comienzo una pequeña lista de personas e instituciones a las que debo gran parte de lo que soy. Y ¿qué soy? Lo más grande que se puede ser: Escogida, por toda la eternidad y para siempre, para ser y vivir ya en la tierra las Bodas con el Esposo de la humanidad rescatada, mi Dios y mi Cristo amado. Comienzo:

Quiero agradecer, del Colegio Jacinto Benavente, hoy clausurado, años 1983-1993, en especial a Valeriana Berjón, Mª Jesús G. Abril, Rosa Mª Arrojo. Sin ellas no veo cómo hubiera aprendido tanto, no sólo de libros, sino de la vida y de Dios, además del cariño que me tenían. También a mi catequista de Comunión, Matilde, de la parroquia de san Fernando.

Estoy muy agradecida al Colegio San José de Valladolid, institución de la Compañía de Jesús, en los años 1994-1998, y al Centro Loyola asociado a esta. Fueron los jesuitas quienes me enseñaron a Jesús mucho más próximo de lo que hasta entonces me podía imaginar. Y a Carlos Entrambasaguas y a toda la plantilla de profesores, de quien puedo decir que recibí una formación intelectual muy buena, con un fundamento muy sólido para todo lo que estudié después, añadido a la disponibilidad, algunos con muchísima dedicación.

En las convivencias empecé a descubrir una manera nueva de relacionarse, en que no se mira al otro según criterios de grupos, o capacidades, o utilitaristas, sino por lo que son en sí mismos: creados, amados de Dios, por quienes Él murió.

Nunca olvidaré aquellos días pasados en casas venerables como Comillas o Villagarcía, en que aquellos cuadros de santos jesuitas me impresionaban sobremanera. Su sola vista me asombraba por el fuego que transmitían aquellas figuras que recorrieron el mundo incendiándolo, hasta el punto de querer ser como uno de ellos si fuera hombre. Ahora tengo en Santa Teresa a quien emular.

En fin, que todos los años fueron para mí claves y decisivos para comprender el llamamiento, la atracción y el influjo que sobre mí empezó a ejercer Jesucristo hasta el día en que llegué hasta aquí.

Creo que me quedo algo corta al explicar lo que suponen para mí estos años de contacto con la espiritualidad de san Ignacio, la cual nunca dejé pues es de un valor que no perece. Pero por no alargarme demasiado, continuaré.

De manera más discreta y breve, agradeceré a mi familia directa, sobre todo a mis padres, lo que soy. Ante todo por la vida acogida: soy la octava de una familia no muy rica. Una locura, vamos. Pero aquí estoy, demostrando que es una locura que vale la pena. Creo que no soy mala chica Nunca me faltó nada necesario, incluidos los estudios. Caprichos si que me faltaron algunos. Siempre he visto a mis padres desde primera hora de la mañana en el trajín del día, y ¿por quién lo hacían? Por mí, para que no me faltara de nada. Gracias. Podría no existir o no haber nacido

Agradecer por último a mi comunidad de Carmelitas Samaritanas, y sobre todo a la madre Pilar y a la madre Olga, Nuestra Madre, porque sin ellas muy difícilmente hubiera podido llegar hasta aquí. Ellas han abierto, por inspiración de Dios, un nuevo camino dentro de la Iglesia, allí donde todo estaba mortecino y sin esperanza de resurrección. Por ellas se demuestra que en tierra de sombras una luz les brilló (Is 9, 3), pues esto es una gran verdad han trazado una senda práctica de por dónde hemos de ir gran parte de los que prometemos los tres votos, en un tiempo en que es evidente que se ha llegado a una especie de túnel de sombras heladoras.

Hablando de sombras no hay luz sin ellas, para mí este es también momento de pedir perdón. Todo lo que se quiere se convierte en cierta manera nuestro y siempre querríamos verlo mejor de lo que es. Así somos todos, incluida yo: criticables hasta el último día de nuestra vida, pues siempre podemos ser mejores. Lo que sucede es que a veces esa crítica se hace movidos, al principio, por el enfado. Esto me sucede a veces, y por esto pido perdón por cuando he criticado por mera pasión. Yo creo que sí podemos expresar lo que vemos mal en alguien o algo, pero tiene que ser con sumo cuidado de herir lo menos posible, de ser leales, de no actuar a las espaldas. No sé distinguir bien si una queja es oportuna de si he herido injustificadamente y si esto ha sucedido os pido que de alguna manera me lo hagáis saber, para poder reflexionar y cambiar.

Esta es mi carta de agradecimiento y perdón. Está claro que podría extenderme muchísimo más, pero gran parte ya está dicho. Os agradezco mucho a todos vuestra unión en la oración en este momento tan decisivo en mi vida, en que me comprometeré para siempre con Aquel por el que fue hecho todo, incluida yo, que me rescató del maligno, me injertó en su vida divina por el bautismo y me dio una Madre para que me guiara y cuidara todos los días de mi vida.

Valladolid, viernes 12 de febrero.

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